Debería ser la norma pero en general la política uruguaya, más allá de los acuerdos básicos que permiten la convivencia democrática y el diálogo interpartidario, está acostumbrada a que una parte proponga y la otra trabe, se oponga, cuestione monolíticamente. No importa quién esté de qué lado. Hace décadas que es así.
Es verdad que eventualmente hay acuerdos en el Parlamento pero no es la norma.
La conferencia de prensa conjunta entre el intendente de Montevideo, Daniel Martínez, y quien fuera su principal rival en las elecciones, Edgardo Novick, puede ser una señal de que algo está cambiando. Ojalá así sea.
Que Montevideo necesita obras es un acuerdo general. Que las sucesivas intendencias del Frente Amplio han sido incapaces de encarar muchas y muy necesarias mejoras de infraestructura, también.
El tránsito parece al borde del colapso en las horas pico. La basura es un problema una semana sí y la otra también. El deterioro y abandono en muchas áreas de la ciudad han hecho que el espacio público deje de ser eso, público. Y la lista puede seguir.
Una ciudad que tiene todo para ser un hermoso lugar para vivir, muchas veces deja de serlo por incapacidades en la gestión que la administra. Eso fundamentalmente es responsabilidad del partido que la gobierna desde 1990, el Frente Amplio. Pero la oposición también tiene una cuota de culpa y un papel para jugar en la búsqueda de soluciones.
El encuentro entre Martínez y Novick fue un primer paso. Es saludable el anuncio de un acuerdo que permite al menos una parte de las obras que pretende realizar la Intendencia en la ciudad.
Ninguno de los dos dejó de ser quien es. Ambos llegaron con sus intereses. Uno busca consolidar el espacio del Partido de la Concertación y forjarse como una alternativa en Montevideo y, quizás, en el país. El otro, tiene el desafío de una ciudad y un electorado que demandan gestión. Llegaron con sus cargas e intenciones pero en una negociación, que seguramente estuvo plagada de diferencias, lograron un punto medio que permite avanzar.
En otros ámbitos de la política nacional eso parece imposible. Ni qué hablar si extendemos la mirada a la región donde los partidos se disputan las cuotas de poder sin dar lugar a los matices y a la convivencia, centrales en el juego democrático.
La de Montevideo fue una pequeña pero destacable excepción. Ojalá este sea un ejemplo que se traslade a otros problemas. No solo de la ciudad.
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