Los resultados han tenido una gran difusión y no hace falta reseñarlos en detalle. Lo que cuenta, es que el candidato que representa al ex Presidente Álvaro Uribe, Oscar Iván Zuluaga, que al comienzo de la campaña electoral figuraba en los últimos lugares de las encuestas, terminó ganando las elecciones con casi el 30 % de los votos, seguido del actual Presidente, Juan Manuel Santos, ex Ministro de Defensa de Álvaro Uribe, con poco más del 26 % de los votos, en contraste con la intención de voto en el comienzo de la campaña, en la que aparecía como seguro ganador, a buena distancia de sus rivales. Importa también tener en cuenta que la candidatura del ex Alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa (de la Alianza Verde) que figuraba como el más seguro contendor de Santos al comienzo, terminó quinto, con un escaso 8 % de los votos. En medio de ambos extremos (en materia de resultados) se ubicaron las dos candidatas mujeres, la conservadora Marta Lucía Ramírez y la representante de la izquierda, Clara López, ambas ubicadas en el entorno del 15 % de los votos. Todo esto, por cierto, teniendo en cuenta que se registró un 60 % de abstencionismo.
Como se sabe, Colombia está atravesada por agudos cuadros de violencia, que mezclan situaciones en donde se notan mejorías relevantes (la disminución de los homicidios en las principales ciudades, por ejemplo) con otras en donde los problemas se arrastran (como los que afectan a los millones de desplazados que ubican a Colombia como el país con más desplazados del mundo por habitante) en medio de una “naturalización” que desespera. Por ello, el tema excluyente de la campaña electoral es el de la paz, asociada a las conversaciones que el gobierno está sosteniendo con las FARC en La Habana, criticadas fuertemente por Zuluaga, quien ha dicho que si gana la segunda vuelta, le impondrá más exigencias a la guerrilla en las negociaciones. Y el Presidente Santos ya ha planteado que en la segunda vuelta, se enfrentarán los que quieren “el fin del conflicto” (que lo seguirán a él) y los que quieren mantener “el conflicto sin fin” (en alusión a Zuluaga y Uribe). Ningún otro tema será siquiera mencionado en estas próximas semanas.
Así están planteadas las cosas, sin duda, por lo que la pregunta obligada es por qué ocurre todo de este modo. Uno de los libros que leí en estas últimas semanas, me ayudó a recordar y a ubicar con más precisión algunas de las coordenadas explicativas. Tiene un nombre muy particular: “Pa que se acabe la vaina” (editorial Planeta, Bogotá, noviembre de 2013) y está escrito por William Ospina, “poeta, ensayista, novelista y traductor”, de acuerdo a la presentación incluida en el libro. El título me hizo acordar (inevitablemente) a la canción sobre “moralito” de Carlos Vives, pero en realidad la frase tiene orígenes anteriores y una gran relevancia, desde el momento en que es utilizada ampliamente en muy diversos ámbitos, para expresar el deseo de que algo se termine de una buena vez, se aplique al ámbito que sea. El autor, con una prosa atrapante y de gran fluidez, sostiene que el problema de fondo anida en la construcción forzada de una nación centralizada y uniforme, en un territorio donde habitan pueblos muy diversos entre sí, por parte de una clase dirigente que ha renegado desde siempre de su pertenencia a esta zona del mundo, envidiando y añorando parecerse al mundo “civilizado” de Europa y Estados Unidos. Por ello, sostiene Ospina, el sistema político está totalmente divorciado de la gente, y la única manera de imponer su modelo de país es por la fuerza. Así ha ocurrido desde la propia conquista española, y así siguió siendo desde la independencia subordinada que las clases dominantes locales procesaron en aquellos tiempos, pasando por diversas etapas con sus propias especificidades, pero manteniendo siempre aquel hilo conductor.
“Desde hace medio siglo -dice Ospina en el comienzo mismo de su relato- Colombia vive uno de los conflictos políticos más dramáticos del hemisferio occidental, con cientos de miles de muertos, millones de víctimas y de refugiados internos, millones de migrantes a otros países, y un creciente deterioro del orden institucional que se puede medir por la crisis de la justicia, los niveles escandalosos de corrupción, el número de congresistas y gobernantes que pasan directamente del poder a la celda, los índices de pobreza y de miseria, la inseguridad, la delincuencia, el atraso de la infraestructura y la incapacidad de convertir la indudable riqueza del territorio en algo que beneficie a las mayorías y garantice la prosperidad general”. ¿Qué más se puede decir?
Pero Ospina agrega algo tan o más significativo: “Lo más alarmante de este fenómeno -sentencia- es lo imperceptible que resulta para el mundo. Colombia es un país que tiene la misma población de Argentina y de España, dos veces el territorio de Francia, y una situación geográfica extraordinaria: con extensos litorales sobre el mar Caribe y el océano Pacífico, con el punto en que se unen las dos mitades del continente, con la región más poblada de la cordillera de los Andes, y con la mitad de su territorio en las praderas fluviales del Orinoco y del Amazonas”. Y remata: “La primera pregunta que uno tiene que hacerse es por qué un conflicto tan complejo y persistente, en un territorio tan importante para el planeta, con todos los recursos naturales, una asombrosa biodiversidad y las mayores fuentes de agua y de oxígeno, puede resultar tan invisible y tan incomprensible para el mundo”. Tal cual, lo constato cada vez que comento el tema, donde sea.
Esta vez llegué en medio de otra campaña electoral, que apenas se nota en las calles y de la que casi nadie habla, pero que ocupa una buena parte de la programación de las grandes cadenas mediáticas, y no pude menos que reflexionar sobre esta coyuntura, a la luz del libro de Ospina y de la lectura de otro libro también muy interesante y con otro título muy particular: “Emputados: el Libro de los Indignados Colombianos” (Premio Planeta 2014) escrito por la politóloga y periodista María Jimena Duzán (Bogotá 2014). Duzán construye su libro en base a entrevistas, destacando en su presentación que los personajes que entrevistó para este libro “son en su gran mayoría unos ilustres desconocidos para la mayoría de los colombianos. No forman parte del ABC de la política colombiana, son casi todos muy jóvenes, casi nunca salen por la televisión ni son reconocidos por la calle. La mayoría de ellos vive en el anonimato, en la periferia, allá donde los reflectores de los grandes medios no los detectan ni los reconocen. Sin embargo -agrega- todos ellos, a pesar de no estar en el radar mediático, no sólo han protagonizado las movilizaciones sociales y políticas más importantes de los últimos dos años, sino que han logrado impulsar cambios en la política nacional por fuera de los cauces tradicionales”. Son líderes campesinos y estudiantiles, jueces y gente común metidos a la política, que han parado las reformas de la educación superior y de la justicia impulsadas por el gobierno, y han liderado masivas protestas en muy diversos escenarios.
Sin duda, Colombia es un gran país, con enormes y riquísimos contrastes, con un sistema político anquilosado y una sociedad civil impresionantemente activa, con una cultura exuberante (me tocó recibir la noticia de la muerte de García Márquez, nada menos que en Cartagena), del que apenas sabemos unas pocas cosas en el exterior (la violencia, las negociaciones de paz …) pero en el que se puede aprender mucho si se logran superar los estereotipos dominantes, y que -sin duda- nos hace mucha falta -próspero, democrático, igualitario y en paz- en América Latina. Por ello, los resultados de la segunda vuelta, el próximo 15 de junio, interesan mucho (también) fuera de fronteras, pues de allí surgirá -seguramente- la estrategia de seguridad del próximo gobierno y, en dicho marco, se jugará el futuro de las negociaciones en La Habana y de la paz en la región.
Sobre el probable resultado, son muchas las especulaciones a esta hora. Lo que hasta hace poco se daba por descontado, esto es, el triunfo sin mayores contratiempos del Presidente Santos, ya no se mantiene como hipótesis de trabajo. No se descarta que pueda ganar, pero lo cierto es que para lograrlo tendrá que trabajar muy duro en estas próximas semanas. Tres parecen ser las posibles claves del éxito en tal sentido. En primer lugar, convencer a una buena parte del electorado que no votó, de que lo haga -efectivamente- en la segunda vuelta. En segundo lugar, consolidar alianzas sólidas con la izquierda y evitar la alianza del Partido Conservador con su contendor uribista. Y en tercer lugar, algo que es condición para el logro de los dos objetivos anteriormente mencionados: neutralizar la capacidad del uribismo de mostrar como contundentes verdades, al menos tres grandes mentiras que se “vendieron” muy bien en la primera vuelta, , tal como lo sostiene Duzán en su columna de “Semana”: la primera es sostener que Santos está llevando al país al “castro-chavismo”; la segunda es sostener que Santos le está entregando el país a las FARC en La Habana; y la tercera, es sostener que toda la campaña de denuncias contra los principales dirigentes del uribismo, es un “montaje” que no tiene ningún asidero en la realidad.
De Santos se puede decir muchas cosas … pero no que es izquierdista. De las conversaciones de paz en La Habana, también … pero no que no son vitales, si lo que se pretende es salir del conflicto más largo y sostenido de toda la historia latinoamericana. Y en defensa de los uribistas se podrán exponer argumentos muy variados … menos que no están ligados al paramilitarismo y a las peores prácticas antidemocráticas vigentes en el país. Todo esto es muy claro … pero lo cierto es que la propaganda electoral logró transformar completamente los hechos y convencer a una buena parte del electorado, que optó por la “seguridad” … al precio que sea, que en este caso, es ni más ni menos, volver a las peores prácticas antidemocráticas, de las que sólo se benefician quienes lucran con el conflicto armado. Y no hay dudas de que la oligarquía (el término tiene total vigencia en aquellos lares) está apostando claramente al regreso del uribismo. Todo esto le plantea a la izquierda un fuerte y claro dilema: puede asumir la postura cómoda de decir que la segunda vuelta es una contienda entre dos expresiones de la “derecha” (lo cual es cierto) o asumir que lo que está en juego es de una gran relevancia y apostar claramente por Santos. Hasta ahora no está claro qué se vaya a decidir, pues hay líderes políticos de izquierda que sostienen la pertinencia de ambas opciones. Ojalá triunfe la sensatez política y el 15 de junio el triunfo de Santos sea contundente.
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