En las próximas elecciones brasileñas estará en juego el futuro de algo así como ciento ochenta millones de ciudadanos (la población total es de unos doscientos diez millones), que de ganar Jair Bolsonaro iniciarán un incierto camino donde una de las pocas certezas será la pérdida en sus condiciones de vida. Quizás —y no tengo ninguna seguridad al respecto— su esperanza sea que por quinta vez consecutiva gane el Partido de los Trabajadores, con Fernando Haddad, médium de Lula, como candidato presidencial.
Si el PT gana, primero que nada, deberá ejercer un severo control de sus representantes en relación con la corrupción, cosa que no hizo durante sus anteriores mandatos. Al mismo tiempo, debería llamar a un referéndum revocatorio para anular leyes laborales, decretos, dirección del gasto público, privatizaciones, desmantelamiento del Estado, etc., que el ilegítimo gobierno de Temer ha impuesto y que mucho han perjudicado a la clase trabajadora y a los más necesitados. También lo lógico sería que profundizara las políticas económicas y sociales que había desarrollado, fundamentalmente, en sus dos primeros gobiernos y, tan importante como lo más y que no hizo en sus cuatro gobiernos, movilizar, politizar y empoderar sindicatos, gremios, organizaciones barriales, indígenas, de autogestión, cooperativas, estructuras de ayuda mutua, etc.
Los que crearon las condiciones para el manipulado golpe institucional contra Dilma y el encarcelamiento de Lula no verían con agrado esa nueva realidad. Boicotear al gobierno democrático sería cuestión de tiempo y forma. No sorprendería a nadie. Ya lo han hecho.
Para sacar del medio a Dilma buscaron hasta encontrar una acción administrativa no prevista, pero que todos los gobiernos utilizaban, y el procesamiento de Lula es tan absurdo que el juez a cargo dijo, palabras más, palabras menos, “no tengo pruebas pero sí tengo convicción”.
El poder económico norteño, con la dinastía Marinho del Grupo Globo a la cabeza, la politizada cúpula del Poder Judicial, el blindaje mediático, el establishment internacional, etc., si siente que el PT amenaza sus privilegios, va a intentar nuevamente “redireccionar” la democracia hacia sus intereses. Para defender la elección, desde el primer día de su nuevo mandato, el PT tiene que generar conciencia en sus potenciales ciento ochenta millones.
Esa cantidad enorme de seres humanos no deberían quedarse de brazos cruzados viendo cómo se hipoteca el futuro de hijos, nietos, bisnietos…, el futuro de la integración sudamericana, el BRICS…
No me puedo imaginar qué harían las fuerzas armadas frente a una polarización. Sí tengo claro que a la política imperial estadounidense no le va a gustar nada que en su patio trasero se desarrolle un proyecto integrador con un Brasil movilizado por el PT, mucho menos cuando México, el otro grande latinoamericano, estrena la presidencia de López Obrador. Si gana el PT, el periodismo especializado va a tener que rever el relato que afirma “el progresismo está perdiendo espacio”.
Y ya que estamos, confieso que eso de progresismo siempre me pareció muy vago; me gustaría más llamarlos gobiernos antineoliberales, ¿no?
Por décadas he escuchado a Renato tocar su bajo y cantar y gritar y preguntar ¿Qué país es este? ¿Qué país es este? Hasta ahora ha sido el país de la corrupción política endémica, y el país de unos poquitos muy ricos y muy egoístas. Sí, Renato, el país de unos poquitos.
Las opiniones vertidas en las columnas son responsabilidad de los autores y no reflejan necesariamente posiciones del Portal 180.