En una conferencia este miércoles en la Casa de América de Madrid, Barnatán, escritor y compatriota de Borges, expuso la impronta de esta compleja tradición mística, que busca descifrar los significados ocultos del Antiguo Testamento, en cuentos como "El Zahir", "La escritura del dios" o "La muerte y la brújula".
Sin olvidar su célebre relato "El Aleph", que debe su título a la primera letra del alfabeto hebreo y según Barnatán representa "toda la sabiduría borgiana", focalizada en ese extraño punto en el que confluye el universo entero.
La biografía de Borges (1899-1986) estuvo sembrada de conexiones con la cultura judía.
Durante sus estudios en el Liceo Calvino de Ginebra, los años de la Primera Guerra Mundial, conoció a dos jóvenes polacos judíos con los que mantuvo una amistad de por vida, Maurice Abramowicz y Simón Jichlinski.
Pronto se interesó por el filósofo Baruch Spinoza, holandés de origen sefardí portugués al que dedicó dos sonetos. Y de muy joven leyó con gran interés la novela "El Golem", una obra del austríaco Gustav Meyrink basada en la leyenda judía del golem, un ser creado de forma artificial por un cabalista.
Dicha historia tomó cuerpo en la imaginación del autor argentino hasta eclosionar en un poema homónimo que el propio Borges consideraba como "uno de sus mejores trabajos", según Barnatán.
La arquitectura métrica del poema, explicó Barnatán, remite a dos cifras, el 27 y el 18, en ambos casos un número más respecto a dos cifras importantes de la Cábala, el 26 y el 17.
Una imperfección calculada y llena de significado, pues remite a la idea que tenía el escritor porteño sobre "el implícito fracaso de toda creación artística", de acuerdo con Barnatán, autor de "Borges, biografía total" (1995).
Pese a los sofisticados juegos del autor argentino, Barnatán matizó que la relación de éste con la tradición cabalística fue, lejos de una especialización rigurosa, "un acercamiento literario", ya que el autor de "Ficciones" o "El informe de Brodie" no sabía leer el hebreo.
Tampoco un acercamiento desde la fe, ya que Borges era "fundamentalmente agnóstico", dice Barnatán, que tenía 21 años cuando conoció al autor, quien entonces andaba ya por los 69.
"Él decía: no puede existir ni el paraíso ni el infierno. Los dos sitios son demasiado presuntuosos para el hombre".
El biógrafo relató también anécdotas sobre la relación de Borges con el Estado de Israel, como por ejemplo cuando estalló la Guerra de los Seis Días en junio de 1967.
"Borges se siente muy afectado, ante la duda del resultado de esa batalla, y quiere ayudar", recuerda.
"Entonces se va al despacho de Bernardo Ezequiel Koremblit, director de la Sociedad Hebraica Argentina. Y le dice: Koremblit, yo quiero ayudar". Y acto seguido, el maestro argentino, aquejado de ceguera, le dictó un poema que traía en la memoria, titulado "A Israel".
Dos años más tarde, Borges viajó a Israel invitado por el gobierno de este país, donde pudo conocer un poco mejor la Cábala con el renombrado especialista Gershom Scholem.
El propio Scholem aparece mencionado en el poema "El Golem", lo que le inspiró al cabalista un chiste que habría sido muy del gusto de Borges, recuerda Barnatán.
"Scholem me dijo un día: yo creo que a mí me citó (en ese poema) porque no había otra rima para Golem".
(AFP)