Los otros habían salido de Montevideo a cortarles el paso. Defendían al gobernador español y a la Junta de Sevilla, que por entonces trataba de reunificar el poder en una España caótica, sacudida por la invasión napoleónica y la prisión de Fernando VII “el Deseado”.
Curiosamente ambos bandos decían guardar sus respetos por el rey-príncipe cautivo. Pero mientras los que venían de Montevideo representaban lo “godo” (lo español), los del litoral venían influidos por las ideas rebeldes criollas (Mariano Moreno había redactado un plan de operaciones del cual salió la idea de contactar a Artigas) y estaban indignados con el Bando de regularización de títulos de la campaña que favorecía a los europeos y más acomodados.
Al parecer la cosa fue larga. De la mañana al atardecer y con cancha embarrada. Varios embates, cañonazos, retiradas y vuelta a atacar. Pero cuando la situación parecía no tener un ganador claro, una vuelta en falsa retirada de los alzados le dio por el flanco a las tropas godas dirigidas por Posadas. Ahí en el “entrevero”, el cuerpo a cuerpo fue favorable para los criollos. Casi 10 veces más muertos le propinaron (200 contra 20) y su jefe, José Artigas, el “coquito de la campaña” (así le llamó el español Zalazar; coquito por “hacer cabeza”) se hizo además de 460 prisioneros mientras los corrían en retirada. El sur de la campaña oriental quedaba despejado para la Junta de Buenos Aires, y los españolistas debieron encerrarse tras las murallas de una Montevideo que pronto sería sitiada. Era la primera victoria militar de los criollos en el Sur.
Una batalla contra el mármol
Tengo la impresión de que Las Piedras, como batalla, tiene una presencia rara en la memoria colectiva. Como que todos sabemos algo de ella pero nos resulta menor, y su reiteración en un feriado que hasta es móvil, en parte la vacía.
Que Artigas ganó con un movimiento envolvente, que amagó irse por un cerro y subió por el otro lado, y que al derrotar a los españoles nos dicen que dictó clemencia. Sumemos el cuadro de Blanes asociado a lo oficial, la repetición de actos escolares. Pero no le tenemos una estima cercana al orgullo nacional al “estilo Maracaná”. Es más, como representa en parte la faceta militar de Artigas hay algo que no es tan celebrado como sus instrucciones políticas o sus reglamentos agrarios.
Los números a priori tampoco ayudan: los combatientes unos miles nomás, las bajas fueron decenas de nuestro lado y unos centenares entre los de Posadas. Y es cierto que la revolución recién empezaba y había mucho camino por andar. De todas formas hay dos elementos de aquel combate vale la pena recordar, y que no son pura anécdota o pintorequismo de simpatía con el pasado. Siempre es bueno revisar mitos, pero digamos que también puede ser legendario (y fantasioso) no encontrar nada de verdad ni de importancia en nuestros propios legados.
La participación social
Su importancia en el entramado social de aquel momento. Pues el número de combatientes, que parece bajo, debe ubicarse en contexto. Si bien no hay datos exactos, existen importantes investigaciones sobre los padrones de población de aquella época y las ciudades más números de la campaña tenían entre 200 y 500 habitantes, con un total aproximado de entre 20 y 30 mil personas en todo el territorio oriental. Por tanto el combate movilizó aproximadamente a un 10% de los habitantes. Y debe agregarse a esto que los milicianos y combatientes dejaron tras de sí a sus familias (muy extensas al uso por cierto) por lo que el grado social de involucramiento al momento del choque fue muy alto si se tiene en cuenta además, que el foco de levantamiento revolucionario correspondía al litoral y el sur.
Basta con tener presente que a fin de ese año de 1811 la redota llevaría consigo para el norte a casi 8.000 personas (de las que fueron censadas; otros estaban lejos o no se dejaron censar) y la idea es que la campaña se “despobló”. Y conste que en aquel “éxodo” ya tenemos a todos los pueblos levantados. De forma tal que si se pudiera restringir al área de levantamientos original, que fue de Asencio a Soriano, Mercedes, Colonia, Paysandú y San José… Así que la participación social en vez de ser escasa fue muy alta.
Salvar a Buenos Aires
Esto permitió el segundo elemento de destaque histórico. Por primera vez en una amplia zona del Virreinato del río de la Plata, la mayoría de la población le ponía resistencia y derrotaba a los españolistas y se asociaba al gobierno de Junta de Mayo criolla. Esto nos habla del carácter levantisco y libertario de aquella sociedad de frontera rural, y explica la salvación, si, sin exageración, de la revolución liberal y regional en el Río de la Plata.
Así como en 1806 las poblaciones orientales liberaron a Buenos Aires de los ingleses, y luego en 1807 los porteños hicieron lo mismo con Montevideo, una historia pendular de ayudas recíprocas da carácter regional al valor histórico de la batalla de Las Piedras.
La Junta de Mayo de 1810 estaba por cumplir un año sin lograr que ningún territorio del viejo Virreinato le obedeciera. Diferentes ejércitos y proclamas se habían enviado al norte, al interior, al Paraguay, a Montevideo y siempre el resultado era negativo: o la “indiferencia” (caso paraguayo) o el rechazo y la derrota (Montevideo, Alto Perú y Córdoba). Enviado que Buenos Aires mandaba, negativa que obtenía. Tropas que organizaba, derrota que le sucedía. Y así se venía formando una suerte de “tenaza” geopolítica anti-revolucionaria desde el norte y este. Los españolistas de Alto Perú, Córdoba y Montevideo bien podían dejar a Buenos Aires encerrada… fueron los orientales (apoyados logísticamente por Buenos Aires como vimos) los que le dieron una primera victoria salvadora y a partir de ahí se pudo pasar al ataque y sitiar Montevideo y en la plaza de Mayo se inauguraba el primer monumento patrio festejando por aquellas primeras piedras.
Cuadro Batalla de Las Piedras de Diógenes Hequet, 1895
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