Si bien el Senado aún continúa con sus deliberaciones -la mayoría se ha pronunciado a favor de su destitución y muy pocos en contra- y aunque la presidenta aseguró que luchará por su mandato con uñas y dientes, el ambiente en Brasilia era de despedida. Se anticipa el fin de una era.
La impresionante Plaza de los Tres Poderes en Brasilia, que reúne tres edificios diseñados por Oscar Niemeyer -el Palacio de Planalto (sede del Ejecutivo), el Congreso y la Corte Suprema-, estaba completamente vacía, rodeada por una valla policial que impide el acceso.
Las avenidas estaban silenciosas, y el asfalto resplandecía ante las altas temperaturas de Brasilia.
Aparte de la policía que custodiaba los recintos, tan solo un puñado de personas deambulaban en las afueras de los inmensos edificios modernistas, algunos protegidos del sol con sombrillas.
Dos guardias de seguridad, vestidos con sus uniformes típicos, chaqueta azul y pantalón blanco, se mantenían erguidos en las afueras del monumental Palacio de Planalto.
El estacionamiento estaba casi vacío y apenas un grupo de funcionarios de gobierno entraba y salía.
"El ambiente es muy triste aquí", comentó una mujer que trabaja en el gabinete de Rousseff, al ingresar al recinto en el que será probablemente su último día de trabajo en el gobierno.
"Muchos de nosotros estamos buscando un nuevo empleo. No queremos trabajar para el vicepresidente", dijo en referencia a Michel Temer, quien asumirá las riendas del gigante sudamericano cuando Rousseff sea suspendida por hasta 180 días, mientras el Senado la somete a un juicio político.
"Hay una sensación de incertidumbre sobre nuestro futuro", indicó la mujer, que pidió el anonimato.
Rousseff ya ha retirado objetos personales de su despacho, dijo un responsable de la presidencia a la AFP. Debate si retirarse de Planalto de la manera más discreta posible o con la actitud guerrera que siempre la ha caracterizado, rodeada de simpatizantes.
Enojo
Dentro del Congreso, el ambiente era de frenesí: los senadores exponían sus argumentos en favor y en contra de la destitución de Rousseff, tanto en el hemiciclo como en los pasillos.
Todo indica que la oposición supera con creces los votos necesarios para suspender a la presidenta, acusada de maquillar las cuentas públicas para disfrazar el déficit del país, lo que según ellos agravó la profunda recesión económica que atraviesa Brasil.
En las calles, incluso las personas que manifiestan su repudio a Rousseff creen que habrá pocos motivos para celebrar si Temer asume el poder.
Una gran empalizada de metal fue montada frente al Congreso para dividir a manifestantes a favor y en contra del impeachment, una señal más de la profunda división que vive el país.
De momento, casi no hay manifestantes, y la gigantesca explanada luce más austera que nunca.
Sulineide Rodrigues, una costurera de 59 años, fue una de las pocas en aparecer temprano del lado de los defensores de Rousseff.
"No creemos que Temer haga una mejor gestión", dijo.
"¿Pero sabe qué haremos? Tendremos varios juicios de destitución hasta que haya alguien que escuche a los brasileños".
Andre Rhouglas, de 55 años, embanderado con carteles de repudio tanto contra Rousseff como contra Temer, cree que todos deben ser condenados.
"Todos robaron", dijo Rhouglas. "El país entero ha fracasado".
Tensión
La división en Brasil es tal que hasta la policía asignada para evitar enfrentamientos entre los manifestantes se enfrascó en un acalorado debate sobre si era justo o no juzgar a la presidenta y si en efecto se trata de un golpe de Estado, tal como ha dicho la mandataria en incontables ocasiones.
"Dime una cosa que haya hecho, dime al menos eso", señaló un funcionario.
"Hizo maniobras contables", respondió el otro.
"¿Pero cuáles?", insistió el primero.
Denilson Peres, un funcionario de Salud Pública que reside en la frontera de Brasil con Uruguay, cree que la plaza modernista, tan vacía y tan custodiada, no es más que símbolo de un futuro sin retorno.
"Ya es un hecho, inevitable," afirmó. "Mañana (Dilma) no será más la presidenta de Brasil".
(AFP)