“En las noches hacía una ronda por los cuartos a las tres de la mañana. En esos momentos le sacaba la ropa y la manoseaba de pie a cabeza. Eso fue cuando tenía 8 años, pero después siguió pasando. A veces era con ella y otras veces era con otra de las chicas. Hace unas tres semanas la joven abrió una de las puertas de los cuartos y lo vio acostado arriba de una de las niñas de siete años. Cerró la puerta y le dijo a las otras chicas: ‘Esto no puede seguir pasando’”. Así le contó una niña a una cuidadora del hogar de Ecilda, quien lo relató a la Justicia y se lee en el expediente del caso.
El que hacía las rondas es Kurt Dueck, un pastor menonita de 53 años, uruguayo, de origen alemán. Dueck estaba a cargo del hogar La Familia, con 17 niños de entre 7 y 18 años. Según datos brindados por la misma organización, unos 80 niños pasaron por esa institución, sin ningún tipo de control del INAU. La mayoría de los niños del hogar eran pobres y huérfanos o provenían de situaciones familiares muy críticas.
Dueck confesó y está preso. La Justicia comprobó que Dueck abusó en forma reiterada de varias niñas y el año pasado fue procesado con prisión por reiterados delitos de atentado violento al pudor. Hoy la investigación continúa y se están indagando nuevas denuncias de abuso en el hogar, (más casos y más involucrados). Además, hay una demanda por daños y perjuicios contra el pastor, su esposa, su hijo y la asociación civil del hogar. Y los integrantes de la asociación tienen prohibido acercarse a las niñas.
Tras la denuncia, las niñas están bajo la guarda del INAU.
Una burbuja sin controles
Educación privada, música, inglés, gimnasia, asistencia médica, dentista, un lugar impecablemente ordenado y limpio; muchachas con “historias bravas, pero siempre limpitas, prolijas y calladitas”, como dicen todos en Ecilda, que salían poco y apenas interactuaban con el pueblo. Las niñas vivían en un hogar al lado de la casa del pastor, después de la denuncia las trasladaron a un local nuevo en la zona rural de Ecilda y luego del procesamiento con prisión de Dueck a otra localidad. La casa original, donde ocurrieron las denuncias, es una casa blanca, grande y vacía, a pocas cuadras del centro de la ciudad. Por la ventana del costado se pueden ver bibliotecas con libros, carteles con flores de plástico y frases con bendiciones. Afuera, una tablita de madera en un árbol dice: “El lucerito del amor”.
Las niñas hablaban poco con la gente del barrio y allí pocos vecinos conversaron. Algunos, incluso, dijeron que no sabían dónde quedaba el hogar, aunque vivían a media cuadra. “A ella la veías siempre bien, pero calladitas, siempre en lo de ellas. No miraban a ningún vecino, cabeza gacha en sus cosas, tres o cuatro que iban juntas, no hablaban con nadie no miraban nada, ni un ‘buen día’ ni ‘buenas tardes’”, describió una vecina, que vive enfrente al hogar y prefirió no decir su nombre.
Para la abogada Diana González, una de las profesionales que defiende a las menores, “ese ámbito con muy buenas condiciones económicas permitió una burbuja y un imaginario en la comunidad de que se trataba de una excelente propuesta. Dentro de esta burbuja encontramos un abuso sexual crónico”. González y la abogada Cecilia Galusso llevan adelante la defensa de las niñas en la sede de Familia y están a cargo de la denuncia penal por nuevas denuncias de abuso. Ambas integran el colectivo IACi, una cooperativa de abogadas que trabaja en la defensa de niños y adolescentes.
Las abogadas sostienen que hasta el momento no obtuvieron documentos sobre los niños del hogar y suponen que durante años un juez de Ecilda, hoy fallecido, habilitó las tenencias. Se trata de viejas prácticas judiciales que todavía se sostienen, en especial en algunos sitios del interior del país. “Esto tenía que ver con las prácticas propias del viejo Código de Niñez, donde ante situaciones irregulares el juez de Paz actuaba, tomaba las primeras medidas de urgencia, todo esto quedaba ahí y nadie revisaba la garantía de derechos ni qué ocurría con estos niños de ahí en adelante”, explicó la abogada González.
Durante años este hogar no tuvo ningún control estatal. En Uruguay hay información pública y control sobre los niños que viven en hogares del INAU o que tienen convenios con esta institución del Estado, pero se sabe muy poco sobre lo que ocurre a la interna de los hogares privados que funcionan sin convenios con el Estado. Ese fue el caso de este hogar de Ecilda Paullier, que se sostenía con fondos del exterior y de la comunidad.
El hogar La Familia fue fundado por los padres del pastor procesado, que llegaron desde Alemania hace más de 50 años y se dedicaron a realizar obras sociales. Primero trabajaron con ancianos y después con niños. Kurt Dueck, el pastor procesado con prisión, nació en Uruguay y continuó la tradición familiar de sus padres. En 2003 se fundó una asociación civil como apoyo formal al hogar y Dueck fue designado como su director ejecutivo, según documenta el expediente del caso.
Según el expediente, el centro recibía dinero de una Iglesia de Estados Unidos, contenedores con ropa del mismo país y donaciones anónimas. También recibían aportes de la comunidad de Ecilda y de la comunidad Delta, una comunidad alemana de tradición religiosa menonita, ubicada a 14 km de Ecilda Paullier, con fuertes vínculos con el hogar y la familia del pastor.
En la comunidad funciona un colegio privado alemán no habilitado por el Estado y una iglesia menonita, a las que asistían las menores del hogar. “Tampoco tuvimos el control externo de una escuela que pueda llegar a detectar una situación de abuso”, explicó la abogada Galusso.
Las niñas se movían en ese circuito y no tenían muchos vínculos con la comunidad. Cuando cumplían 18 años, en general, seguían vinculadas a la institución: algunas permanecían como voluntarias en el hogar o se trasladaban a hogares de estudiantes en Montevideo, pero siempre dentro de la órbita de la institución. Eso favoreció que el tema se mantuviera oculto durante años.
Además, las menores tenían miedo de ir al INAU. “Quiero agregar que lo que me hacía a mí se lo hacía a otras chicas. Todas veíamos lo que él hacía, pero ninguna decía nada. Teníamos miedo a que se cerrara el hogar y nos fuéramos al INAU”, declaró una de las víctimas ante la Justicia.
Mejor hablar de la fiesta del queso
En una oficina en la Junta local de Ecilda Paullier, Carlos Castro, encargado de la Junta, “aprovechó” la entrevista para enviar un mensaje a la prensa de Montevideo, que sólo se interesa por los temas graves, “los que más venden”. Insistió una y otra vez en que allí también pasan cosas alegres que habría que cubrir, como la fiesta del queso. Dijo que no es lo mismo una violación que un manoseo y que sintió un alivio cuando se enteró que lo del pastor no fue violación.
–Mire lo que le voy a contar, seguramente usted no lo sabe. El año pasado en Ecilda Paullier se hizo el queso más largo del mundo. ¡Ese es un tema importante! Un tema que transmite alegría. Acá, a 10 minutos de acá, tenemos uno de los mejores balnearios del país, Boca del Cufré, que es playa natural certificada, anótelo por allí, usted se viene en verano que yo la voy a hacer pasear en el arroyo. Se han dado situaciones puntuales, quizás es lo que más vende, seguramente debe ser lo que más vende. Pero fíjese esta noticia que yo le estoy dando del queso más grande del mundo…
–Pero se trata de un tema muy serio, no es sólo lo que más vende. Parece como si fuera poco importante, me habla tanto de la fiesta del queso, la playa... Yo entiendo que sea importante para usted, pero lo otro también es muy serio, ¿no?
–Nadie dice lo contrario. Pero también es muy importante lo que le estaba diciendo recién: ¡el queso más grande del mundo! Si habrá cosas mucho más importantes para hacer trascender…
Castro, dirigente local del Partido Nacional, es el encargado de la Junta local de Ecilda Paullier desde hace 25 años. Todo ese tiempo ha sido la autoridad del lugar, porque él es el vínculo directo con la intendencia de San José. Castro dijo que era amigo de Dueck desde la infancia y dijo que, en el fondo de su corazón, quisiera que la historia no fuera cierta.
Cuando empezaron a circular los rumores de que Dueck estaba preso por atentado violento al pudor, Castro quiso saber si hubo violaciones. Para Castro, no es lo mismo manoseo que violación, así como no es lo mismo un hurto que un homicidio: “Lo primero que preguntamos fue si hubo violaciones, preguntamos a gente muy allegada y nos confirmaron que no. Y cuando deslindaron la violación provocó una tranquilidad. Claro que el atentado es un delito, pero quiero marcar una diferencia. Se trata de un delito muy amplio, por ejemplo, es atentado si mañana yo abro una puerta y veo una nena desnuda en el baño. Pero no es lo mismo un hurto que un homicidio. Y que no sea violación es un alivio para todo el bien pensado”.
En Ecilda muchos dijeron que era muy difícil creer la denuncia, que tenían dudas, que no había circulado información precisa, y que, más allá de eso, era muy difícil creer algo tan terrible de alguien tan querido.
La secretaria del liceo, Cristina Burchio, conocía en forma cercana a Dueck y está muy apenada con lo que ocurrió. Dijo que quisiera poder leer el expediente, para terminar de convencerse. En su casa en Ecilda, leyendo algunos textos que escribió, contó que compartió varias navidades en el hogar de Dueck como si fueran una gran familia. Y destacó el orden del hogar: “Las mesas, el comedor, la cocina, todo impecable; los chicos tenían biblioteca, computadoras, para poder estudiar, todo estaba prolijo y bien ordenado. Viste que cuando uno ve un chico que viene de la calle, lo ves mal vestido, desnutrido. Bueno, acá no pasaba eso, esas chicas estaban muy bien arregladas: asistencia médica, odontológica… muy bien asistidos. Los chicos estaban ahí muy bien, pero detrás había algo que ensombrecía”.
Dijo que le costó creer y que, sobre todo, está muy triste por la madre de Dueck, una mujer muy querida y un referente muy fuerte en la comunidad.
La madre de Dueck vive en Ecilda, es fundadora del hogar y conocida por su obra social en la comunidad, tanto, que hasta le han hecho homenajes públicos. Nadie se olvida de la señora y su hijo regalando remedios a los enfermos o ayudando a los niños pobres, tampoco se olvidan del padre de Dueck, hoy fallecido, cuando leía pasajes de la Biblia en la feria.
Cómo se rompe la burbuja
Las jóvenes empezaron a hablar cuando apareció otra adolescente, hija de un matrimonio nuevo de Rivera que llegó al hogar a cuidarlas. La muchacha, que vino de otro ámbito, comenzó a conversar con las niñas que vivían en el hogar. “Como la asociación construye un nuevo hogar, un edificio nuevo, se incluye otro matrimonio al cuidado que viene de Rivera. Junto con el matrimonio viene su hija adolescente, que pasa a dormir en las habitaciones con las adolescentes que ya estaban en el hogar y a generar una relación de confianza donde empiezan a contarse entre ellas lo que estaban viviendo”, relató la abogada Galusso.
El tema también se empezó a destrabar por otros caminos. Un grupo de becarios alemanes que estaba de visita en el hogar se enteró de lo que ocurría y lo informó en Alemania. Y desde allí regresó la información.
En la sede judicial una de las víctimas contó que empezó a hablar después de conversar con una docente de sexualidad. “Cuenta que algo que le pasaba no le gustaba, pero no lograba comprender que estaba mal la situación de abuso, porque tampoco recibían educación sexual. Y recién cuando ella es un poco más grande y a través de una maestra tiene una charla de sexualidad, entiende que las situaciones que ella estaba viviendo estaban mal. Hasta ese momento las niñas no podían detectar qué les estaba pasando, no tenían con quién hablarlo y ver que esa no era la forma de demostrar el cariño”, concluyó Galusso.
Pero el tema no se terminó allí. Galusso denunció una reacción muy dura de la comunidad Delta, donde reside el colegio al que asistían las niñas, a pocos kilómetros de Ecilda. “La mirada de la comunidad hacia estas personas es de valorar la supuesta gran obra que han hecho por dar de comer a estas niñas y que con eso quedaría limpia o quedaría perdonado el abuso, minimizándolo. Aparecieron comentarios como que fueron las gurisas, que se le regalaron, estamos hablando de niñas de 8 o 9 años. Y si bien hubo una confesión de la persona, sigue habiendo una gran impunidad, como si la gran obra de darles los recursos económicos que no tenían fuera suficiente para perdonar una situación de abuso y que no había que hacer tanta denuncia”.
Cuando el que abusa tiene poder
“Había reuniones, hacían misas y cosas también de Dios, todos los domingos hacían sermones y cosas de esas. Y, pobres muchachas, las traían ahí, ¿qué iban a hacer? ¿dónde iban a ir? Tenían que respetar. Estaban obligadas a hacer lo que él decía, no tenían más remedio que obedecer a lo que estaban enseñadas”, relató un vecino de Ecilda, que vive en la misma cuadra donde vivía el pastor. El hombre estaba sentado en una silla playera sobre piso de tierra. En el piso jugaban dos de sus hijos y estaba echado el perro. Su rancho no tiene ni los ladrillos lindos ni las cortinas de la vivienda de Dueck.
–¿No corría ese rumor?
–Sí, sí, acá en el barrio, ¡no va a correr! Cantidad de rumor. Que andaba con las gurisas, eso ya se comentaba acá en el barrio. Andaba con ellas para todos lados, las cuidaba mucho de los hombres, que no tuvieran novio. Las enseñaba a nadar, las veía toda la gente que las enseñaba a nadar y las manoseaba debajo del agua. Todo el mundo vio eso. Se pasaba de listo.
El vecino reconoció que estaba peleado con Dueck, dijo que era un hombre con dinero y que tuvo líos con él, porque se le iban las gallinas para el hogar y el pastor se enojaba. Dijo que alguna vez confió en él, pero que desde que vio lo que vio, nunca más se quiso acercar.
–Yo no me sorprendí nada, yo más o menos conocía cómo venía el asunto de hace años en esa casa.
–¿Qué conocía usted?
–Y… conocía que se pasaba con las muchachas. Yo fui una vuelta a la zapatería ahí y vi que andaba jodiendo, manoseando una gurisa. Tenía una piecita donde arreglaba calzado y por eso lo encontré esa vez. Entré y salí para atrás enseguida. No le dije a nadie nada por no tener problemas, la palabra de él valía, la de los vecinos no valía nada. Tiene banca, tiene poder, es pastor. Y yo no tengo nada, tengo un triste rancho acá, le iban a hacer caso a él, no a mí.
Los detalles de su relato y del episodio que cuenta son iguales a los testimonios de las víctimas que aparecen en el expediente: igual lugar e iguales circunstancias.
Pero la mayoría de los habitantes consultados no quisieron decir nada, ni a favor ni en contra del pastor. Para muchos no estaba claro que Dueck fue procesado, no sabían que confesó ni tenían muy claro de qué delito se trataba. Algunos, incluso, comentaron que quizás le tendieron una trampa y que por eso habría caído preso.
Lo que se dice en Ecilda contrasta mucho con la información judicial sobre el caso. El expediente acumula uno tras otro, los testimonios de las niñas y la descripción abrumadora de cómo era la vida en el hogar.
Las niñas estaban solas, la mayoría sin ningún vínculo con sus familias biológicas (las abogadas denuncian que cortar ese vínculo era una estrategia de las autoridades del hogar) y tenían miedo de hablar y terminar internadas en el INAU. Ante la Justicia, Dueck confesó que abusó de varias niñas. Según se registra en el expediente, Dueck dijo que era su culpa, pero que las niñas lo provocaron y que no pudo controlar algunas caricias. Dijo que manoseaba a las niñas para incentivarse, que después iba con su mujer o se masturbaba.
Nada de eso, ni mucho menos, se dice o se conoce en Ecilda Paullier. Y es muy notorio que ese hogar era el orgullo de la comunidad y que cuesta mucho creer, incluso cuando el pastor confesó y está preso.
Danilo Valladares, dueño de un bar en Ecilda, dijo que no era amigo del pastor, pero que lo conocía de toda la vida. Durante la entrevista, dos clientes que estaban en el local le aconsejaron que mejor no hablara y se retiraron del local. “Yo no me atrevo a decirte nada y yo no creo que ningún hijo de este pueblo pueda hacer testimonios de nada de lo que no saben. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar? Kurt siempre iba, venía, con la camioneta cargada con chiquilines, los llevaba a una escuela, a la colonia alemana, un vecino más. Cuando sentí la noticia no salí del asombro y me preguntaba si podía ser cierta.
–¿Y hoy le parece que puede ser cierto?
–No me parece nada. ¿Quién soy yo para decir si es cierto? Ni como bueno ni como malo. Y si me obligás a decir cómo fue, te puedo decir que más como bueno que como malo.
Sonia Roca, edila suplente del FA, dijo que cree en la Justicia, pero reconoció que le costó mucho asumir lo que pasó, porque contrasta demasiado con la imagen que ella tenía de Dueck. Contó que veía al pastor por todas partes: el día de la vacunación en el médico con las niñas, en el remate comprando camas para el hogar, en la camioneta llevándolas al colegio. “De repente comprábamos pan de más, bueno, ‘vamos a llevarle a Kurt’, nos quedaba algo, ‘vamos a llevarle a él’, porque todos creíamos que él estaba haciendo una obra social muy importante. No se me hubiera ocurrido nunca lo que pasaba ahí adentro, nada, nada, ni siquiera ahora veo una señal de algo”.
Dijo que hubo muy poca información sobre el tema, que más allá de la noticia de que el pastor cayó preso y unas notas muy breves en la prensa, en Ecilda Paullier no se dijo mucho más.
–Y en el momento que le cuentan, ¿qué pensó?
–Yo pensé que no era cierto.
Del programa de cumbias a la Justicia
La denuncia salió del hogar cuando las niñas hablaron. El matrimonio a cargo del hogar de niñas se enteró de lo que pasaba, porque las niñas confiaron en su hija y la joven se lo contó a sus padres. La pareja lo informó a la comisión que dirigía el hogar junto al pastor y esta hizo la denuncia en la comisaría.
Dos integrantes de la comisión contaron los detalles de la charla con Dueck, donde el pastor reconoció el abuso. Ambos prefirieron no hacer declaraciones públicas, pero dijeron que nunca habían imaginado ni sospechado que pasaba algo así y que fue muy doloroso confirmarlo.
La denuncia demoró casi una semana en pasar a la Justicia. Durante una semana “todo quedó quieto”, afirmó la abogada Diana González, que defiende a las víctimas. “No hubo ningún movimiento ni llamado a testigos ni pasada de las niñas a forense, no se conoce nada, todo quedó quieto. A la semana, sale el tema en una radio comunitaria y el asunto llega a la sede judicial de San José y empiezan los procedimientos. Podemos pensar ‘oh, casualidad’, coincide con la denuncia en la radio, pero lo cierto es que transcurrió una semana sin investigarse un hecho gravísimo pese a que estaba denunciado”.
Un funcionario policial de la comisaría de Ecilda, que prefirió no identificarse, reconoció que una denuncia de ese tipo “a reventar” debería estar dos días en la comisaría y ser derivada a la Justicia, sobre todo, en una localidad tan pequeña, donde “nunca pasa nada”.
La historia empezó a circular cuando Luis García, conductor de un programa de cumbias de una radio comunitaria local, se enteró que la denuncia estaba “cajoneada” en la comisaría, se indignó, hizo averiguaciones, confirmó el caso y lo contó en su programa.
Dijo que esa noche la gente mandó más mensajes que los habituales y hubo unos cuantos que no le creyeron. Con el tiempo y el procesamiento con prisión del pastor la situación de García no cambió mucho, todavía hay muchos que no le creen y lo miran como si exagerara.
El conductor denunció presiones, contó que lo echaron por acusar al pastor y que hasta le ofrecieron plata si pedía disculpas en la radio. Dijo que llamó por teléfono al pastor para preguntarle, que el pastor negó la denuncia y prometió salir al aire al otro día, pero nunca más atendió. Contó que llamó a la comisaría y a la jefatura y que todos le negaban que hubiera una denuncia. Sostuvo que confirmó la denuncia en el hogar del pastor, con una funcionaria del hogar que ratificó la información y le pidió que no lo difundiera.
García lo contó en su programa radial y al otro día lo echaron. “Como a las tres de la tarde aparece el señor director en mi casa en su moto: ‘No queremos que trabajes más con nosotros, porque realmente la información que diste es nula. El pastor me llamó hace un rato y no hay ninguna denuncia contra él”, contó que le dijeron cuando lo despidieron.
Y que le ofrecieron 1.500 dólares.
–¿Y qué tenías que hacer?
–Pedir perdón por lo que había hecho. Dije que no, soy pobre y voy a morir pobre.
La información se hizo pública y la denuncia salió de la comisaría de Ecilda y llegó al Juzgado de San José. Cuando el caso ingresó al ámbito judicial, hubo más demoras y empezaron nuevos problemas.
Más abuso en la Justicia
En el juzgado de familia, donde se trató el destino de las niñas, durante tres meses no se tomaron medidas judiciales de protección a las víctimas. Según registra el expediente, una abogada que fue designada defensora de las menores respondió que no podía aceptar, porque era conocida del hogar y en su momento había asesorado a alguien de la institución. Además, la fiscal designada respondió que no podía asistir a una audiencia porque tenía un vínculo con la comunidad y dos jueces de familia pidieron licencia antes de tomar decisiones.
En la justicia penal una de las víctimas, una adolescente de 14 años, repitió su historia de abuso siete veces. Después de contarlo a la interna del hogar lo tuvo que reiterar en la comisaría, dos veces más con psicólogos del Poder Judicial y tres veces con la jueza. Tuvo que declarar frente a fiscales, jueces, psicólogos y receptores a los que no conocía y sin estar acompañada por alguien de su confianza. Esto ocurrió a pesar de que las actuales abogadas y los especialistas en abuso sexual y derechos humanos insisten en que las víctimas no deberían repetir tanto las declaraciones y los interrogatorios, que debería alcanzar con un único testimonio tomado por un técnico idóneo, para no revictimizar y evitar que las personas revivan una y otra vez la situación de abuso. Pero eso no sucedió en Ecilda Paullier ni suele ocurrir en los casos de abuso en la justicia uruguaya.
Las niñas tampoco deberían declarar solas. Pero en la normativa penal uruguaya no existe la figura legal del abogado de la víctima y, si bien el Código del niño y el adolescente habilita que los menores vayan a los tribunales acompañados por un representante legal o un adulto de referencia, los especialistas denuncian que en la práctica muchas veces esto no sucede.
En una de las audiencias, cuando las niñas llegaron a declarar encontraron a los indagados en la puerta de la sede judicial, generándoles mucha angustia, según consta en la documentación judicial. “Nunca deberían encontrarse en la justicia, está prohibido por la ley. Hay un vínculo complejo con el abusador, de miedo, de rechazo, y también de afecto, sobre todo si pensamos que convivían en familia con ellos. Ver al abusador reactiva todos los temores, paraliza y genera culpa”, explicó la abogada Cecilia Galusso, quien defiende hoy a las menores.
La abogada dijo que tuvo que hacer un escándalo para que las menores no tuvieran que esperar en el mismo lugar que los nuevos indagados, tal como estaba dispuesto en la sede penal: con una única sala y sillas enfrentadas.
En medio del proceso, uno de los abogados penales advirtió a las abogadas que no se va portar “como un lord inglés” cuando interrogue a las adolescentes, tal como está denunciado y registrado en la documentación del caso por nuevas indagaciones de abuso en el hogar. Así, sugería que sería mejor terminar con las denuncias y que de esa forma “las víctimas no sufran más”.
Las preguntas de los abogados penales siguieron en el tono: que dejaran de mentir, que la verdad iba a salir a la luz, que el pastor Kurt sabía todo y estaba escuchando del otro lado, que qué ropa te ponías, que si él te quería que si tú lo querías… Las preguntas fueron relatadas por las niñas y denunciadas por sus abogadas.
Según se informa en la documentación judicial, una de las niñas contó que en una audiencia la jueza comenzó su interrogatorio preguntándole “a qué edad le crecieron los senos” y “si utilizaba soutien”. La muchacha dijo que se sintió incómoda y que la hicieron sentirse “sucia”.
La intervención de la jueza también fue denunciada por las abogadas de IACi.
“En definitiva -concluyó la abogada González- creo que a todos cuando actuamos en el sistema penal se nos aparecen las culpas de que el sistema penal es una carnicería para estas jóvenes, porque no es adecuado y entonces mejor no hacemos nada. Esto es muy duro, porque implica decir que como el sistema funciona mal, los adolescentes no tienen derecho a la justicia”.
Hoy las niñas están viviendo bajo la tutela del INAU. Por protección fueron trasladadas a otra localidad, y, también por protección, el nombre de la localidad se mantiene oculto.