Sorpresiva derrota electoral de Tunu Gibu, el políticamente debilitado líder de la Tribu de los kung san. Los analistas de la tribu le adjudican dicha caída a una “infeliz declaración de admiración a la forma de vida de los uruguayos, basada en su poco apego al trabajo y su mucho apego al llanto y la queja”. Según explicaron, “Tunu Gibu elogió la existencia de empleados y jefes, y la posibilidad de echarse la culpa entre ellos de que nadie trabaja, de que están sólo para la guita fácil, y por eso la tribu no progresa”, así lo expresó el que vendría a ser el hijo del Oscar Botinelli de los kung san.
Con esta gráfica de puntos en la boca de una mujer de la tribu, el que vendría a ser el hijo del Oscar Botinelli de los kung san ilustró la situación del líder Tunu Gibu: los puntos blancos son los escaños que habría perdido el líder en la choza legislativa.
Los kung, una tribu que forma parte del pueblo san, son habitantes del desierto de Kalahari, entre Namibia y Botswana –con entrada lateral por Botswana, si venís del lado de Namibia te conviene estacionar antes de doblar porque después es imposible encontrar lugar y tenés que pegar la vuelta en U, y eso al camello se le complica en pila-, y desde hace siglos viven más o menos igual: una sociedad sin jefes que trabaja 2 horas por día. En Uruguay saltaron a la fama cuando el Presidente (en ese entonces Senador) José Mujica, previo a las elecciones, mencionara la admiración que siente por ese pueblo y su forma de vida, que con esas dos horas de trabajo al día les alcanza para ser felices, sin jefes y sin bienes materiales.
Un integrante de la tribu de los kung san, cándida víctima de la leyenda del CD para que no te agarre el radar cuando venís muy rápido por el desierto de Kalahari como yendo para Botswana; otra coincidencia con la sociedad uruguaya: allá también pegó ese mito, que en Uruguay se evidencia en el espejo retrovisor de muchos autos.
Tunu Gibu tuvo un encantamiento similar pero a la inversa: empezó a leer crónicas de los diarios uruguayos durante el mes pasado, en pleno apogeo de conflictos entre gremiales y empresarios, así como del gobierno con sus funcionarios públicos, y todo tipo de sindicato con el jefe que le toque en suerte. La fascinación que le generó el funcionamiento de esa sociedad tan distante, lo llevó a plantear de manera teórica, la posibilidad de llegar a una instancia similar en su colectivo, como receta para la felicidad social: una utopía. “Deben de ser para nosotros los hombres más atormentados y conflictivos que hay en el mundo, pero para los sociólogos que los investigan son ricos, porque trabajan cuatro horas por día, se putean entre ellos, se echan la culpa de lo mal que les va, y después se juntan a comer un asado con sus pares y disfrutar de la vida o reventar la tarjeta en una noche de descuentos del Shopping hasta hacer saltar la red de cajeros automáticos”, se despachó Gibu en el medio de una de sus audiciones ante la aldea, llamada “Hablando al Meridional”.
“Sin espíritu gremial”. Tunu Gibu, encandilado por el modo de vida uruguayo, intentó generar una manifestación de los encargados de sacar la basura de las chozas, en contra de su propio liderazgo y administración de la tribu. En la imagen se ve a los empleados un poco desmotivados (salvo el que salta de manera infantil y poco sindicalizada, como si fuera un osito gommie). Alguno aplaude y bosteza al mismo tiempo, e incluso la mujer sobre el margen derecho de la foto mira la hora en su reloj solar de muñeca para saber si ya puede volver a su aldea y terminar de manifestarse de una buena vez.
“Esta gente de Uruguay trabaja muy poco, discute mucho, y tiene una vida espléndida. Tiene una apariencia de tristeza bárbara porque lloran la milonga como pocos, todos se quejan: los jefes de los empleados y los empleados de los jefes. Pero ahí está la clave: los jefes sienten que son mejores sólo por ser jefes, y ven a los empleados como un estorbo que termina por justificar su mediocridad en el mundo; y a su vez los empleados se creen más dignos que el resto de la población por el solo hecho de no ser patrón, y sacan cartel de que pelean contra el poder y el orden hegemónico, cuando en verdad pelean por la suya como cualquier hijo de la choza de enfrente. ¡Todos tienen una vida notable!”, señaló un Tunu Gibu revelador y profundo, que explicó las bondades de una forma de vida en la que nadie tiene autoconciencia y todos se justifican en la porquería que es el otro, al tiempo que como colectivo se sienten maravillosamente y superiores al resto.
“Pelean por 4 horas diarias de trabajo, arreglan el sueldo como si fueran 6, ¡y laburan 2!… esa es la forma ideal del estado de la sociedad, no me jodan”, habría dicho Tunu Gibu, quien generó una polémica de la san puta en la tribu kung con sus declaraciones.
“La clave de todo esto es el conflicto”, agregó “el día de conflicto o paro NO SE TRABAJA (súmenle a esto otros días que ellos llaman feriados y sábados y domingos, dos días cualquiera que tampoco trabajan, y unos 20 días más de vacaciones, tiempo dedicado a no trabajar… saquen cuentas que lo de las 2 horas por día nuestras es casi de chino esclavizado), y te hacen una manifestación en la que te levantan el puño en contra de las multinacionales yanquis y la oligarquía de no sé qué carajo, y vos los ves y los tipos están plenos, radiantes, convencidos de que están un par de ramas arriba en el árbol de la dignidad; al tiempo que los jefes dicen `estos hacen cualquier cosa por no laburar, no salen más de su condición de ignorantes`, mientras revuelven el hielo en el whisky con los dedos, y buscan en Internet algún All Inclusive para irse de vacaciones con la mujer que no te sabe hacer una regla de 3 ni en joda”, describió Tunu Gibu, cerrando su análisis antropológico de la sociedad uruguaya.
O al menos eso parecía cuando se iba hacia su choza con un andar descangallado, pero volvió al fogón de golpe y dijo: “Ah, pará, porque me olvidé de unos que son buenísimos: los murguistas. Estos arrancan en un par de meses: se pintan la cara y no laburan durante mes y medio por lo menos. Van por las aldeas y cantan lecciones morales al pueblo mientras el resto de la tribu los aplaude; te dicen cómo tenés que vivir, cómo ser digno, ta, eso es medio aburrido, pero después se maman hasta las patas y terminan en una orgía adentro de un ómnibus”, dijo el ahora cuestionado líder de los kung san mientras mostraba una foto de una murga que había bajado en un cibercafé de Namibia para ilustrar.
El hijo de Tunu Gibu (segundo empezando de la izquierda, el de los mocasines y medias de casamiento), de 37 años, primero en la lista de sucesión, intenta armar una Murga Joven dentro del marco de la Movida Nómade (valga la redundancia) Joven de los kung san, que implementara la gestión de su padre. De sus filas salió el recordado jingle para la campaña: “vamos Gibu, vamos con la tribu, vamos”. Tunu, el líder, agregó sobre los murguistas: “Hay uno que le canta media hora a la Anarquía y labura de publicista, ¡ja! son perfectos”.
“Tenemos que darle por ese lado, necesitamos jefes y empleados como en Uruguay. Nos estamos perdiendo el cachón de los conflictos, los paros. En Uruguay nadie trabaja (ni jefe ni empleado) y todos se sienten más dignos que el otro. Ojo, esto que planteo es una utopía, pero quién te dice…”, cerró Tunu Gibu en su alocución semanal para la aldea y armó un revuelo que terminó haciéndole perder escaños en la choza parlamentaria.