Gabriel Quirici

¿Redonda?, ¡qué bruto!

Sobre las posturas anticientíficas y el pasado reciente.

Actualizado: 22 de abril de 2019 —  Por: Gabriel Quirici

La intensidad que suelen tener las mentiras y su difusión puede que sea proporcional a la ignorancia o la pereza del auditorio. Más allá de montajes y manipulaciones, para que una mentira se convierta en verdad no alcanza simplemente con repetirla mucho. Tiene que operar sobre ciertos aspectos de la sensibilidad de una parte de la población que esté dispuesta a escucharla y creerla.

Hay algunos casos actuales en donde parece emerger una suerte de “militancia de la mentira” que, lejos de la pereza, se esfuerzan por compartir videos, placas con infografías en las redes sociales y meter sus largas narices en cuanto foro y oportunidad mediática encuentran. Convencidos muchas veces, vaya paradoja, de estar revelando una verdad oculta al ir contra la corriente. Puede ser contra la vacunación, el uso del casco en moto, los supuestos decanatos o sobre aspectos más estructurales de nuestra historia como los genocidios o las dictaduras.

El caso que más me llama la atención es el del “terraplanismo”, que puede parecer simpático, pues postula una actitud crítica ante lo que denuncia como una conspiración de la NASA y de los poderes internacionales. Según algunos de sus voceros no hubo viajes a la Luna, las fotos satelitales son todas falsas, si fuera una esfera el agua se caería al espacio y, cual Game of Thrones, al final de la tierra plana hay un muro de hielo que sería la Antártida. La simpatía se termina cuando en la práctica se bastardea el pensamiento crítico al no ofrecer evidencia alguna de sus postulados más allá de sembrar sospechas sobre cualquier afirmación contraria a sus convicciones. Es la conversión del desconfiado en dogmático. Y allí los comportamientos colectivos de quienes comparten tales postulados se vuelven sectarios y a veces fanáticos.

Sabido es que para una sana convivencia democrática el fanatismo de cualquier índole es nocivo, porque tensa las relaciones interpersonales y crea un ambiente comunicacional hostil que hiere el intercambio crítico y abierto.

Hace algunos años comenzó en Brasil un movimiento que bajo la “revelación” de que el nazismo era de izquierda (porque su nombre incluía la palabra socialismo) comenzó a agitar vía redes sociales la “caza” de docentes manipuladores en las aulas. Se sugería a los estudiantes a través de Youtube que se grabara a los docentes que dijeran en clase que el nazismo era de derecha, para confirmar que estaban manipulando y falseando la historia y denunciarlos como violadores de la laicidad. Esto derivó en algunos casos lamentables, en donde un profesor tuvo que pedir a un estudiante que le presentara la información a partir de la cual hacía su acusación para contrastar con la bibliografía del curso. Como el estudiante solo podía hacer referencia a los blogs que visitaba y seguía en su postura de increpar al docente, este le pidió que se retirara de clase, lo que enseguida fue tomado como un ejemplo de dogmatismo autoritario del profesor por parte de los seguidores de esta tendencia. Era la reversión de la actitud académica: alguien que no había estudiado mucho basado en un prejuicio se sentía en el derecho a juzgar moralmente a quien había preparado durante años cursos, preguntas, lecturas, sesiones de intercambio con los estudiantes a partir de una amplísima producción científica sobre la historia contemporánea. Si decís que el nazismo es de derecha es porque sos comunista, y los comunistas quieren falsear la historia manipulando, era el razonamiento.

Esto derivó en una movida conocida como “escola sem partido” en donde a través de grupos virtuales se continúa instando a los estudiantes a descubrir profesores manipuladores, tanto con el caso de nazismo como con el golpe de estado de 1964. Si el docente dice que los militares iniciaron una dictadura, es una visión parcializada, porque en realidad, los militares salvaron la democracia del comunismo.

Una mezcla de macartismo salvacionista extemporáneo comenzó a recorrer las aulas en Brasil, reforzado por el respaldo popular a Bolsonaro, públicamente divulgador de estas teorías. En un claro choque contra los avances de la historiografía reciente en Brasil: pues si algo aparece con sobrada evidencia es que la situación no era de inminencia de comunismo en 1964, sino de estancamiento económico y crisis política, con el presidente del Partido Trabalhista cada vez más popular y reformista, pero bloqueado por un congreso de mayoría conservadora.

Lo inquietante de esta situación es que da la sensación de estar ante posturas “terraplanistas” de la historia. No importa lo que digan las investigaciones, los avances en la documentación, los matices y la multicausalidad: hay que desconfiar de la ciencia, del profesorado que manipula y defender una nueva verdad tranquilizadora.

Lo que hace sensorialmente aceptable la idea de que el nazismo era de izquierda puede tener que ver con la necesidad de estar tranquilos para decirse de “derechas”. En cierto sentido uno puede percibir la idea de que la derecha ha salvado al mundo del horror comunista, que es de por sí sanguinario, resentido, ateo, igualador para abajo y dogmático, y por eso destructor del orden natural, religioso y familiar.

La presencia del nazismo dentro de los movimientos de derecha rompe esta regla, pues atacó e intentó exterminar a casi todo el espectro político ideológico: comunistas, socialdemócratas, liberales; e incorporó como motor una “verdad” esencial de los fabuladores convencidos como la de raza, cometiendo crímenes masivos contra minorías sexuales, étnicas y culturales (homosexuales, gitanos y judíos). Y los crímenes se hicieron en función de salvar un orden superior y anterior: regenerar la raza, la familia y la tradición.

Resulta por lo menos triste, observar la circulación ciertas placas con infografía en las redes sociales en donde aparecen los mayores “asesinos comunistas” de la historia con las figuras de Mao, Stalin y Hitler… La carita de cada uno y una barrita con los millones de muertos, con números incomprobables por otra parte, pues el sensacionalismo ahistoriográfico de los “libros negros de…” ha hecho mucho daño para introducir  la discusión historiográfica, tanto que a Stalin le atribuyen los muertos de la URSS en la 2da Guerra Mundial a manos del nazismo.

Pero lo peor es que estas placas son presentadas como argumentos de tribuna para decirle a otro “tu ideología asesina… totalitario”. Y cargar con epítetos de supuesta defensa de la democracia desde un paradigma carente de información completa y fanatizado. En cierto sentido parece un revival del “Comunista come criancinha” (“comunista come bebés”) de los años sesenta pero que, dada la lejanía de los hechos, se anima a una mezcolanza peor.

Si bien se puede tratar de momentos puntuales, no estamos ante casos aislados. Y la efectividad del impacto social movilizador que tiene la militancia de la mentira ha dado réditos políticos no solo en Brasil sino en los propios EEUU: racismo, homofobia, criminalización de los movimientos sociales como parte de una nueva agenda de derechas que se postula reactiva ante un supuesto mainstream progresista y motiva a sectores conservadores poco politizados dispuestos a convencerse rápido de que el mal está en otro lado (sean los mexicanos o el PT de Lula) y hay que erradicarlo.

Para pujar por un fortalecimiento del ágora democrática parece necesario trabajar con mayor fuerza en la divulgación de los avances historiográficos y la creación de una atmósfera de intercambio madura, crítica y abierta. Los espacios de difusión, enseñanza y debate deben ser al mismo tiempo sólidos y atractivos (dinámicos, desafiantes, adaptados al lenguaje audiovisual) y no quedar en esferas de discusión propias de la academia o a ciertos colectivos con valioso compromiso pero escasa repercusión en la agenda social.

Aplanando lo ondulado en Uruguay

En nuestro país varias voces públicas han intentado sembrar dudas (puede ser el comienzo del giro al dogmatismo) sobre cómo se enseñan en clase determinados temas. Algunos vinculados a la educación sexual y otros frente a la historia reciente (¡y al comunismo!).

En la parte de historia, que es la que conozco, solamente quisiera sugerir a los desconfiados, que se acerquen un poco a la realidad, que no construyan desde la sospecha sino a partir de los datos accesibles para todos: desde el primer gobierno de Julio María Sanguinetti el tema de la historia reciente está en los programas liceales. De allí a nuestros días han crecido las unidades de investigación tanto en la Universidad de la República como en institutos privados (CLAEH, UM, UCU). Actualmente hay más de un centenar de obras historiográficas sobre el período, varios grupos de trabajo que generan jornadas y seminarios anuales y dos revistas especializadas. Se han realizado siete jornadas de Historia Política, existe también una maestría, y vamos para el segundo congreso de la Asociación de Historiadores. Paralelamente la Asociación de Profesores de Historia  organiza un congreso anual y publica una revista desde hace más de treinta años. Por otra parte, desde comienzos de este siglo, se realizan talleres, cursos y maestrías sobre didáctica de la historia con la reflexión sobre la práctica como principal tema en donde un importante colectivo de docentes de historia ha narrado su trabajo con la edición de siete libros. Todo lo anterior es público, abierto y está en constante diálogo con la comunidad. Si algo sabemos los docentes es que no hay una manera de enseñar historia y que el trabajo se hace con los estudiantes y sus familias. Agreguemos además que existen casi doscientas publicaciones de carácter periodístico o de memorias de protagonistas de la historia reciente, y más de doscientos videos en Youtube sobre Dictadura en Uruguay, con lo cual el panorama, lejos de ser cerrado, está  muy vivo y activo. Hoy en día se pueden consultar las plataformas virtuales de trabajo, los recursos y manuales que utilizan los profesores sin problema alguno.

Entonces, antes de desconfiar, como el estudiante brasileño agitado por los blogs, sería bueno explorar y consultar. A menos que, como la visión que tengo de los hechos no coincide con los avances de la historiografía y de la enseñanza de la historia, y por ello crea necesario anteponer mi “verdad revelada” (algo que en la ciencia no existe) y militar por ella.



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