A esta altura el espectador ya no tiene muy claro si él mismo es real o si es ficticio, si es uno mismo o un actor que se autointerpreta. A mí me agarró para el lado de pensar que soy un actor bastante malo, porque sino no se explica cómo puedo ser tan poco convincente: sin ir más lejos el otro día traté de convencer a mi mujer de ir a Brasil en enero y terminamos comprando un terreno en Guazuvirá a medias con mi cuñada, que no sólo está en el clearing sino que aparte la arrastró a mi mujer por un préstamo que sacó a su nombre y nunca pagó; capaz que lo hizo para no sentirse sola en el clearing, que debe ser un lugar desolador, bastante parecido a Guazuvirá.
El resto de los espectadores llevó su confusión para otros lados, un flaquito de lentes se ve que se hizo la cabeza de que estaba viviendo en una especie de Truman Show porque empezó a gritarle a su novia que era una actriz que había simulado quererlo toda la vida, sino no se explicaba que todos los sábados fuera con él a ver a Boston River sin chistar. Un argumento bastante firme, pero no tanto como la pared con la que se dio de frente al intentar salir del supuesto estudio que habían hecho para filmar su vida. Mientras el acomodador lo trataba de reanimar la mayor parte de la gente salía de la sala embobecida, como con miedo a descubrir que eran otros, o peor aún, que seguían siendo los mismos.
Todavía no había pasado ni la mitad de la película y la sala quedó semivacía, una pena porque a medida que avanza la historia se pone cada vez más linda, sobre todo al final, cuando el protagonista baila solo en una escalera de la Facultad de Derecho sin importarle si es real o si es ficticio.