El río Dajabón se estableció como límite entre Haití y República Dominicana a fines del siglo XVIII. Separa las ciudades de Ouanamithe y su vecina dominicana que lleva el mismo nombre del río. Pero desde mediados del siglo XX se conoce a esa separación como río Masacre debido a la matanza de miles de haitianos que ordenó el dictador dominicano Rafael Trujillo.
En esa frontera hoy existe un puente con portones en las dos puntas. Las migraciones de ambos países controlan el pasaje de personas durante todos los días, pero los viernes y lunes de ocho a cuatro de la tarde las puertas se abren y por allí pasa el que quiere con lo que quiere. Maní, arroz, gallinas, lentes, teléfonos celulares, verduras, ropa, sillas y mesas de PVC, bebidas, electrodomésticos y más. Todo se transporta en carretas y carros a tracción humana o en la cabeza.
Antes el comercio era bilateral, pero ahora son solo los haitianos que van hasta la feria -Mercado fronterizo de Dajabón- del lado dominicano a vender o comprar productos. Desde las siete ya esperan con sus bolsas cargadas o con cajones vacíos listos para ser llenados. Del lado haitiano en Ouanamite esperan camiones vacíos.
El puente está lleno e incluso algunos están colgados de lado de afuera de la baranda Son las ocho y las puertas se abren. Los haitianos corren y aquí no se aplica el criterio mujeres y niños primero. Son hombres, mujeres y niños que corren a la par. Y si uno cae, mala suerte. Nadie frena.
Foto: Emiliano Zecca
Otros bajan y cruzan por donde el río está seco o si no aprovechan las zonas en que el agua no pasa los tobillos. Después trepan una barranca de dos metros. Ahí los que ya subieron ayudan a los demás. También hay hombres, mujeres y niños.
Rony trabaja como guía en la frontera. Dice que los jefes de Migración lo conocen y siempre lo dejan pasar. "En la frontera solamente hay haitianos pasando miseria, buscando trabajo, pero no hay. Muchos quieren entrar a Dominicana, pero solo a veces los dejan. Del otro lado hay un coronel que a veces le gusta ver a los haitianos y a veces no. Acá se agrupan de a muchos para entrar y ellos no quieren eso, quieren dejarlos pasar de a uno", cuenta.
Al mediodía hay 40 grados sobre el puente. Los haitianos siguen corriendo bajo el sol, pero ahora también pasan camiones. Los cajones con gallinas vivas pasan llenos y se las escucha entre los gritos de la gente y los bocinazos. Muchas son llevadas por mujeres que se colocan el cajón en la cabeza y con la columna en posición recta logran el equilibrio perfecto para no necesitar las manos. Mientras, hombres y niños tiran de carretas que en Uruguay solo pueden los caballos.
Foto: Emiliano Zecca
Hoy los haitianos no controlan su frontera. Los uruguayos que están allí por las Naciones Unidas tienen como función evitar que haya disturbios o enfrentamientos entre los pobladores, pero no fiscalizan qué entra o sale del lado haitiano.
Un funcionario de migración dice que cuando tengan su propio Ejército recién van a poder hacerlo. "Nosotros necesitamos una presencia permanente de militares para controlar esto", afirma.
Otro de los que está en el puente es Juny, que trabaja como "mototaxi" y por 50 gurds (algo más de un dólar) lleva hasta tres personas de Ounamite a Fort Liberté, el pueblo más cercano. Él dice que no va más a Dominicana a trabajar porque no tiene pasaporte y sabe que si lo encuentran es complicado. "Yo soy nada más taxi, aunque solo los viernes hay trabajo y los otros días no hay nada. A veces los haitianos pasan mucha vergüenza delante de los dominicanos, nos tratan igual que animales. Por eso yo no piso más allá. A veces entraba y nos caían a golpes, nos maltratan", afirma.
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