El “Paisaje Cultural e Industrial Fray Bentos” fue nombrado Patrimonio de la Humanidad. En la selección que hace la Unesco los proyectos no compiten entre sí. Cada sitio tiene que cumplir con algunas de las condiciones que exige el organismo. El Anglo tiene dos puntos fuertes. La originalidad es uno. El barrio conserva sus características de más de un siglo, que sobrevivieron al paso del tiempo. Distinto es lo que le sucedió a El frigorífico Anglo de Buenos Aires, que hoy es un supermercado o a sus similares que había en Zárate, que hoy están en ruinas.
El otro punto es la jerarquía. Este paisaje fue parte del desarrollo de la cultura en los últimos 200 años. Es testigo de un cambio de estructura en la forma de comercializar los alimentos en el mundo y en un momento de la historia fue pionero en el desarrollo tecnológico.
René Boretto integra la Comisión de Gestión del Sistema Patrimonial Industrial Liebigs-Anglo. Esta comisión coordinó la presentación del expediente "Paisaje Cultural e Industrial Fray Bentos" en Unesco.
Boretto es investigador, historiador y escritor. 180 charló con él para conocer la historia del lugar que hoy es patrimonio de la humanidad.
Un invento alemán
Justus Von Liebig, un químico alemán, inventó a mediados del siglo XIX una forma de reducir 35 kilos de carne a un solo kilo. Liebig creó una pasta llamada extracto de carne que se podía disolver en agua caliente para hacer sopa.
El químico alemán tenía la técnica, pero no la cantidad de ganado necesaria, ni las tierras para desarrollar su invento. Las opciones para hacerlo estaban a más de 10.000 kilómetros de distancia.
En uno de esos lugares recaló otro alemán, el ingeniero George Giebert. Cuando vio los campos de Río Negro, contactó a Liebig y se reunió con él en Múnich. También convenció a europeos que estaban en la zona para que invirtieran en comprar campos, ganado e hicieran una instalación primaria del saladero. Así nació el Liebigs y la ciudad de Fray Bentos.
“Liebig quería defender a capa y espada su producto. Él era uno de los químicos más importantes del mundo. Por otro lado, había que conseguir inversores, que no iban a ir detrás de algo si no estaban convencidos por una realidad política y económica. Un tercer desafío era inventar las máquinas para hacer algo que nunca que se había hecho fuera de un laboratorio. Esto de por sí le dio excepcionalidad al movimiento y algo inédito, desde todo punto de vista. Europa piensa de otra manera, ya no llevaba materia prima para reprocesarla en otro lugar. Servía mucho más la producción a ciclo completo. Estaban presentes el río, los puertos, los campos, las buenas pasturas, la cantidad de animales. Lo único que faltaba era la tecnología, qué hago y cómo exploto estos recursos. No era fácil, pero alguien que tenía claro el concepto de la industria estaba en un vergel. Se sacaba el pelo grueso de las vacas y no se lo tiraba, lo usaban para hacer pinceles, no tiraban las pesuñas porque las vendían a Francia y los franceses la vendían molidas a Italia para que las tiren en las vides. Aparece el buen rédito para la empresa, todos querían sus acciones que daban un 12% anual, y también fueron un modelo de multinacional que empieza a trasladarse a otros lugares”.
Una Company Town
El barrio Anglo todavía tiene casas y edificios que conservan los materiales de la época. Los criterios arquitectónicos sobrevivieron al paso del tiempo. También hay un club de golf y uno de fútbol homónimo, que se fundó en 1907. Todos ellos son parte de lo que fue la “Company Town”.
“En determinado momento un 75% o más trabajadores eran inmigrantes. Había territorios cercanos a la empresa que le permitían a la gente radicarse y allí tenían un control social. Le fijaban normas de comportamiento, horario, sonaba un pito para marcar cuándo se trabajaba y cuándo se descansaba. El Anglo es un ejemplo de la Company Town de aquella época. Surgieron instituciones culturales y deportivas, que parecen formar parte de la vida normal y común, pero son imposiciones de la empresa para sus propios intereses ¿Cuál era? La gente se divertía, pensaba que tenía sus actividades, pero si venía un barco a las dos de la mañana, sonaba una sirena y esos trabajadores estaban prontos. Eso era un manejo, con todo el respeto de la palabra, de los trabajadores en función de la empresa”.
La germanofobia y la llegada de los británicos
Liebig se muere ocho años después de que el proyecto se inició y Giebert a los nueve. El nombre de la empresa era alemán y la mayoría de sus técnicos también. Pero la Liebigs tenía inversores de varios países y, en los años previos a la Primera Guerra Mundial, los ingleses estaban preocupados por la presencia de apellidos alemanes asociados a la empresa. La Liebigs había trabajado con el extracto de carne y el corned beef, pero quería derivar su producción hacia toda la rama de la industria frigorífica. En 1921 ya tenía cámaras frías y zonas diferenciadas, pero no llegaron a usarlo. Toda esa estructura le dio paso a La Anglo en 1924. Era un momento en el que la gente pensaba que no había más opciones que el cierre.
“La empresa empieza a desprenderse de los alemanes por orden de los inversores que tenían mayor potencial en Inglaterra. Cuando la Primera Guerra Mundial empieza a perfilarse eso se acentúa. A Don Luis Meyer, el mejor gerente de la empresa, la empresa le regala estancias en 1915 para que se vaya. Le dicen que su apellido era demasiado alemán. La Primera Guerra termina con una germanofobia muy marcada, los recortes de prensa de la época dicen que la mayor parte de las familias alemanas se fueron porque nadie las quería. En la década del 20 quedaba dos o tres, nada más. Era muy difícil ser alemán en ese momento. Los ingenieros y arquitectos se fueron reponiendo y ahí se empieza a ver que son británicos. Acá tenemos una empresa, que fabrica, inventa o como quieran ponerle, la forma de liberarse en espíritu y antecedentes alemanes para convertirse en británica”.
La gente ya no quiere corned beef
La Anglo cambia su modo de producción y decide producir alimentos para la Segunda Guerra Mundial. No solo para los militares, también para los europeos que no podían acceder a los alimentos porque en sus países no se producían. Estos eran los principales consumidores. Esta decisión y el final de la guerra sentenciaron el futuro del frigorífico.
“Era una industria conservera. Todos sus esquemas siguieron la pauta de las necesidades que tenía la guerra en Europa. La producción de corned beef fue esencial y en la década del 30 al 40 se le agregan otras producciones de la agroindustria regional: frutas, dulces, verduras y animales de granja. Todo eso se procesaba y se enlataba, se enviaba con su nombre en español y en inglés, y terminaba siendo la alimentación para el poblador civil que estaba en la problemática propia de la guerra. La empresa se convierte en una conservera y esto termina dándole el ultimátum en cuanto a la tecnología. Cuando termina la Segunda Guerra Mundial, ya no hay a quien venderle más latas de corned beef, porque el que comió corned beef lo hizo en circunstancias tan horribles, que por más que les gustara, estaban cansados de comerlo”.
Se van los ingleses, quedan los militares y sus negocios
El final de La Anglo fue una agonía que duró años y que tuvo de todo. El Estado tomó la decisión de comprarle el frigorífico a los ingleses, cuando estos ya lo habían abandonado hacía rato. Luego, dos generales hicieron distintas ventas del edificio y el golpe final fue con la llegada de un jeque, que hasta hoy no se sabe si lo era en verdad.
“Los obreros del frigorífico tenían la esperanza de que eso funcionara por siempre, decían: quién va a dejar de comer carne. Entonces, en la visión de un obrero de Fray Bentos no se asomaba la otra realidad, la política ¿Por qué se convirtieron los grandes frigoríficos en pequeños mataderos? Porque el consumidor principal dejó de existir. Los europeos definieron que se iban a alimentar de otra manera, cambiaron su esquema, ya le habían sacado el jugo a la producción y todavía se lo vendimos al Estado. En el 71 los ingleses dicen no va más y en lugar de irse, el gobierno dice que los va a intervenir porque no estaban haciendo las cosas bien. ¿Qué más querían? Se quedan dos años más para enseñar cómo se hacían las cosas y se van. Luego queda en manos de los militares. Dos generales venden el frigorífico, uno a los paraguayos y otros no sé a quién. El frigorífico termina en manos de la Saudico, famosa. Era una empresa fantasma, había uruguayos, españoles, un jeque árabe o alguien vestido como tal. Ellos fueron los estertores de algo que en ese momento solo era considerado con un valor económico y no patrimonial”.