Cada espectáculo no lleva menos de año y medio de trabajo con los muñecos que participarán de él. En este caso son 16 que van desde los 40 centímetros a los cuatro metros de altura. Luego de tener las piezas prontas, el ensayo para manipularlas es de tres horas diarias durante unos cinco meses.
El resultado encanta sobre el escenario. Grandes y chicos se fascinan con los colores, los movimientos, la música y hasta los aromas de una propuesta para todos los sentidos.
“Me gusta mucho eso de ver al niño junto a su padre de una manera más humana. No es el súper papá que todo lo sabe y todo lo ve, sino que es un tipo capaz de emocionarse, sorprenderse y reírse muy fuerte”, explicó López Romanelli. “Los niños en general crecen muy solos, están en el club todo el día, en la escuela, con la persona que los cuida… Hay muy poco espacio para compartir con la familia y entonces la apuesta es a eso. No solo ver un espectáculo sino vivir una experiencia que mueva cosas”, agregó.
El siguiente es un tramo de la entrevista del creador de Kohi con 180.
Son como un clásico de vacaciones de julio.
Sí, hacía un par de años que no lo hacíamos porque habíamos estado mucho de gira. No sé si somos un clásico pero hace mucho tiempo que lo hacemos y está bueno, la gente nos sigue.
El tipo de espectáculo que hacen está muy impuesto.
Es muy diferente a otros espectáculos, entonces la gente busca eso. La técnica de teatro negro es muy mágica, muy linda de ver. Más allá de la técnica, la manera en la que nosotros contamos las cosas es muy diferente también. Hay una cosa que es funcional para todas las edades, el adulto también lo tiene que ver.
La historia no es lo más importante, funciona como una excusa.
Lo que importa más es la generación de determinadas sensaciones, climas y emociones. La historia la usamos más como una excusa y en general es muy sencilla porque lo que nos interesa es mover otras cosas. Y creo que se consigue. Está muy bueno cuando vos ves a un padre con el hijo o a una madre con su hijo y los dos están de la misma manera frente a lo que están viendo. Con los ojos lagrimeando cuando ven algo muy bonito o con la boca abierta cuando algo es sorprendente.
Me gusta mucho eso de ver al niño junto a su padre de una manera más humana. No es el súper papá que todo lo sabe y todo lo ve, sino que es un tipo capaz de emocionarse, sorprenderse y reírse muy fuerte. Me gusta que se dé eso. Los niños en general crecen muy solos, están en el club todo el día, en la escuela, con la persona que los cuida. Hay muy poco espacio para compartir con la familia y entonces la apuesta es a eso. No solo ver un espectáculo sino vivir una experiencia que mueva cosas.
Es más eso lo que el público va a buscar que el teatro negro. El teatro negro es una técnica muy bonita porque en el caso nuestro, al no vernos, los muñecos tienen una autonomía que está muy buena, es como ver dibujos animados en vivo, pero creo que lo queda al final de la función es la otra sensación.
Varios de los personajes de Kohi.
Los niños ahora son muy tecnológicos y sin embargo esta técnica tan primitiva igual los atrapa.
Para nosotros es casi un orgullo en plena época de hologramas y realidades virtuales, lograr conmover o emocionar con tres varas de madera y cuatro cosas más. Creo que vuelve a hablar de ciertas cosas que son de los humanos, no de la edad ni de la época que estamos viviendo, ni del lugar donde hayas nacido o del bagaje cultural que tengas, son emociones muy humanas, muy primitivas: el asombro, la sensibilidad frente a la belleza… Las tenemos todos y creo que son esos puntos los que tocamos y los que logran atrapar.
La capacidad de asombro es algo que se ha ido perdiendo. Recuperarla y para el teatro, además, es maravillo.
¿Cómo surge tu vinculación con esta técnica?
Yo empecé a trabajar en 1992 con el teatro negro, vivía en Las Violetas, una zona rural de Canelones. Mis viejos eran maestros de escuela rural y eran muy inquietos, alguna vez llevaron a un titiritero a dar un taller. Así pude ir. Después, ver la luz negra en algún baile del club, los dientes, la bufanda, la ropa… En esa época me había copado con la generación del 900, el bombín, perder tiempo en el café… de hecho perdí el liceo por eso… Y me gustaba mucho escribir. Y empecé a mostrar los textos con muñecos porque además era vergonzoso. Era una manera de estar a salvo, encima con luz negra era perfecto.
Vinimos al Teatro Joven en 1993 con un solo cuerpo al que le cambiábamos la cabeza. Y de ahí en adelante seguí experimentando. No tenía mucha información salvo que el negro sobre negro no se veía. Eso era todo lo que teníamos. De hecho creábamos sistemas de manipulación, pensábamos que estaban buenísimos, y después resultaba que los japoneses lo usaban hacía mil años…
¿Cómo es la investigación? Ustedes trabajan sobre los materiales, las articulaciones, cómo mover los muñecos… todo.
Hay varios disparadores. En general es como un proceso lógico. Cuando yo empiezo a imaginar algo trato de no ponerme barreras, imaginar lo que me gustaría ver y después trabajar en cómo resolverlo. No es lo mismo un muñeco que va a andar por el suelo que uno que tiene que saltar cuatro metros. Yo no tengo formación, para mí cada espectáculo es un examen. Trabajo muchos meses y en el momento que voy a rendir es cuando lo pongo delante del público. En cada espectáculo trato de complejizar un poco más el atrás para no achancharnos, para no quedarnos en una cosa porque sabemos que funciona.
Ese proceso debe ser muy sorprendente en el paso a paso, a medida que vas logrando el movimiento que querés.
Son pequeñas victorias. Estar tres semanas trabajando en algo y romperlo todo porque no sirvió con un malhumor de aquellos… Hasta cuando trabajaste las tres semanas, funciona y te vas a tu casa a tomar un vinito para festejar: “hoy gané yo”.
El trabajo de los manipuladores de los muñecos es casi una coreografía a oscuras, ¿no?
Sí, sí. Por ejemplo en el número del reflejo somos ocho personas en un espacio de un metro por uno cincuenta. No hay que golpearse porque cada cosa de esas se nota en el muñeco. Hay como dos coreografías, una que hace el muñeco y otra que hacemos nosotros atrás. Son muchas capas de trabajo en las que pasás de ser carpintero a artista plástico, encargado de marketing, bailarín…
Un artesano del teatro.
Absolutamente. Tiene que ver con eso de los asombros primarios o de las sensaciones primarias.
Tenés 40 años y 20 años de experiencia en el teatro negro…
No me imagino haciendo otra cosa, no sé ni quiero hacer otra cosa. Tengo una pasión muy grande por el teatro de muñecos, creo profundamente en el potencial expresivo de los muñecos. La primera decisión emocional que tomamos los humanos es elegir un muñeco. Cuando nos llenan de cosas la cuna, siempre elegimos uno y ese el que queda en nuestra mano los primeros meses de vida. Es la primera decisión individual que tomamos.
¿Pero no sentís que en algún punto es considerado un arte menor?
Sí, generalmente lo es. Es un país que no tiene mucha tradición más allá de gente como Títeres Gira-Sol o los Perazza. Cuando decís títeres o teatro de muñecos la gente recuerda la ventanita y el muppet. Sin embargo hay muchísimas técnicas. Es una de las artes que no tiene techo, no hay cosa que no se pueda hacer en un teatro de muñecos.
Estos 20 años de experiencia te llevaron a trabajar ahora con Julio Bocca en el Ballet Nacional y con la Fura dels Baus en el espectáculo del Bicentenario.
Con Bocca fue increíble. Yo me vine a vivir a Montevideo a los 20 años y el primer trabajo que tuve fue el de pegar afiches con unos amigos. Hacíamos pegatinas para el Solís y siempre nos acordábamos de los afiches de Julio Bocca porque eran gigantes y si te agarraba un viento, entre el engrudo y el afiche, quedabas hecho una pelota. Doce años después, el tipo me llamó para trabajar con él… Al punto que llamé a los que laburaban conmigo, uno está en Barcelona y el otro en Suiza, para contarles…
“Ahora mi nombre está en el afiche…”
Claro, fue muy emocionante por lo que él es para la cultura del mundo. Después, trabajando, es más grande todavía. Sumamente generoso, confió mucho en lo que hacíamos, no lo teníamos arriba del hombro todo el tiempo…
Me quedé pensando en tus padres, los maestros rurales. ¿Qué dicen ahora del nene?
El nene pasó de ser la oveja negra de la familia a ser el orgullo (risas). Ahora lo toman más naturalmente pero en principio mi viejo se moría de miedo de pensar que me iba a dedicar a hacer muñequitos… Durante años no me dijo nada pero yo sé por amigos de él o parientes que temblaba de incertidumbre y miedo. Pero él me educó para ser lo más libre posible y ahora se tiene que bancar los resultados. Me gusta cómo logré transformar el miedo de mi padre en orgullo, eso me llena el alma.
Kohi: desde el sábado 7 de julio al domingo 22 en el Teatro Solís. Entradas a 250 pesos en venta en Red UTS y boletería del Teatro Solis
Funciones: Dom.1 / Sáb.7 / Dom.8 / Mié.11 / Jue.12 / Vie.13 / Sáb.14 / Dom.15 / Lun.16 / Mar.17 / Jue.19 / Vie.20 / Sáb.21 / Dom.22. Todas 15:00 hrs.
Funciones extra: Jue.12: 20:00 hrs., Sáb.14: 17:00 hrs, Dom.15: 13:00 hrs, Jue.19: 20:00 hrs, Vie.20: 17:00 hrs, Sáb.21: 17:00 hrs.
Esta entrevista se puede escuchar en 180 Radio hasta el viernes 13 de julio.