Julio Castro, por Miguel Soler

Miguel Soler, colega y amigo por más de 40 años de Julio Castro, escribió una carta en la que expresa sus ideas a partir del hallazgo de los restos de su amigo. Los médicos le sugirieron no hacer declaraciones a los medios por riesgo de dañar su salud, ya que tiene 90 años. Texto de la carta.

Actualizado: 06 de diciembre de 2011 —  Por: Redacción 180

Julio Castro, por Miguel Soler

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Declaración personal sobre la identificación de los restos de Julio Castro

Con motivo del hallazgo de los restos del Maestro y Periodista Julio Castro en instalaciones de las Fuerzas Armadas, ratifico mi condena y mi dolor mediante la siguiente declaración de mi exclusiva

responsabilidad:

1. Hago llegar a sus familiares, a la comunidad educativa nacional y latinoamericana, a sus colegas periodistas, a los compatriotas en el exterior, a sus múltiples amigos y compañeros de ideales, todos

igualmente consternados durante treinta y cuatro años y hoy más que nunca, mi más sentida solidaridad.

Mantuve una estrecha amistad con Julio Castro durante casi cuarenta años, me siento constante deudor de sus múltiples enseñanzas, tuve el privilegio de participar junto a él en importantes tareas en pro de la educación uruguaya y del continente.

Seguimos compartiendo, igualmente, el honor de figurar, junto con lo mejor del Magisterio nacional, en las listas negras plagadas de calumnias que en 1978 difundió el Comando General del Ejército en Testimonio de una nación agredida y en 2007 el Centro Militar y el Centro de Oficiales Retirados de las FF.AA. en Nuestra verdad, la lucha contra el terrorismo.

2. Agradezco sinceramente las manifestaciones de interés de los medios de comunicación por conocer y difundir mis sentimientos ante las presentes circunstancias. Con casi noventa años de edad, no estoy en condiciones de corresponder a tales requerimientos en lo inmediato sin poner a riesgo mi salud. Por ello he optado por expresarme mediante esta declaración. Por otra parte, este episodio no queda cerrado. Espero tener pronto la serenidad necesaria y la oportunidad de enfrentar los micrófonos.

3. Coincido con quienes consideran que el macabro hallazgo de sus restos es un hecho positivo en la lucha del Pueblo Uruguayo por hacer resplandecer la Verdad y la Justicia. Homenajeando a Julio, decía yo en 1987: “En sociedades en que no se puede vivir sin documentos, el desaparecido se va convirtiendo en un indocumentado. Es urgente interrumpir este maleficio, movilizar las voluntades, desempolvar las leyes y lograr que las flores cultivadas durante la espera reposen, al fin, sobre la losa que les corresponde”. Espero no morir sin haber llevado una rosa al lugar definitivo de descanso de Julio Castro.

Mientras tanto, doy las gracias al Presidente Mujica por haber excluido su caso del amparo de la inconstitucional ley de caducidad, así como agradezco a la Justicia uruguaya cuánto está haciendo por esclarecer los detalles de su desaparición forzosa y por identificar a los culpables de su horrible muerte. Expreso también mi profunda gratitud a nuestra Universidad y a sus científicos quienes, con su perseverancia, intuición y humanidad restituyen a la comunidad nacional desde las entrañas de la tierra lo que en ella mantienen oculto los criminales.

4. El camino a recorrer será aún largo. Son muchas las víctimas desaparecidas y todas tienen derecho a la misma luz. Y en el caso de Julio, es poco lo que sabemos del proceso que llevó del secuestro a la tortura y de ésta al balazo asesino y a la sepultura clandestina.

Todo envuelto en la mentira. El terrorismo de Estado mata y miente durante más de treinta años. Los conjurados agravan, con su contumaz silencio y sus embustes, sus imprescriptibles delitos. Y en este silencio absoluto, cómplice y persistente, todos los integrantes de las que entonces llamaban Fuerzas Conjuntas, con la reducida excepción de quienes valerosa y dignamente los enfrentaron dentro de sus propias filas en defensa de la Democracia, mantienen su condición de cobardes asesinos. Su mutua solidaridad los hace colectivamente culpables. A todos.

5. Yo expreso públicamente mi repudio a esta conducta y exhorto a quienes habiendo transgredido la Ley puedan retener un vestigio ético en su conciencia a que se desmarquen cuanto antes y colectivamente de una estrategia de encubrimiento que no tiene salida y que sólo seguirá acarreando males a la República. Su silencio está ocasionando un gran ruido al que quienes exigimos Verdad y Justicia no pondremos fin.

6. Como educador que no cree en la fuerza como recurso regulador de la convivencia humana, me sumo al creciente grupo de ciudadanos uruguayos que se preguntan para qué le sirven al Pueblo Uruguayo contingentes armados todavía integrados por asesinos inconfesos, por torturadores de hombres y mujeres, por violadores de la Constitución y de las leyes nacionales e internacionales ratificadas por la República, por los causantes principales del sufrimiento de miles de familias uruguayas hechas pedazos por el mundo, por individuos que han cultivado y cultivan la mentira ante el Pueblo y ante las máximas autoridades del país y, más recientemente, por soldados que estando al servicio de las Naciones Unidas son acusados de violaciones a los Derechos Humanos y de delitos de corrupción. Personalmente no encuentro razón alguna para que no procedamos radualmente a la prescindencia total de las Fuerzas Armadas.

7. Siento como si desde su ahora confirmado y espantoso martirio Julio Castro educador, Julio Castro periodista, Julio Castro ciudadano, hombre de paz y de infinita bondad, nos estuviera llamando a nuevas reflexiones. Para limitarme a la educación, ¡qué falta nos está haciendo hoy su persona y su magisterio! Pido disculpas por invocar el conocimiento que tengo de Julio al suponer que ahora, justamente en estos días, nos aconsejaría a todos desde sus columnas en Marcha, repito, a todos los que somos parte de la comunidad educativa, que es como decir a todo el país: empiecen por bajar los decibeles, hagan un esfuerzo por recomponer la familia educativa, no agredan a los educadores, apoyen a los que lo hacen bien, reciclen a los que lo hacen mal, recuerden que lo esencial es el educando y su futuro, renuncien a competir por el poder, siempre efímero, y pongan todos sobre la mesa en sereno debate ideas que concilien la poderosa tradición pedagógica del país con los requerimientos de hoy y de mañana, cooperando con otros pueblos pero sin copiar ni entrar en competencia con ninguno, recordando que la educación solo es posible en la libertad, la soberanía, el denodado esfuerzo diario de empezar de nuevo, fraternalmente, porque la discordia bloquea el pensamiento y la acción. Pasos en estas direcciones, principalmente a cargo de los propios educadores y sus organizaciones y en especial de los jóvenes docentes, serán el mejor homenaje a Julio Castro. Recordarlo como mártir no basta; tenerlo presente como Maestro, rápido y sencillo en el diagnóstico, sensatamente creativo en la propuesta, dialogante

siempre, nos es ahora necesario.