Todavía sigo en el hotel de Bahía. Me parece mentira recorrer los mismos sitios que hace 48 horas estaban repletos de uruguayos esperanzados y verlos como están ahora. Vacíos, fríos, inanimados. Toda la ilusión se hizo añicos en una tarde lluviosa en el Arena Fonte Nova, un sábado frustrante en el que Uruguay hizo muchos más méritos que Perú para ganar. Fue protagonista, siempre quiso la victoria, intentó alcanzarla con todos los recursos ofensivos a su alcance y su rival no pateó al arco. Esa historia que tantas veces fue al revés, por una vez la padeció la Celeste.
Marcado el dominio y los aspectos generales del juego, también es verdad que Uruguay equivocó procedimientos durante todo el primer tiempo. En ese lapso salteó de manera deliberada la mitad de la cancha con pelotazos desde el área propia para Cavani y Suárez, lo que dividió la posesión de la pelota y desgastó a los delanteros de manera innecesaria. El camino, se veía a la legua, era la tenencia por abajo y el adelantamiento en bloque del equipo. Más aún con una mitad de la cancha en la que Federico Valverde y Rodrigo Bentancur se ofrecían como receptores para sacar la pelota limpia desde el fondo.
Cuando lo comenzó a hacer en el segundo tiempo Uruguay puso a Perú contra su arco. La modificación de Lucas Torreira por Nahitan Nández y el cambio táctico generado a partir de ese momento le dio más ímpetu aún al ataque. El 4-3-1-2 con De Arrascaeta de enganche puso la pelota más cerca aún de Suárez y de Cavani. Así, llegaron las chances claras y los dos goles anulados por el VAR.
Sin embargo al equipo le faltó amplitud y desborde por las bandas, algo clave cuando el adversario está metido en su área. Y esa carencia fue evidente a partir de la lesión de Diego Laxalt, lesionado en el partido frente a Japón. Tabárez decidió poner a Gio González en el lateral derecho y correr a Martín Cáceres al izquierdo. Fue una mala decisión del entrenador. Uruguay quedó limitado por ambos lados. A González le costó una enormidad soltarse y Cáceres lo intentó pero con la cancha cambiada, lo que lo volvió más impreciso y lento ante cada subida.
Tabárez siempre dijo que priorizaba a los jugadores de las ligas más exigentes por sobre los que actúan en el medio local y que incluso era cuando daban el salto a esas ligas que se ganaban el lugar en el equipo. Un argumento válido y compartido. Sin embargo esta vez tenía a Marcelo Saracchi, del Leipzig de la Bundesliga, para poner cuando perdió a Laxalt. Era hombre por hombre, sin modificar nada más. Eligió poner a un jugador de Peñarol y cambiar de punta a un lateral que demostró decenas de veces, el Mundial fue la última vez que lo hizo, que es mucho mejor por derecha que por izquierda.
Más allá de esas cuestiones, la Copa América reafirmó el cambio de modelo de la selección. Fue durante todo el torneo protagonista, versátil, que no perdió su solidez defensiva a la vez que mejoró cuando intentó por abajo. En todos los partidos Uruguay salió a buscar la victoria. El estilo conservador que tantas veces se le criticó a la selección quedó de lado, a partir de una vocación ofensiva marcada desde el primer partido.
Esos aspectos se sumaron a los rasgos de identidad más característicos: un equipo solidario, comprometido, en el que cada jugador está dispuesto a entregar lo máximo por el compañero.
Y por ese camino hay que seguir. Corregir los errores, levantarse e intentarlo otra vez. Porque estos jugadores y este cuerpo técnico son lo mejor que puede tener Uruguay, los que devolvieron a la selección a la élite del fútbol mundial.
¿En serio hay que explicar que ningún proyecto en fútbol asegura títulos? ¿De verdad hay que demostrar que los más geniales equipos y deportistas de la historia pierden más de lo que ganan a lo largo de su carrera? ¿Es necesario gastar un segundo en decir que en el deporte actual sin un proceso de selecciones serio, organizado y profesional, hay muchas menos chances de ser competitivos y levantar trofeos? ¿Es tan difícil darse cuenta que un país como Uruguay está siempre en desventaja respecto del resto y que sin esta estructura estaría aún en peores condiciones?
Que la desilusión no nuble a los uruguayos desinteresados, los que de verdad quieren lo mejor para la selección solo por pasión, a los que no lo mueve otro interés que no sea ver a ganar a la Celeste. Los otros, que sean felices y disfruten.
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