Partamos de la base de que en toda confrontación deportiva hay una oposición a vencer. Y para conseguirlo hay que asumir riesgos. Pero en el fútbol se da algo que en muy pocos deportes pasa, se puede ganar siendo el equipo de menor poderío, talento y destreza de los que están en la cancha. Por eso es tan importante la estrategia de cada técnico. Pero una cosa es la estrategia y otra es encarar un partido con miedo a perder.
Juegan para ganar con tácticas diferentes, en algunos casos antagónicas en estilo y protagonismo, Pep y Simeone por citar dos ejemplos de referencia a escala mundial.
Y eso no ocurre en el fútbol uruguayo. Los técnicos juegan a no perder. Y ese condicionamiento repercute en los jugadores.
En la cancha el miedo exagera situaciones externas y merma el rendimiento porque disminuye la autoconfianza. Eso, justo eso pasa en el fútbol uruguayo. Y en los clásicos ni hablar.
El temor a la derrota paraliza a los jugadores también dentro de la cancha. Y no apunto a que intenten hacer algo que no saben o ser los salvadores del equipo sino que no se saquen de encima la responsabilidad de hacer lo que tienen que hacer.
Cuando un futbolista juega sencillo, simple, contribuye con el equipo. Es inteligencia para jugar. En el fútbol uruguayo se cuentan con los dedos de una mano los jugadores rápidos mentalmente, que piensan y ejecutan con velocidad. Más bien abundan los que corren, batallan, pelean y después no pueden levantar un centro bien, dársela al compañero a un metro o, lo que es peor, discernir qué pide la jugada, tomar decisiones correctas.
En el fútbol uruguayo pareciera que se sufre el fútbol. Hay un egoísmo para salvarse de las críticas, para no tener la culpa y eso va en contra del sentido colectivo del juego.
Todo eso lo vimos el sábado en el Estadio.
Hay situaciones, partidos, momentos de la temporada en los que el miedo ocupa todo el espacio. Quizá estén influenciados por el entorno, por los dirigentes que si pierden cuatro partidos los echan, por la opinión pública en tiempos de redes sociales, por la responsabilidad de no fracasar.
Se generan situaciones de ansiedad o angustia que corrobora cualquier actor que haya vivido un partido de esas características. Y cuando esas sensaciones no se dejan atrás a la hora del partido, se bloquea el rendimiento de los deportistas y la claridad de los entrenadores.
Un vasco llamado Imanol Ibarrondo escribió un libro de fútbol bajo titulado “La primera vez que le pegue con la izquierda”. “Ser futbolista es la mejor vida que existe… si no fuera por los partidos”, dice y explica que muchas veces no disfrutaba porque tenía miedo. “Tenía miedo a fallar, a tomar decisiones erróneas, a no cumplir las expectativas”.
El miedo es una reacción natural de supervivencia, que surge ante una situación de peligro, ante una inseguridad. Y ahí está la clave: la primera condición para arriesgar, para asumir riesgos en el alto rendimiento es la confianza en uno mismo. Y eso los grandes no lo tienen. Entonces queda de lado la estrategia y el plan de juego y corren hacia el lado de la prudencia, evitan salir de la zona de confort, están mucho mejor en una posición menos insegura.
Repasemos los últimos 10 clásicos: 4 empates 3 victorias de Peñarol y 2 de Nacional (son 3 si se suma el clásico de la garrafa). Al revisar las estadísticas, la enorme mayoría de los goles fueron en el segundo tiempo, cuando los equipos salen un poco más. Y hay otro dato: dos de esos cuatro clásicos empatados fueron en los últimos segundos. Equipos que ganan y se tiran atrás por el miedo a perder, o a no ganar, a fracasar en el intento.
Antes no arriesgan. Lo mismo que pasó el sábado.
Michael Jordan decía: “Los miedos son límites y éstos son a veces una ilusión”.
Y a LeBron un día en 2013 le preguntaron qué le faltaba para ser Jordan: “Jordan no era perfecto. Tuvo malos partidos y cometió errores. Tuvo partidos en los que él sintió que pudo haberlo hecho mejor. Pero lo mejor que tenía Jordan es que nunca le tuvo miedo al fracaso. Y por eso es que él tuvo tanto éxito. Nunca le tuvo miedo a lo que la gente dijera sobre él. Nunca le dio importancia, nunca tuvo miedo de fallar el tiro decisivo, nunca tuvo miedo de cometer errores. Simplemente, nunca tuvo miedo. En mi caso, ese ha sido mi gran obstáculo. Yo le tengo miedo al fracaso. Tengo tantas ganas de triunfar, que me da miedo fracasar”.
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