Arquitectura con cabeza y pasión

El arquitecto Matías Sambarino participó este año como jurado en el Concurso Barbara Coppochin, en Italia, uno de los más importantes del mundo en cuanto a obra realizada. En 2005, una casa diseñada por él en La Pedrera, estuvo a punto de quedarse con el primer premio. En diálogo con 180, destacó la importancia del concurso y habló de cómo concibe la arquitectura: cabeza, pasión y dedicación.

Actualizado: 24 de marzo de 2011 —  Por: Mauricio Erramuspe

Arquitectura con cabeza y pasión

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Sambarino reside actualmente en el este del país, entre Punta del Este y La Pedrera, balneario de Rocha en el que pasa buena parte del año. A pocos metros de su casa está la residencia con la que participó en el concurso en 2005. Se trata de una obra que busca homenajear la geografía del lugar y que ha sido destacada en los principales suplementos de arquitectura de la región. Además, día a día, atrae las miradas de quienes pasean por el pueblo.

Resulta imposible que la obra pase desapercibida. Sus líneas y volúmenes la separan del resto de la arquitectura que predomina en La Pedrera. El arquitecto la define como una obra para vivir y ese carácter fue quizá el que no permitió que obtuviera el primer premio de aquella edición. Aunque había mayoría en el jurado para dárselo, el presidente en esa edición, Mario Botta, se negó a premiar una obra que suponía mucha renovación.

“En general los jurados tienden a no tomar decisiones demasiado comprometidas. Los premios generan tendencias y también discusiones. Entonces, si optás por una decisión tranquila, el compromiso no es muy fuerte. De todas formas éste probablemente no era el caso” explicó.

Sambarino también habló de la arquitectura en Uruguay. Si bien prefirió no entrar en generalidades, dijo que “lo que no puede primar es lo que prima hoy en día: no tengo plata y entonces no pienso. No se necesita mucho dinero para hacer un gran proyecto. Es más, no se necesita dinero para hacer un gran proyecto. Lo que se necesita es cabeza, pensar, dedicarse y sentir pasión”.

¿Cómo llegaste al concurso?

El concurso Barbara Cappochin ya tiene tres ediciones. Lo lleva a cabo la fundación italiana del mismo nombre junto con el auspicio y apoyo de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA). El objetivo central del concurso es entregar un premio bianual por obra realizada. En general los concursos son de ideas y no de obra realizada. La concreción de una obra es de un valor muy importante y no había en el mundo un premio de gran importancia que valorara realmente el hecho teniendo en cuenta que el Premio Pritzker está más destinado a la trayectoria del arquitecto. Asimismo un concurso de obra realizada es muy diferente de un concurso de ideas. Para darte una idea, cuando un jurado va a evaluar un concurso de proyectos una de las cosas más importantes es determinar si es construible lo que se propone. En el caso de una obra realizada no tiene que juzgar esto pues la misma ya está hecha. Es elemental pero muy importante.

Además está el desafío de defender tu proyecto en la práctica.

Claro. Es un premio a la práctica de arquitecto. Además, se fijó un monto muy importante de premio, 65.000 euros, como para tentar a que se presenten las grandes obras, los grandes proyectos. Y en tres ediciones se transformó en un concurso de alta importancia internacional, te diría que es el más importante en cuanto a obra realizada.

En 2005 te presentaste en la categoría de residencia.

El esquema de cómo se premia va cambiando de edición en edición. Pero básicamente primero se definen cuatro o cinco categorías, pueden ser residencial, comercial, espacio público, en algún momento existió la de edificios religiosos. Y se elige el mejor de cada categoría. Después, entre los mejores de cada categoría se elige el primer premio.

En el caso la edición 2005 me presenté con una casa construida en La Pedrera. La misma quedó tercera en la categoría residencial y séptima en el ranking total.

¿En un total de cuántas obras presentadas?

En esa edición se presentaron alrededor de 150 obras, entre ellas, muchas de autoría de los principales arquitectos de todo el mundo como Richard Meier (Estados Unidos), Waro Kishi (Japón) y otros.

¿Cómo viviste el quedar en tan alta posición?

En ese momento sentí como un gran apoyo y cierto orgullo. Cuando estuve este año, invitado a participar como miembro del jurado, me enteré de cuentos y anécdotas referentes a la premiación del 2005. En particular de la gran discusión que había generado la obra que había presentado, que la mayoría del jurado había propuesto para el primer premio, a lo cual se había negado Mario Botta, (arquitecto suizo líder de arquitectura mundial en los 80 y presidente del jurado de esa edición.)

¿Qué razones incidieron en esa decisión?

Nikos Fintikakis, integrante del jurado en el año 2005 y también en esta edición me comentó que la mayoría del jurado había bregado por una obra que suponía aire fresco en la arquitectura, a lo que Botta se había opuesto terminantemente.

Luego de toda la discusión respecto al otorgamiento de premios de la edición 2009, en la cena final con el jurado y distintas personalidades reunidas, Nikos volvió a poner el tema en el centro de la mesa y me dijo: “la principal objeción que encontró Mario Botta para darte el primer premio fue la pregunta: ¿Es una casa o es un monumento?” Le respondí: No, no es una casa, es un monumento, a la arquitectura, pagado con generosidad por un cliente para ofrecérselo al conjunto de la comunidad, ya que él sólo quería vivir adentro”.

¿Cómo viviste ese momento, tanto lo bien rankeado que quedaste en 2005 como esta participación en el jurado de 2009?

Realmente quedé muy impresionado, muy satisfecho. El resto del jurado estaba compuesto por arquitectos consagrados internacionalmente, con una alta trayectoria y de edad madura. Yo fui el jurado más joven de todas las ediciones. La discusión se centró en temas de alta importancia de la arquitectura mundial y fue interesante intercambiar puntos de vista y lograr unificar ciertos criterios.

¿Cómo llegaste al proyecto de la casa premiada?

El cliente había visto mi casa “La Casa Redonda” en La Pedrera y le había gustado mucho. Lo más importante fue una cosa que en general los clientes no hacen y es que me dio libertad absoluta para trabajar. Él quería una casa de tres dormitorios, desarrollada verticalmente. Como paso bastante tiempo en La Pedrera, desde hacía mucho venía pensando en hacer un homenaje a la geografía del lugar. De alguna manera el proyecto, la idea central que manejé, tiene referencias a las cárcavas de La Pedrera. Obviamente no sólo eso sino que existen muchas otras cosas más tomadas en cuenta en el proceso de diseño. Pero el elemento central que más pesó fue el de hacer un homenaje a las barrancas de La Pedrera.

¿Al principio hubo polémicas con algunos vecinos? ¿Te costó mucho defender el proyecto ante la comunidad? ¿Tuviste que hacerlo?

No. Creo que en La Pedrera, cuando empezamos con la construcción del proyecto en 1998, hubo dos reacciones diferentes. La primera fue “no entiendo nada”. Y la otra: “qué alucinante”. Hoy es una casa que han ido a visitar miles de personas.

Si la pregunta viene por el lado del cuidado y/o respeto al lugar, básicamente lo que hacen las paredes de la casa es continuar la barranca que contiene el terreno. Y eso lo que está diciendo es que al ambiente lo tenés que cuidar. Pero también dice que no sólo hay que cuidarlo y valorarlo sino además no tener una postura estática al respecto -la típica postura de no tocar nada ni hacer nada-. Es exactamente al revés. Hay que aportar, hay que evolucionar.

Generalmente un arquitecto hace la obra y se va, no tiene una relación cotidiana con lo construido. En este caso, vos vivís en La Pedrera en un lugar donde permanentemente ves la obra. ¿Cómo se da esa convivencia?

Con el cliente nos peleamos todos los días… (risas) La vamos remando. Digamos que puedo disfrutar la obra, me encanta. Los arquitectos tenemos una cruz y es que nuestras obras pueden ser modificadas por propietarios sin tener nosotros ninguna injerencia, cosa que no pasa en otras ramas. También están los extremos. Hay una famosa anécdota, de la época del Expresionismo alemán, de la gran época de la arquitectura alemana de los primeros años del siglo XX. Un arquitecto famoso había ido a visitar, con un amigo, a su cliente en su nueva casa. El amigo notó que éste tenía una expresión bastante molesta en la cara. Cuando se va le pregunta el porqué de esa molestia, teniendo en cuenta que todo, arquitectura y equipamiento, estaba exactamente como él lo había diseñado. La respuesta fue “El señor no tenía las pantuflas adecuadas”...

¿Cómo ves que está posicionada la arquitectura de Uruguay internacionalmente?

Es una pregunta muy difícil y muy grande. Esto obliga a tomar juicios generales y para mí es muy difícil. Yo creo que en todos lados hay arquitectura buena y arquitectura mala. Obviamente hay lugares que son más de avanzada que Uruguay, que en general tiene una posición más conservadora. La arquitectura que se hace Uruguay como de avanzada es la que se hacía en los años 20 y 30 del siglo pasado. La arquitectura de avanzada que se hace en el mundo está muy lejos de la que se hace en Uruguay y de la cabeza que tienen los arquitectos en el Uruguay.

¿Por qué pensás que falta eso? ¿Es un tema de formación, de estructuras demasiado instaladas?

En general, Uruguay ha pasado de ser un país con cierto liderazgo en los primeros años del siglo XX a ser un país ultraconservador 100 años después. Lo interesante del tema es que nadie lo haya estudiado. Sociológicamente es increíble que un país que los años 20 o 30 del siglo XX era de avanzada, hoy sea un país de cola completamente.

De todas formas lo que no puede primar es lo que prima hoy en día: no tengo plata y entonces no pienso. No se necesita mucho dinero para hacer un gran proyecto. Es más, no se necesita dinero para hacer un gran proyecto. Lo que se necesita es cabeza, pensar, dedicarse y sentir pasión.

Fotos: Ciro Varela