El show empezaba a las 21:00 pero desde una hora antes ya había comenzado el concierto de relámpagos y truenos sobre el Parque Batlle. Aunque el público no se mojaba, las capas para lluvia se vendían por manojos en la tribuna Olímpica. “Con suerte no se suspende”, tiró al pasar un vendedor poco exitoso de churros.
Sin embargo, a la hora señalada, Joaquín Sabina saltó al escenario con su sombrero bombín como si nada ocurriera y cantó “Cuando era más joven”, en la que recuerda sus etapas de bohemia cuando “mañana era nunca y nunca llegaba pasado mañana”.
En un principio, los rayos en el horizonte generaban exclamaciones de asombro caricaturescas en parte del público, pero una plegaria de la estrella de la noche hizo que los olvidaran por completo. El músico pidió a los dioses paganos que aguantaran el aguacero hasta luego del evento y estos concedieron su deseo. No ha nacido la deidad que le diga que no.
Las letras y melodías del cantautor de Úbeda se escucharon con excepcional calidad y fueron acompañadas por juegos lumínicos que hacían del escenario un lugar acogedor. En la primera parte de la noche, el artista de 68 años mostró varias de las canciones de su último CD, “Lo niego todo”, avisando al público que se iba a tener que “joder un poco” en esa etapa para luego disfrutar de los éxitos eternos.
La áspera presencia de su voz se paseó a gusto por el aire del Centenario, usando toda su experiencia a su favor y combinándose como de nacimiento con los coros de Mara Barros, Antonio García de Diego y Pancho Varona.
El show se repartió entre momentos para mover los brazos con lentitud de un lado a otro, los de marcar el ritmo con un taloneo firme y hasta algunos que rozaron el peludeo rockero. Esto último fue posible por estribillos exacerbados con arreglos armónicos que los elevaron, aún en temas que en el disco no son tan estridentes, como el que da nombre al CD.
Sabina no olvidó dejar sus nada sutiles toques de humor en referencia a la bebida, y también sedujo al público rioplatense diciendo que es el mejor del mundo. Además, habló de la nostalgia que trae volver con la vejez a ciertos lugares y dedicó la canción “Lágrimas de mármol” a Mario Benedetti, Eduardo Galeano y Daniel Viglietti.
“Si me tocó bailar con la más fea, viví para cantarlo”, dice esta pieza del último CD. Sabina le ganó la pulseada a la tormenta y dejó en Montevideo un show que será recordado con cariño. Cerró con una interpretación de “Pastillas para no soñar” que levantó al público pero antes de despedirse, volvió a contactar a los seres todopoderosos y les avisó que ya había cumplido su misión. “Ahora, que pase lo que sea”, exclamó. Diez minutos después, el Parque Batlle se vio sumido en un furioso temporal de lluvia y viento. Consultado sobre su posible posesión de poderes sobrenaturales, Sabina, como siempre, lo negó todo.