El Mirador Rosado

Así como las embajadas son burbujas jurídicas en cuyo interior rigen las leyes del país al que pertenecen y no las del suelo que habitan, la cantina del Mirador Rosado es un espacio atemporal que ofrece asilo alcohólico a aquel caminante que quiera escapar por unas horas del Pocitos de las pizzerías sin alma, los cafés de señoras y los pubs con after office caretas.

Actualizado: 21 de julio de 2011 —  Por: Pascual Aguirre Dumont

El Mirador Rosado

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Al entrar al Mirador uno se encuentra con un largo hall lleno de señales: una pecera en cuyas aguas oscuras ya no se ven los peces lo invita a perderse en las brumas del alcohol, una estufa a leña le dice que puede sentirse como en casa, una hilera infinita de trofeos y copas es claro indicio de que ahí no puede perder.

El Mirador Rosado es un club de baby fútbol a cuya cantina uno va para tomar como adulto.

La geografía del lugar está llena de sorpresas, pero no exenta de lógica. En el centro, como debe ser, está el mostrador; detrás del mostrador: Julio. Este cantinero de la vieja guardia, con un rostro trabajado por el cansancio de miles de noches de turno y la picardía intacta en la mirada es el alma del Mirador.

Alrededor de ese astro rey orbitan los demás espacios de la cantina. A la derecha: el hall y el salón de pool, encima de éste: un salón para reuniones. Frente al mostrador: mesas y todo tipo de parafernalia bolichera. A la izquierda: la cocina, un fondo con parra y parrillero y otro salón con otro parrillero. Estos espacios son todos abarcables en una noche: allí radica la magia del Mirador.

Uno llega a la tarde, después de trabajar, y se toma una grapa tempranera, arregla los problemas del país con los demás parroquianos, apura otra grapa, Julio le empieza a tomar el pelo y todos ríen.

Juega unas fichas a las maquinitas y pierde, pide otra grapita, un parroquiano le toma el pelo a Julio y todos ríen.

Julio sube la voz de la tele cuando llega la parte de deportes y todos discuten, uno se enoja, pide otra grapa y levanta el tono, cuando se da cuenta de que se puso denso se va a templar el ánimo a la estufa a leña mientras, desde el mostrador, todos ríen.

Al rato llega un conocido, van a la mesa y piden una milanesa, Julio sale de la cocina con su legendaria picada: una contundente milanesa cortada rodeada de aceitunas, morrones, mayonesa y pan; comen y ríen.

Llegan más conocidos y se arma una partida de pool en el salón, a través de una ventanita estratégicamente ubicada entre la barra y el salón de pool Julio los surte de cervezas, alguien se sorprende por la ocurrencia arquitectónica y todos ríen.

Llega el hijo de Julio y comienzan a sonar cumbias del interior, los veteranos lentamente comienzan a pasarle la posta a los jóvenes que vienen a hacer la previa. Se activa el sistema de seguridad: cada vez que alguien saca una cerveza de la heladera suena una alarma puesta por Julio para que nadie lo pase, alguien es sorprendido por el sistema y todos ríen.

Como el lugar ya está lleno lo mejor es subir la escalera y retirarse al salón con su grupo de amigos, piden más cervezas y Julio las pasa por una ventanita idéntica a la de abajo, la diferencia es que está a nivel del suelo, por lo que uno se tiene que agachar al mismo tiempo que Julio se alarga para llegar, alguien se sorprende por esa imagen y todos ríen.

El salón se llena de chiquilinas que hacen la previa, como uno tiene esposa busca refugio bajo la parra del fondo, habla con algún veterano que sobrevivió al malón juvenil, se hacen hermanos y arreglan para hacer un asado el domingo, desde el salón con parrillero un conocido con un farol en la mano le pregunta para qué esperar al domingo y lo invita a un asado ahí mismo, todos ríen.

El fin del asado y el whisky convierte las risas en canto y el canto en griterío insoportable, ya no queda nadie en el Mirador y Julio les dice que es hora de cerrar, alguno le protesta y dice que no se va a ir nadie, que van a seguir hasta las mil y que ellos le cierran el boliche: todos ríen, pero afuera del Mirador. Julio siempre ríe último.

Se terminó el asilo alcohólico y hay que volver al Pocitos de de las pizzerías sin alma, los cafés de señoras y los pubs con after office caretas, por lo menos hasta mañana.

Dirección: Bartolito Mitre 2615 entre Cnel. Alegre y Baltasar Vargas (Pocitos)

Horario: Lunes a sábado 10:00 a 16:00 y 18:00 en adelante

Ómnibus: 121, 71, 149, 145, 76, 192, 316