Repasá el ciclo sobre historia de Rusia de Gabriel Quirici
De Napoleón a la revolución
En la columna anterior repasamos la formación del Estado Absolutista Ruso moderno. Primero Iván “el terrible” y la formación de una autoridad centralizada, luego ya con los Romanov, Pedro el Grande a comienzo del s. XVIII y su “occidentalización” a la fuerza, y Catalina, en plena época de revoluciones internacionales (la de EEUU, la francesa) consolidar el poder absolutista y feudal del estado más grande del mundo, y derrotar la rebelión rural de Pugachev.
Un siglo después, “En 1883, el Conde Dimitri Tolstoi, uno de los hombres más inteligentes de su tiempo, por más que fuese un reaccionario, o quizás por eso, dijo al Embajador alemán Von Bülow: “Todos los intentos por instaurar reformas parlamentarias de Europa occidental en Rusia terminarán en fracaso. Si el régimen zarista llegase a caer, en su lugar surgirá el comunismo, el comunismo llano y sencillo del señor Marx, su compatriota, que acaba de morir en Londres y que leí con interés y atención”. (Jean Meyer, “Rusia y sus imperios”).
¿Por qué resultaron proféticas las palabras de aquel político conservador que además de llevar el apellido de uno de los escritores más grandes de la historia fue ministro del interior de Zar asesinado? ¿Qué características propias de la evolución y la cultura rusa le hicieron tener tal visión?
El siglo XIX deparó contradicciones profundas fruto de tal construcción. A comienzo de 1800 el zarismo se presentaba fuerte y consolidado. El reto de la invasión napoleónica pareció confirmar que el camino trazado era el correcto: Rusia fue la única monarquía absoluta que no cayó ante Napoleón, pero aquel triunfo (atribuible a la resistencia, a la falta de una clase burguesa que acogiera las ideas de la revolución, y al “general invierno”) no hizo sino consolidar una senda que tenía las horas contadas, pero que en el caso ruso, se convirtieron en siglos…
Perry Anderson señala que “El ataque francés, inicialmente victorioso sobre el campo de batalla, fue arruinado aparentemente por el clima y la logística; pero, en realidad, lo fue por la impenetrable resistencia de un modelo feudal, excesivamente primitivo para ser vulnerable por la espada de la emancipación y la expansión burguesa occidental… la retirada de Moscú señaló el fin del dominio francés sobre el continente: a los dos años las tropas rusas eran vitoreadas en París. El zarismo pasó el siglo XIX como el gendarme victorioso de la contrarrevolución europea.”. Colaboró para sofocar revoluciones por el mundo, y la triología Autocracia-Religión Ortodoxa-Nación se convirtieron en pilares de un sistema tan difícil de tumbar como de reformar y actualizar.
Los reinados de Alejandro (1801-1825) y Nicolás (1825-55) fortalecieron la idea de que el zarismo cumplía un rol de resguardo de los viejos valores absolutistas, no ensayaron reformas (la servidumbre seguía vigente) y profundizaron la represión sobre el campesinado y las minorías nacionales en tan extenso territorio (caucásicos, polacos, judíos y húngaros sufrieron aquella dominación). Una creciente tensión entre sectores occidentalizantes modernizadores y tradicionalistas eslavófilos recorrió el período, hasta que la derrota ante ingleses y franceses por Crimea (1855-56) puso en evidencia que, si bien el ruso era el ejército más grande del mundo, su sistema económico y tecnológico no era capaz de enfrentar a los países más avanzados.
Alejandro II (1855-1881) intentó reformas. Educativa, burocrática y social, en especial abolió la servidumbre. Pero lo hizo cuidando a la clase nobiliaria (el estado pagó por tierras y siervos a los aristócratas) y endeudando casi que de por vida a los campesinos por su “redención”. La sola mención de las reformas, abrió expectativas en la incipiente y pequeña clase media ilustrada que concurría a las universidades. Se hablaba del temor de que surgiera un “nuevo Pugachev letrado” y el movimiento Voluntad del Pueblo comenzó acciones de propaganda contra el zarismo que derivó en castigos violentos y contrarrespuestas terroristas con la “caza del Zar” en 1881, quien fue ejecutado por dos miembros de esa sociedad clandestina.
1896-1917- Nicolás II
El siglo XX tendrá a Nicolás II al mando, heredero espiritualmente convencido de su contacto con Dios y de la misión de mantener el zarismo como fuente de unidad. Pero la sociedad seguía reclamando transformaciones, ya no solo en el campo sino en las gigantes aldeas industriales que habían aparecido al influjo del propio régimen. La combinación de guerra exterior desastrosa (con el Japón desarrollado) y reclamos sociales, daría lugar a un nuevo levantamiento en 1905, pero esta vez no sería solo el campo reclamando por un Zar bueno y retornado, serían los soviets y estaban a la espera del Pugachev ilustrado.
Le explota la rebelión social pero esta vez ya no como revuelta campesina sino con los soviets en 1905 al tiempo que sufría otra derrota militar, esta vez contra Japón
“La derrota militar ante Japón y la consiguiente masiva explosión popular contra el régimen en 1905, obligaron a una serie de modificaciones del zarismo, cuya dirección hizo pensar a los liberales rusos que permitiría la evolución hacia una monarquía burguesa”
Pero no fue así, ya lo había dicho el “nostradamus ruso” Tolstoi, y el Zar implantó una restauración absolutista que se daría de bruces contra la primera guerra mundial y la primera revolución socialista. Pero la revolución rusa se hizo en modo alguno contra un Estado capitalista. Lenin, el “Pugachev universitario” habría de construir otro gigante híbrido e inesperado en la historia.
El siglo Soviético: 1917-1991
Tras el triunfo de la revolución de octubre en 1917 las cosas se pondrían complicadas. Las medidas socialistas adoptadas por el gobierno de Lenin y apoyadas por la mayoría de los soviets generaron nuevos conflictos: se firmó la paz con Alemania por separado (dando luz a la diplomacia secreta de la época zarista), se otorgó la tierra a los campesinos y el control obrero de las fábricas, y se proclamó la unión de estas dos clases sociales como base del nuevo poder en pos de una revolución mundial.
Se hicieron elecciones democráticas con sufragio universal por primera vez en la historia para formar una Asamblea Constituyente. Pero al mismo tiempo comenzaban a surgir focos contrarrevolucionarios que no aceptaban el poder de los bolcheviques y las potencias europeas miraban con desconfianza la experiencia socialista y comenzaron a ayudar a los contrarrevolucionarios, tratando de “morder” territorios del antiguo imperio convulsionado. Por eso Rusia tuvo una segunda guerra inmediata a la primera. Su guerra civil con intervención extranjera, desde enero del 18 hasta mediados de 1921. Dos catástrofes modernas juntas en el país más grande del mundo.
De forma pragmática y autoritaria los bolcheviques disolvieron la Asamblea Constituyente, pues esta no les era del todo favorable ya que había sido ganador el partido socialista campesino y no tenían mayoría en la misma. Trotsky se encargó de formar un ejército a partir de la fidelidad al gobierno que había aprobado los decretos de octubre. Lenin puso comisarios políticos en los Soviets y decretó esencial la entrega de grano a los campesinos para mantener la lucha. Los “rojos” se organizaron bien, y respondieron con violencia a la dureza de sus enemigos.
El “terror blanco” (de los que querían que volviera el zarismo y mataban a todo revolucionario que hubiera en las aldeas) se enfrentó a “Tcheka” o policía política roja, que seguía la ejemplar disposición de Trotsky: “por cada uno de nosotros, diez de ellos”.
La guerra fragmentó y pauperizó al país. Casi un millón y medio de muertos (a los que hay que sumar el otro millón de la guerra mundial previa), miles de huérfanos y famélicos, y una economía que se mostraba agotada y sin uso de dinero. Muchas zonas perdidas, emergencia de nuevos poderes locales de variado signo: nobles al este, anarquistas en ucrania, musulmanes en el centro de Asia… el viejo mapa del imperio parecía pulverizarse. Pero la combinación de fe revolucionaria y férrea organización de los bolcheviques, más el apoyo de buena parte de los campesinos y obreros que no querían volver a los tiempos del Zar, les permitió ganar a los rojos y salvar la estructura básica de aquel estado heredado.
Hacia 1921 los bolcheviques tenían el control absoluto del territorio y no existía ya oposición política activa. Pero si las condiciones iniciales de Rusia para desarrollar el socialismo hacían necesaria una revolución mundial que ayudase a su desarrollo, la situación ahora parecía peor. No hubo revolución mundial y Rusia estaba más pobre y castigada que antes de 1914.
En 1922 se formalizó la creación de la URSS con nueva constitución y nueva economía política: es que Lenin percibió que había que desarrollar las fuerzas productivas para salir del atraso y dar un poco de vida al campesinado. Así que se autorizó la propiedad privada en pequeñas empresas y que los campesinos vendieran libremente su excedente. Una economía mixta a pleno (el Estado se reservaba las grandes industrias y la energía) que le permitió salir adelante. Pero Lenin sufrió dos atentados y finalmente murió a consecuencias de ello a comienzos de 1924. Se estaban discutiendo las consecuencias complejas de la economía cuando la lucha por el poder se desató. Y Stalin, apoyado por sectores importantes del partido se impuso a Trotsky encaminando el país hacia la industrialización y la colectivización forzada.
La brutal revolución
Tras una campaña de persecusión a los opositores y de acumulación de poder personal, el nuevo jefe impuso un camino novedoso de modernización con métodos similares a los de Pedro el Grande e Iván el terrible: una industrialización extensiva y una estatización total de la economía de cara al proyecto quimérico de “avanzar 100 años en 10”.
Stalin estuvo en el poder casi el mismo tiempo que Pedro el Grande o que Catalina. De 1924 a 1953 se convirtió en figura estelar, idolatrado y con la “suerte” histórica de que hasta la ciudad a la que le cambiaron el nombre para homenajearlo fue epicentro de la victoria contra los nazis. Fue protagonista de fenómenos tan radicales como autoritarios. La URSS se industrializó, la sociedad se alfabetizó, la economía se planificó y estatizó. El partido se convirtió en una maquinaria de celo y denuncias internas que no permitía la crítica ni la desviación: casi un millón de comunistas fueron condenados a muerte en diversos juicios públicos. Otros tres millones fueron enviados a campos de trabajo forzado. Y la utilización de las purgas como elemento de propaganda del poder alcanzó ribetes inquisitoriales al decir del historiador Moshe Lewin. Un sistema que persiguió a Trostky por todos los confines, hasta dar con él en México a través de un doble espía reclutado en la guerra civil española y darle muerte en 1940. La máquina bolchevique dirigida por Stalin puso al enorme pueblo ruso a transformar la estructura económica a fuerza de trabajo “voluntario”, propaganda política y coerción.
En los años 30 la URSS era un monstruo rojo que crecía y se hacía fuerte, pero lejos estaba de ser la inspiración para la liberación internacional. Pero otra vez el mundo daba malas señales, crecía el fascismo en Europa y se caían la bolsa y la economía neoclásica en los EEUU. En vez de Napoleón, a Stalin le tocó lidiar con Hitler, que se venía comiendo a toda Europa desde 1937. La invasión nazi fue terrible, con una visión de superioridad sobre los eslavos que esclavizó gente y mató a casi 25 millones de soviéticos. Sitió casi tres años Leningrado (la vieja San Petesburgo) y casi lograron tomar Moscú. Pero fue frenada en Stalingrado (hoy de nuevo Volgogrado) en 1942. A partir de ahí, gracias a la industrialización y a la infantería mecanizada, la movida del General Zhukov permitió que los rusos revirtieran la situación, y como un rodillo fueran liberando su territorio hasta llegar al mismo Berlín y plantar su bandera roja sobre el Reichstag mientras Hitler se suicidaba.
Nacía la URSS potencia mundial, pero esta vez no era gendarme del Antiguo Régimen sino portador de una ideología de futuro y desafiante, solo que con un régimen tan similar en muchas cosas al viejo zarismo, que tenía enormidad de aspectos autoritarios y conservadores. Tanto que en el medio rural, tan castigado por el estalinismo, al jefe le decían “padrecito Stalin”. Padrecito era la forma popular de llamar al Zar.
1956/64: la era “optimista” de Nikita
Tantos eran los métodos de control y represión que dentro del propio PCUS, tras la muerte de Stalin, se emprendió una política de desestalinización: se derribaron sus estatuas, se cerraron los campos de prisioneros y se permitió cierta apertura cultural a partir de 1956. Con Jruschev se creyó en una posible convivencia con los EEUU y en potenciar el desarrollo de la ciencia y la técnica para que fuera cercana la posibilidad de llegar al comunismo en breve. El Sputnik, Gagarin, los planes de vivienda, la mejoras en el respeto a la vida de los individuos, daban para creer. Pero las propias exigencias de mejorar la política molestaban a la burocracia partidaria y el desarrollo de la economía de consumo moderna en occidente mostraban que Rusia no estaba tan avanzada como querrían. Eso hizo que levantaran el Muro de Berlín en 1961, porque la gente se escapaba para occidente un poco la libertad sí, pero mucho más por las oportunidades y las comodidades que el capitalismo (“de bienestar” ahora) ofrecía.
Un golpe de suerte (y la pésima gestión americana) le dieron la posibilidad de tener un aliado a las puertas de USA: con Cuba Nikita intentó pulsear al gigante americano. Trató de poner misiles, además de ayudar económicamente, pero tuvo que ceder ante la negativa de Kennedy y los barcos con cargamento nuclear nunca llegaron al Caribe. Era octubre de 1962 y las URSS había estado a punto de promover la guerra nuclear la crisis de los misiles fue una jugada arriesgada, que casi lleva a la tercera guerra mundial. Al mismo tiempo, el estilo optimista y exigente de Nikita cansó a muchos funcionarios burocratizados y militantes poco afectos al riesgo ideológico, que vieron como el Premier podía jugar con la estabilidad tan añorada que ponía en riesgo el poder internacional obtenido en la era de Stalin. Entonces decidieron sacarlo, aunque esta vez, ya no hubo purga ni ejecución.
La nomenklatura avejentada de Leonidas
El período posterior a Nikita estuvo dominado por Leonidas Breznev hasta la década de los 80. Conocido por todos como el momento del estancamiento soviético. No solo a nivel económico, sino también de intensidad ideológica y de congelamiento de la sociedad. Fue la época del predominio del aparato y de la nomeklatura. Con las necesidades básicas garantidas y un sistema de control autoritario pero con “reglas claras” (sin la irracionalidad estalinista): los ciudadanos soviéticos vivieron una etapa de relativa tranquilidad pero de paulatino quede cultural y tecnológico. Con excepción de la ciencia aplicada a la defensa, la sociedad soviética se quedó en los años 50: no había desarrollado un mercado de consumo, ni de información. No se podía casi salir del país y se evitó la transformación del socialismo propuesta por los jóvenes checos en 1968 con una nueva invasión a un país satélite.
El historiador Archie Brown señala que se trata quizás de la época más tranquila y de confort de Rusia en el siglo. No sin dificultades y represión. Pero con menos conflictividad y penurias. Tal “estabilidad” con el paso de los años dio lugar a la permanencia de los mismos cuadros en los mismos lugares y una vieja gerontocracia se fue extinguiendo con sus vidas sin que casi nada cambiara.
Hacia 1980 la URSS estaba importando trigo a los EEUU porque su campo no tenía la productividad suficiente para cubrir la base alimentaria de su población. Y Breznev se murió. De viejo y sin purgas. Chermenko lo sucedió, pero no duró ni un año, porque era viejo también y de causas naturales expiró. Entonces vino Andropov, con ideas de reformar y se murió a los dos años… porque eran parte de una cúpula dirigencial heredera de un pasado que ya estaba feneciendo.
En medio de esto, se habían metido a “corregir” un problema interno de los comunistas afganos, y vieron cómo su ejército (el más grande del mundo) no podía derrotar a los mujaidínes en Asia Central. Se estaban ganando su propio Vietnam. Era hora de reformar.
De un Mijail a otro: la fallida Perestroika
El estado zarista había nacido con un débil Mijail Romanov de 16 años allá por 1613. Lo habían elegido por joven, pero sobre todo porque los otros nobles querían dominarlo. Ahora, en 1985, era elegido otro “joven” Mijail, eso sí, de 53 años, para tratar de reformar un régimen que parecía inmóvil y estancado.
Gorbachov se inspiró en el período de Lenin y trató de transformar la economía con apertura a la participación de obreros y del sector privado. Al mismo tiempo puso mucho énfasis en la necesidad de dar transparencia a la información y libertad de expresión para que los planes, los datos y los resultados fueran reales, y no, como ocurría antes, una maraña de informes burocráticos maquillados e interesados para cubrir posiciones. En cierta medida, revitalizó al régimen, pero también desveló con dureza todas sus fallas. Cuando el accidente de Chernobyl en 1986 quedó impresionado de cómo los informes le ocultaban problemas y radicalizó su glasnot. En el frente exterior se propuso terminar con la Guerra Fría y la descomunal inversión armamentística. Fue un gran paso para la paz mundial pero generó muchas dudas sobre el papel hegemónico de la URSS en Europa central.
En sus discursos, Gorbachov siempre defendió la idea de salvar al Socialismo a través de la democracia y la apertura, pero sus políticas generaron un conflicto tal en medio de un sistema anquilosado, que no pudieron más que llevar a la disolución. Los reformistas (liberales y nacionalistas) querían más: más privatizaciones, más autonomía o la simple secesión. Los conservadores (la burocracia y el ejército) querían volver a la vieja URSS. Y así este último Miguelito de nuestra historia quedó un poco que solo en un poder que no gobernaba nada: tras la caída del muro, la separación de las repúblicas bálticas y la salida de Yeltsin del partido en Rusia, Gorbachov sufrió un intento de golpe de estado de parte de los conservadores y no tuvo casi más qué hacer. Si bien había convocado a elecciones libres y a un plebiscito para mantener la URSS con reformas, el viejo aparatichik Boris Yeltisn, liderando un nuevo partido nacionalista ruso dijo desconocer a la URSS como autoridad, y el resto de los integrantes de la vieja federación se alejó. En diciembre de 1991, la URSS era historia.
Repasá el ciclo sobre historia de Rusia de Gabriel Quirici
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