Haití es un pedazo de tierra con la superficie un poco más grande que el departamento de Tacuarembó. Tiene montañas verdes de vegetación y casas desparramadas por todos lados que trepan hasta la cima de los picos más altos. Abajo se ven playas de catálogo y gente. Mucha gente. Según estimaciones serían nueve millones de personas las que viven en ese país, pero no existen datos oficiales.
El calor húmedo del lugar hace sudar a todo aquel que camina más de 10 metros en él. La isla ha sufrido huracanes y terremotos, pero el peor lo sintió en enero de 2010. La principal zona afectada fue la capital, Puerto Príncipe, donde cayeron 26 de 28 edificios públicos y murieron cerca de 250.000 personas. Hoy todavía hay campos de refugiados y el Palacio presidencial no ha sido restaurado.
A este lugar llegaron el lunes 240 militares uruguayos como relevo de quienes se vuelven después de nueve meses en la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah). Una de las bases del contingente uruguayo está en Morne Cassé, al norte del país, a unos 305 kilómetros de Puerto Príncipe. La misma distancia que existe entre Montevideo y Fray Bentos, donde el viaje es de cuatro horas. Sin embargo, la geografía de Haití y las dificultades en la ruta lo transforman en un trayecto de 11 horas.
Cuando uno pasa en un vehículo por una ciudad o un pueblo haitiano, la premisa es esquivar los tap taps. Son taxis, pintados con motivos y colores de todo tipo, que aparecen de la nada y se cruzan. Tocan bocina y pasan. Otros esperan. Pero nunca actúan igual y lo mismo hacen los ómnibus con gente sentada en el techo o las motos con tres o cuatro personas.
Tap taps (foto: Emiliano Zecca)
En medio de todo eso hay personas en las esquinas, sentadas en la vereda cuando hay o si no están en la calle. La mayoría trata de vender algo, desde pan o agua hasta combustible en bidones o carbón. A veces tienen una mesa y una silla para poner la mercadería, otras van caminando con las cosas cargadas en la cabeza. Se ponen un latón y lo llenan de lo que sea. La mayoría son mujeres.
Al costado de la ruta los campesinos cultivan el arroz. Los hombres siembran y las mujeres lo secan en el patio de su casa, que está hecha de chapas, telas y palos. También hay alguna con ticholos, pero la mayoría parece de una obra en construcción. En esas zonas se ven menos casas y personas, pero nunca desaparecen. Incluso en el lugar más recóndito del pico más alto hay una casa y gente que camina o espera al lado de la ruta.
(Foto: Emiliano Zecca)
La camioneta blanca con las iniciales de Naciones Unidas ya casi llega al pico de una montaña de 2000 metros. De atrás de las plantas que están al costado del camino sale un niño a los gritos. Se levanta la remera y con una mano se toca la panza, mientras muestra la palma de la otra. Tiene menos de cuatro años. El chofer aminora y le hace seña para que se corra. Pero como él hay más y ninguno tiene miedo.
Como tampoco tienen miedo los haitianos que viajan en los tap taps a reventar o que esquivan camiones en motos yendo de a cuatro. Están acostumbrados, por eso en el pico de una montaña conviven niños pidiendo algo para comer y una niña saltando la cuerda con su remera rosada y su pollera de jean.
La base Batalla de Las Piedras en Morne Cassé es nueva. Tiene tres años y la ruta que pasa por el pueblo de Fort Liberté, antes de llegar al lugar, está en perfecto estado. Los focos al costado del trayecto tienen paneles solares y se encienden a la perfección. La tecnología contrasta con las casas sin luz y los haitianos que siguen caminando al costado de la ruta en medio de la noche. Algunos están sentados debajo de los focos, buscando un poco de luz.