Quise salir del terreno de las interpretaciones conductuales yendo a lo fáctico. Le pregunté:
—¿Vos cuántas veces por día lo sacás?
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«Ay, dios santo, cómo has creado minas así de taradas. Se viene a enterar por el veterinario de que los perros no pueden llorar por el pasado ni proyectar un futuro», pensé, pero le contesté:
—Ahh sí, sí, yo había oído también eso de que no tienen memoria.
Me vine a casa apenas pude, sorprendida todavía de su estupidez. Pero con los días algo cambió. Sus palabras no se me iban de la cabeza y un día encontré la luz en ellas.
Ahora, cuando siento culpa porque no saqué a Mengana en todo el día y tengo ganas de salir de noche, le digo:
—Perdoname, divina, pero me tengo que ir. Incluso si yo te hubiera sacado esta mañana, vos ahora no lo podrías recordar. Estarías igual que ahora. Y tu presente es este: te amo y me voy.
Cuando bajo la escalera, vuelvo a pensar en esa gran verdad de que todos los encuentros ocurren por algo.