La película va por su segundo fin de semana, tras un estreno que la dejó muy bien ubicada en la taquilla montevideana. Tanto que ahora agregará más salas y horarios de exhibición, en la capital y en el interior.
La comedia dirigida por Diego “Parker” Fernández se desarrolla en un pueblo de frontera (la locación fue Aiguá, Maldonado). Allí Claudio Tapia, un recién ascendido y muy joven agente de seguros interpretado por el argentino Martín Slipak, deberá resolver el misterio del incendio de varios autos para salvar a su compañía del pago de las pólizas. Al menos de algunas de ellas.
Además de Slipak, el elenco está integrado por Robert Moré, Roberto Birindelli, César Troncoso, Verónica Perrotta, Jenny Galván, Lourdes Kauffmann, Jorge Temponi y Christian Font, entre otros. Actores profesionales que se suman a las participaciones de algunos de los vecinos de Aiguá.
El equipo liderado por Fernández estuvo 20 días de rodaje en el pueblo fernandino, en noviembre y diciembre de 2019. Pocos meses antes de que la pandemia llegara a Uruguay y cerrara las salas de cine, entre muchas otras cosas.
De todos modos, el proceso de postproducción siguió adelante. Se trata de una coproducción uruguaya con Argentina y Brasil. Los efectos visuales se realizaron en Buenos Aires y la mezcla final de sonido se hizo en Brasil. “Parker” siguió todos los procesos desde Montevideo y a fines de 2020 tenía pronta la película que había comenzado a escribir junto al guionista Rodolfo Santullo en 2013.
El resultado seguramente es uno de los mejores imaginables para estos tiempos de volver a salir. Una comedia redonda, interpretada por un elenco acertadísimo (incluso aquellos no profesionales) y con una música compuesta por Gonzalo Deniz e interpretada por Humberto de Vargas que es fundamental para la trama, el disfrute y la risa.
Confiado en el “boca a boca” positivo que se está generando alrededor de su última obra, Fernández habló con 180.
¿Fue una decisión de ustedes estrenar ahora, un mes después de la reapertura de las salas de cine en Uruguay?
Originalmente cuando empezamos a hacer la película no estaba en nuestro horizonte que pudiera haber una pandemia. De hecho filmamos en noviembre y diciembre de 2019 que fue lo último del mundo feliz, sano… Cuando empezamos a terminarla, la seguimos a distancia, no se frenó el proceso, y siempre pensamos que a fines de 2020 se iba a terminar. El plan original era estrenar a principios de 2021.
Lo fuimos postergando. Primero era mayo, después junio y luego julio...
Estaba bueno salir con una comedia uruguaya cuando se pudiera volver al cine. Guste más o menos, era el momento apropiado para este tipo de películas, cuando la gente volviera iba a querer divertirse.
La película ha sido bien recibida, en general se escuchan buenos comentarios y funcionó bien de público.
Los comentarios son que la gente sale recontenta, que hay aplausos al final. Yo no pretendo más que eso. Precisamente es una comedia y no pretendemos otra cosa más que la gente se divierta, salga contenta y la recomiende. Parece ser que es así.
El guion de esta película está escrito desde 2013, año en el que estrenaste tu largo anterior: Rincón de Darwin. ¿Cómo es convivir durante tanto tiempo con un proyecto así, más allá de tus otras actividades como realizador y docente?
Si hubiera sido un proyecto más personal, íntimo, autoral, no sé si lo hubiera seguido porque uno va cambiando. Ya me pasó con otro proyecto antes que en un momento querés sacarte esa mochila.
En este caso, cada tanto lo agarraba, lo veía, y como me parecía que estaba tan bueno, siempre me volvía el entusiasmo.
También me parece que hay que ser consciente de que si estás en Uruguay y querés hacer cine, el que se aburre pierde. El que se cansa, no hace la película. De hecho me puedo considerar afortunado porque la hice. Mucha gente no llega.
En realidad siempre supe que quería hacer una comedia de género. La verdad es que pasaron años pero el tiempo es una medida tan relativa. Hoy en día la hice. Si quisiera hacer una película más rápido me hubiera ido de Uruguay hace mucho tiempo. Es una decisión que tomé. Si quiero quedarme en Uruguay y quiero hacer cine, me la tengo que bancar. No me puedo quejar de lo que es porque es así.
El rodaje de la película se realizó en Aiguá, durante 20 días, y la locación termina siendo un personaje más, incluso aparecen vecinos actuando.
Estuvimos un mes viviendo, prendiendo fuego los autos, cortando las calles. Eso fue muy lindo. Por ejemplo, los tres adolescentes son de Aiguá. En un momento habíamos pensado en buscarlos en Montevideo y por las dudas también buscamos ahí. Cuando los encontramos dejó de importar que fueran bikers, importaba que fueran ellos.
Y las vecinas…
Eso es increíble porque la idea en mi cabeza y en el guion era que el protagonista (Claudio Tapia, interpretado por Martín Slipak) saliera a investigar en una secuencia de música y lo que pasaba era que los veíamos hablando y los vecinos gesticulaban. Pero era solo imagen con la música.
Cuando pusimos la cámara a filmar fue increíble. De hecho, Martín me miraba como diciendo “es joda” y los tironeaba porque se daba cuenta de que rendía lo que decían. Después en la edición teníamos que sacar porque eran demasiados vecinos. Nos peleábamos por cuál chiste dejar, había que elegir, no podían quedar todos.
La película es lo que queda en la pantalla pero también está bueno qué es lo que pasa y qué es lo que deja. Para estos tres pibes de Aiguá haber estado en la película va a ser una experiencia que les va a quedar para toda la vida. Para Aiguá la película va a ser algo que le va a quedar. Nosotros molestamos un rato pero las películas quedan.
Además, más allá de lo obvio de la arquitectura, las calles, se capta también el espíritu del lugar. Y al aparecer los propios vecinos eso se potencia. No es solamente un escenario que usás.
Para nosotros fue como laburar en un estudio a cielo abierto. Fue perfecto.
Vos seguís filmando con tres tomas. A pesar de que al ser digital hoy no está el límite de la película, vos preferís seguir trabajando con esa limitación. ¿Por qué?
Yo creo que no debería haber cambiado el método por más que haya cambiado el recurso físico. ¿Por qué? Porque primero hay un tema de concentración. Todo el equipo sabe que si nos tenemos que preparar para ensayar, vamos a ensayar y después vamos a filmar tres tomas en promedio. Si hay alguna cosa que no sale, se hacen cinco o seis. Pero en general son tres o cuatro.
Hay un tema de foco, de concentración. Todo el mundo sabe que el ensayo es muy importante, que no es que después hay 10 tomas para ir corrigiendo cosas. Todo se alínea mucho más, especialmente los actores. A mí también me obliga a ser muy claro con lo que quiero. Prefiero mucho más tardar tiempo ensayando que hacer 10 tomas. Ensayamos, marcamos posiciones, tenemos claros los movimientos, etcétera, después marcamos actuación y recién ahí filmamos.
El actor sabe que en la primera va a lanzarse, en la segunda ya va a estar corregido y en la tercera se va a gozar... De hecho lo que hago a veces, sobre todo con actores como (César) Troncoso o Slipak, tipos que tienen mucho oficio, es decirles que con la tercera ya quedó y que haga una más para él. Ya está, “jugá un poquito”.
La música ocupa un lugar muy importante en la película, dialoga con la trama. ¿Eso siempre estuvo previsto así o fue creciendo en el camino de la realización?
Estaba la intención. Yo quería que para la comedia este personaje de la banda hablara tipo coro griego. Que al principio no supieras, que después pasara a hablarle directo al protagonista. La verdad es que tenía mucho temor de que eso quedara relegado. Traté de mantenerlo y de potenciarlo. De hecho Gonzalo Deniz se integró desde mucho antes de filmar, desde antes de la preproducción.
La película sería otra si no estuviera ese elemento tan fuerte.
Gonzalo (Franny Glass) es el compositor y el intérprete es Humberto de Vargas que logra una especie de mezcla entre Leonardo Fabio, Sandro…
Cada canción tenía su referencia pero él las unifica todas. “El Misterio” es medio tipo Roberto Carlos, hay una como Elvis, “Se revuelca” es Raphael, “Escupir contra el viento” es Leonardo Fabio. Tom Jones es la de los créditos… Pero Humberto unifica todo. Técnicamente es un demonio e interpreta, se sale de la técnica para actuar. Eso a él le fascinó.
Nosotros filmamos con maquetas cantadas por Gonzalo pero ya sonaban con batería, bajo… Humberto entró después a gozarse porque ya tenía el corte de la película, la veía, y tenías las canciones para cantar encima y jugar.
Yo creo que la película es lo que es por cómo creció gracias a haber trabajado el guion con Rodolfo (Santullo), la música con Gonzalo (Deniz), el arte con Gonzalo Delgado y Maripé (Mariana Pereira), la foto con Lucio (Bonelli), la edición con Pablo Riera y la producción con Mica Solé. Si la película hubiera sido lo que yo quería, estaría un par de escalones más abajo.
Durante el rodaje todo el mundo tenía el guion con el story hecho por mí. El 80% de los planos dibujados es lo que filmamos. Pero realmente soy muy agradecido con ellos. La película la hace el equipo.