Comparto plenamente las propuestas formuladas. Comparto, sobre todo, lo que creo que es la médula de su mensaje: “no hay que tenerle miedo a los jóvenes”. Y comparto, también, las iniciativas propuestas, en particular, las relativas al fomento de la participación juvenil. Y por supuesto, comparto plenamente la propuesta de ir a una nueva reforma educativa, y en particular, la propuesta de consultar a los jóvenes al respecto.
Se ha dicho muchas veces: la sociedad uruguaya mira con desconfianza a sus jóvenes, y no sólo a los jóvenes “pobres” (vistos como potenciales delincuentes hasta que demuestren su inocencia) sino a todos los jóvenes. Y si bien es explicable (la nuestra es una sociedad envejecida, que procesa sus cambios muy gradualmente …) es una mirada injusta y perjudicial para el país, porque no reconoce los importantes aportes que los jóvenes hacen y pueden hacer (si se abrieran los espacios correspondientes) al desarrollo humano en todos los planos.
Cansa ver cómo los grandes medios de comunicación abruman constantemente a la opinión pública con imágenes negativas (culpando siempre a los jóvenes) y como muchos dirigentes políticos y sociales se hacen eco de tales campañas y hasta las fomentan irresponsablemente. Pero a la vez, reconforta ver cómo los jóvenes (la abrumadora mayoría de los jóvenes) se esfuerzan cotidianamente por salir adelante (estudiando, trabajando, dando una mano solidaria allí donde haga falta …) pese a todas las barreras que tienen que enfrentar.
También reconforta ver cómo en los últimos años se han puesto en práctica varias iniciativas programáticas gubernamentales relevantes, para favorecer a los jóvenes. No hace falta hacer una lista exhaustiva al respecto; baste recordar el aumento de presupuesto educativo (acompañado de varios programas para el fomento de la inclusión educativa, en particular), la Ley de Empleo Juvenil y el Programa de Salud Adolescente, acompañados de una muy sana práctica de rendición de cuentas, cada 12 de agosto (día internacional de la juventud) sobre la gestión pública en este importante campo de las políticas públicas.
Del mismo modo reconforta cómo, desde el Parlamento, se han dado señales claras del interés por legislar en sintonía con temas que despiertan gran interés en las generaciones jóvenes, ya no sólo como beneficiarios directos, sino guiados por esa casi natural inclinación a revelarse frente a las injusticias y a sumarse a las campañas contra las desigualdades sociales existentes, que surgen constantemente. La despenalización de la marihuana, el matrimonio igualitario y la legalización del aborto, son tres muestras claras al respecto, pero no las únicas, sin duda.
Sin duda, es mucho lo que se ha avanzado, en muy pocos años, por cierto. Pero la deuda con los jóvenes sigue siendo muy alta. El fracaso escolar en el bachillerato (lo que solemos mal llamar “deserción escolar”, achacándole la culpa del fracaso al estudiante) es uno de los más altos de América Latina, y aunque la inserción laboral de los jóvenes ha mejorado notoriamente (bajó el desempleo, mejoraron las remuneraciones, bajó la informalidad laboral, etc.) la relación entre desempleo juvenil y desempleo adulto es la peor de América Latina (en promedio, en la región tenemos dos desempleados jóvenes por cada adulto en la misma condición y en nuestro país esa relación es casi cuatro veces superior), bajó el embarazo adolescente, pero sigue siendo alto entre las que viven en contextos de pobreza …
La lista podría ser aún más larga, pero no hace falta ir más allá. Importa, sí, tratar de interpretar por qué estas cosas están cómo están, tomando (como ejemplo) dos de los indicadores más preocupantes: fracaso en el bachillerato y desigual mejora en el empleo.
El fracaso escolar en el bachillerato tiene, sin duda, una clara relación con el aumento de la matrícula, que se ha concretado de la mano de la llegada de jóvenes que nunca antes habían podido acceder a este nivel educativo, y quien pretenda desconocer esto, simplifica o (directamente) miente. Pero también influyen las prácticas educativas, que no se han podido adaptar (lleva tiempo, sin duda) con la celeridad y la pertinencia del caso. Hemos puesto en práctica varios programas “piloto” (Compromiso Educativo, + Centros …) pero éstos no se han integrado al “tronco” de la dinámica educativa, que sigue siendo (casi) la misma de siempre.
La inserción laboral de los jóvenes ha mejorado menos que la inserción laboral de los adultos, por la importante formalización de las relaciones laborales, una vez reimplantados los Consejos de Salarios y mejoradas las negociaciones correspondientes entre empresarios y trabajadores (en un marco de expansión económica relevante) que han priorizado la mejora de las condiciones de trabajo de los trabajadores en actividad, pero no han mostrado la misma preocupación por los que intentan entrar al mercado de trabajo o lo han hecho muy recientemente y todavía a través de modalidades transitorias y altamente cambiantes.
¿Todo esto desmerece la gestión del gobierno en estos campos? De ningún modo. Lo que se pretende es destacar problemas que todavía tenemos que encarar con más decisión y a través de iniciativas pertinentes, seguramente a partir de la próxima gestión de gobierno, articulando e institucionalizando (tendiendo lo más rápidamente posible a su universalización) los diferentes programas piloto existentes en la educación media (junto a otros que probablemente habrá que instalar) y definiendo -con más precisión y con mayores alcances- un abanico más amplio de iniciativas para el fomento de la inserción laboral de los jóvenes, operativizando más y mejor la Ley de Empleo Juvenil.
En un plano más general, por su parte, importa tener en cuenta que desde el INJU se está trabajando en el diseño del Plan de Acción de Juventudes 2015 – 2025, que viene siendo consultado desde hace tiempo y en breve será presentado públicamente. De este modo, se podrá contar con más insumos calificados para alimentar la propia campaña electoral, y en este marco, la sociedad uruguaya en general y su clase dirigente en particular, deberán discutir como incorporar más y mejor las desigualdades intergeneracionales a la lucha contra las desigualdades sociales que se viene librando en varios planos relevantes.
Seguramente habrá que volver (en próximas notas) sobre varios de estos temas, pero por el momento, importa reconocer y destacar (una vez más) el valor de las palabras que pronunciara Tabaré Vázquez en estos días, dado que constituyen un gran espaldarazo al trabajo con jóvenes y una respuesta pertinente y oportuna a cientos de miles de jóvenes que observan y participan, atentos y comprometidos con su país, aunque esto nunca sea “noticia”.
Ernesto Rodríguez es Sociólogo, Director del Centro Latinoamericano sobre Juventud (CELAJU) y Coordinador del Portal de Juventud de América Latina y el Caribe (www.joveneslac.org y www.youhtlac.org). Es Investigador, Docente y Autor de numerosas publicaciones sobre temas de su especialidad. Actualmente, trabaja como Asesor de Gobiernos y Consultor de las Naciones Unidas, del Banco Interamericano de Desarrollo, del Banco Mundial, de la Unión Europea y de la Organización Iberoamericana de Juventud, en Políticas Públicas de Juventud, Prevención de la Violencia y Desarrollo Social.
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