Comencemos por una parte que quizás es menos conocida. ¿Dónde quedó el docente de historia, o el casi docente de historia?
El “casi” me gustó más. Está más ajustado a la realidad. Me quedan ocho materias, que no parecen tantas, pero la distancia de estar encerrado con carpetas y biblioratos y fotocopias y cuponeras del CEI, Centro de Estudiantes del IPA, es enorme. No sé cuándo se retomará. En realidad es una vocación, una pasión, más por la docencia que por la historia. La historia era como el vehículo. Pudo haber sido literatura también. De hecho, cuando arranqué en el IPA, en el 99, por ahí, me anoté en las dos. Terminé haciendo solo historia.
¿Pero cuánto hiciste?
Las prácticas docentes las hice todas, hasta cuarto. Me queda una materia de segundo, dos de tercero y las específicas de cuarto.
Pero no descartás retomar.
No, me encantaría. El tema es que hay que dedicarle tiempo y aparte la docencia tiene una cuestión que para dedicarse hay que dedicarse, porque vos estás laburando con gente. Yo puedo ir medio dormido a laburar a Cristalerías del Uruguay, con el respeto que me merece. Saldrá alguna copa media torcida, yo qué sé, me harán una sanción. Cuando estás laburando con gente, con gurises, con cabezas, con contenido, con conceptos, es medio delicado. Prefiero cuando la haga, hacerlo bien.
¿Por dónde entrás al humor? ¿Te llaman de la murga? ¿Vos ya tenías alguna iniciativa?
En el Florencio Sánchez. En 1997 se reabre el Teatro Florencio Sánchez que habían cerrado en dictadura, el antiguo Apolo. La Intendencia de Arana si mal no recuerdo. Y me entero en el liceo que se reabría y que iban a abrir talleres de teatro, y yo tenía algunos amigos y sobre todo unas amigas que iban a otros talleres de teatro en una cooperativa de vivienda del Cerro y que iba a ser con los mismos talleristas, y me gustaba la idea de, sobre todo, conocer minas. La verdad es esa. Me metí, me acuerdo de los primeros dos talleres, éramos más de 150 gurises de barrio, divino, correteando por ahí por el teatro, haciendo cualquier pavada y riéndonos de que éramos 150. Después se tuvieron que dividir en grupos y fue decantando. Ahí armamos una especie de espectáculo que era cualquier cosa, una porquería, y lo presentamos en lo que era el Encuentro de Teatro Joven, que todavía existe. Tuvimos la inmensa suerte de ganar y encima a mí me dieron una distinción ahí. Fue rarísimo. Eso nos dio viento en la camiseta y ahí empezamos el teatro. Después presentamos algunos proyectos a lo que se llamaba Fondo Capital de la Intendencia, que financiaban algunas cosas. Nos aprobaron uno como de turismo cultural, teatro, paseo por el barrio, la historia del Cerro y el teatro. Ahí la musicalización de la obra la hizo Fernando Cabrera y Tabaré Cardozo. La plata que agarramos la destinamos para ellos dos, básicamente. Y ahí conocí a Tabaré, él se enteró de que a mí me encantaba la murga pero no lo vi por unos años más. Fui a ver una vuelta a los Curtidores, él salía ahí, me reconoció y me dijo: “bo, mi hermano armó una murga el año pasado con unos amigos. Martín Duarte, un tal Carlos Tanco, ¿no te gustaría, a vos que te gusta la murga?”. “Sí, pero yo soy horrible, la verdad”. Mi sueño era salir en una murga, yo salía en carnaval pero no salía en murga porque me habían echado de todas.
Porque cantás mal.
Canto horrible hoy, imaginate hace ocho años atrás. Me echaban, pero me echaban no solo de Falta y Resto que fui a decir que quería salir, me echaban de Los Tamberitos, de Los Disney, de Los Tanners, de Los Espantapájaros, me echaron como un perro. “Tabaré, mi sueño es salir, pero no…”. “Bo, pero mirá que estos también cantan horrible y es para ir a chivear, y muchas veces se juntan en el Cerro a cinco cuadras de tu casa, y yo qué sé, de última andá, te tomás una y jugás al fútbol”. Y fui. Y la murga se llamaba Agarrate Catalina.
¿Cómo viviste la relación con el público de stand up? Porque es muy diferente al de murga, al tablado, ¿no?
Sí, es diferente pero igual tiene algún punto de contacto, que vos ahí solito con tu alma haciéndolos reír, ahí yo estoy más apegado a un concepto más abierto del stand up que los rigurosos, como puede ser Nachito (Ignacio Alcuri), de la “ausencia de la cuarta pared”, el “hoy y ahora”. Para mí es tan cruel y sencillo como “bueno, dale, haceme reír”. Y si vos ahí configurás un personaje o decís que sos Luis XIV o el gordo de La Redonda o el que vos quieras, si lo hacés reír está bien y si no lo hacés reír está mal. Para mí es tan sencillo como eso. Tan sencillo y cruel. Si vos no me hacés reír y lo que hacés es una maravilla, a mí no me importa.
¿Y cómo lo afrontás cuando es cruel? ¿O cuando se da la falta de empatía?
Es saladísimo, es saladísimo. Es de las angustias más grandes que pueda sentir en carne propia. Cuando tirás y no vuelve, es como una llaga que se te prende fuego. Te vas con la cabecita entre los hombros…
¿Cómo se banca cuando una murga como Agarrate Catalina que se convirtió en una en contrataciones, en premios y demás, tiene siete, ocho, nueve tablados en un día?
Es terrible. Es la parte fea del carnaval. Por más que sea lindo actuar en ocho barrios distintos y que románticamente uno sea una especie de trovador itinerante y todas esas cosas que dice la Catalina en sus canciones, después en la cancha está saladísimo. Estás puteando y esperando que termine el último. Estás caliente porque llegás y está actuando fulanito y que se bajen porque tenemos que llegar al otro. Somos 17 krustys odiando lo que hacemos pero a la vez amándolo y sabiendo eso también, que el tipo que está ahí capaz que es la única chance que tiene de verte en todo el carnaval, que hizo un esfuerzo muy grande para ir. No le estoy buscando el “ay, vamos a cantarle para el pueblo que juntó pesito por pesito…”. No. Muchas veces es cierto. Y tenés que hacerlo.
Hay un compromiso.
Hay un compromiso y hasta una ética humana y si querés profesional. Tenés la ventaja de que son 17 o 20, o 20 y pico como en la Catalina. En la Catalina aparte tenemos mucha confianza con eso, de decir: “bueno, muchachos, no puedo subir”. “Bueno, dale, voy yo”. Eso te lo da que sea una murga, que seamos muchos y que aparte seamos amigos y que esté todo bien.
Pero es raro que se sienta esa falta de ganas en una cosa que les gusta tanto.
Lo que pasa que es inevitable. El carnaval es el tío viejo que lo querés mucho porque vive lejos. Cuando está en casa, si se queda unos días, lo querés matar. Y encima se queda 45 días, es insoportable ese tío viejo. Es infumable. No sé cuándo vamos a entender los carnavaleros que no puede durar 45 días. Por el bien de todos.
Porque se alarga, en lugar de acortarse.
Cada vez es más largo y cada vez es más insoportable, y sin ningún sentido, porque no hay una sola explicación lógica para que el carnaval dure lo que dura.
¿Pero no hay algo económico?
No creo. ¿A quién le sirve económicamente? Porque los últimos 20 días los tablados trabajan un día o dos días a la semana. El resto de los días, que algunos abren por compromisos comerciales, están muertos. La murga es un desastre, arrastra las patas, la gente ya te vio 20 veces, son fanáticos, entonces vos tirás y no pasa nada, el de los chorizos no vende uno solo, porque el que va todos los días se lleva una viandita. Es terrible. El carnaval es espantoso. El carnaval es horrible, una porquería.
Lo de que “el carnaval es horrible, es espantoso”, si bien lo sostengo y mantengo, también digo todo lo contrario, por algo participo. Te digo porque sino después dicen: “Ah, está dando pa’ atrás este”.
Yo pensaba ponerlo de título principal: “El carnaval es espantoso y es horrible”. Lo bajamos y lo ponemos en el copete.
¿Cómo manejás, hoy en día, la sobreexposición –si sentís que la tenés- o estar en muchas cosas, en muchos lados al mismo tiempo?
Está bravo porque sí, la siento. En nuestro país es una necesidad, lamentablemente, ser multi-sub-empleado.
Pero has tenido que optar también. ¿En qué podés sentir la sobreexposición?
La sentís a diario. Una que estoy sufriendo, que me habían advertido Carlitos (Tanco) y Gonzalo (Cammarota), que la verdad pensé que nunca me iba a afectar: la gráfica. Laburé, hice una especie de contrato con una empresa que presta guita y hay lugares en el centro donde estoy en todas las esquinas con la tarjeta. O en los ómnibus. Y es terrible. Ah, esa está bravísima. Pero bravísima. Y la gente te dice, “bo, te tengo en la esquina de casa”. Mis amigos, gente que me quiere, me odia por eso, me imagino los que ya me odiaban…
¿Los amigos del barrio, del Cerro, cómo han manejado tu fama?
¿Y qué tiene el Cerro que lo nombrás tanto?
No sólo el Cerro, sino Cerro.
Bueno, ¿qué tiene Cerro, el cuadro, qué tiene Cerro, el barrio?
Es una cuestión de identidad y de afiliación salada, más allá del cuadro. Hay un sentimiento de pertenencia muy fuerte. Quienes nacimos, vivimos, nos criamos en el Cerro, difícilmente nos guste salir de ahí o neguemos ese costado, ese lado. Amamos el barrio, más allá de las cosas negativas que son las que más se conocen.
Pero hay mucha gente que tiene dinero para comprar en otras zonas más caras y quiere hacer su casa en el Cerro.
De hecho es muy gracioso a veces, andar por ciertas zonas del Cerro y sorprenderte con casas… “¿Qué hace esta casa acá?” Muchas veces son de jugadores de fútbol.
¿Cómo te manejás con internet, sos de bajar chistes?
Muy poco. Sí manejo internet, todo el día. Pero por cuestiones de tiempo, de hábitos, no consumo mucho humor por internet, más que alguna cosa pero que leo, básicamente.
Si alguien descubre algo, seguramente sea por ignorante más que por chorro. Lo que sí puedo llegar a chorear es a amigos. Pero con conocimiento de causa. La otra vez me dio mucha tranquilidad porque fuimos con los chiquilines de De Pie a Buenos Aires y tuvimos una charla con Pablo Fábregas, el director de Cómicos, que es como el espectáculo fundacional del stand up en Buenos Aires, y actor de otro espectáculo que se llama De a uno. Nos dijo una cosa que a mí me dejó tranquilo: “Muchachos, en los eventos -que es algo en que nosotros laburamos habitualmente, eventos de empresas, etc.- el material es de todos”. “¿Lo qué?”. “Sí, sí, el material es de todos. Si vos fuiste a un evento de una zapatería y te acordás que tu amigo Joel tiene un monólogo de cinco minutos sobre zapatos, o de las minas probándose zapatos, si querés llamalo y avisale, pero si no, no lo llames nada, porque él es tu amigo y él sabe la que estás pasando ahí”. Y es cierto. No hay peor lugar para actuar que un evento, una fiesta privada.
Pero las hacen por decenas en esta época del año final.
Se hacen muchas.
Tienen un término de tablados, ustedes.
Sí, tenemos tablados. Se adaptó la jerga carnavalera.
Pero hacen tablados, van de un lado a otro. Incluso no llegan.
No, perdemos tablados, llegamos tarde a Maroñas. Y bueno, parte del multi-sub-empleo. Y también de esa especie de bicho que te va comiendo la cabeza de “Muchachos, es ahora, la cancha de paddle es ahora”.
Eso duró poco, lo del paddle.
¿Y vos te pensás que esto va a durar mucho? No seas malo, Joel. En algún momento van a decir, “estos no son tan graciosos” o “ya me aburrí de ver a estos haciendo chistes, que vengan otros o que no venga más nadie a hacer chistes, que venga un mimo”. Ahí nos verás haciendo esto, yo qué sé.