En el comienzo del libro los periodistas Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz le agradecen a Mujica “por el tiempo compartido”. Además, en la contratapa, cuentan que parte de las charlas con Mujica fueron “tertulias hasta la madrugada”. Es una buena introducción a lo que vendrá porque en el texto los periodistas cuentan, una y otra vez, la relación íntima que tienen con Mujica. Incluso explican que las charlas y/o entrevistas se daban en la casa del expresidente o en la casa de alguno de ellos. Varias veces explican que departían hasta la madrugada con detalles de qué comían o cuántas copas tomaban. Para que no queden dudas agregan una foto de los tres con una botella de vino.
La transparencia para contar cómo se relacionan transforma el libro en un buen manual para entender cómo Mujica manejó la agenda mediática. Y en en este caso cómo logró durante su gestión más del 50% de las tapas del semanario donde ellos trabajan. El expresidente usó las tapas de Búsqueda para echar jerarcas, trancar leyes, generar debates. Las usó para generar agenda cuando se le dio la gana. Para eso contó con dos amigos dispuestos a recibirlo cuando sea, a tomar hasta la madrugada y a reproducir sus ideas o noticias. Además, contó con la dirección de un semanario dispuesto a oficiar de vocero presidencial para mantener el status de generador de agenda. El círculo lo cierran, y esto lo sabe Mujica, varias radios y canales que levantan Búsqueda como un mantra.
Las relaciones entre el periodismo y el poder siempre son complejas, no hay fórmulas correctas ni manuales perfectos. El periodismo es un oficio donde no hay reglas duras ni estrictas, es tan heterogéneo y hay tantas formas de ejercerlo como periodistas. Pero hay diferencias entre el oficio del periodismo y el trabajo de los voceros. Acá lo que se ve son voceros.
El libro tiene el mismo tono que las tapas del semanario, pero va más allá: nos cuenta cómo viven los periodistas esa relación. Y pone en el centro esa relación. En varios pasajes Danza y Tulbovitz consideran que lo importante es contar dónde y cómo charlaron con Mujica, no lo que dijo.
Un claro ejemplo es el episodio del despido de un ministro en 2012. Los periodistas cuentan que Mujica los citó cerca de su casa para charlar: “Le había pedido la renuncia a uno de sus ministros y nos quería explicar las razones”, escribieron. Es de suponer, por la fecha que manejan, que el ministro era Héctor Lescano, ministro de Turismo y Deporte. Pero no cuentan eso, no lo nombran siquiera. No importa por qué echó a un ministro ni el nombre del mismo: importa contar la intimidad que tienen con el presidente, decir que el presidente les quería explicar a ellos mientras ignoraba a todo el resto y no atendía el celular.
Esa intimidad es la que complica la veracidad del libro. Ahora, con el episodio de Lula, queda claro que los periodistas están más atados a la relación que al rigor.
Según el libro Mujica habló con el expresidente brasileño, Lula Da Silva, del “mensalao”, el escándalo de corrupción para comprar votos en el Congreso del primer gobierno de Lula. Mujica contó que Lula le llegó a justificar el mensalao como “la única forma de gobernar Brasil”. Como esto generó escándalo, porque Lula nunca admitió saber del mensalao, Mujica lo desmintió.
En una presentación del libro, donde estaban los autores, Mujica dijo que nunca habló con Lula de esto. Cuando un entrevistado desmiente una cita textual hay dos caminos: ratificarse y mostrar que lo dijo o rectificarse y pedir disculpas. Los periodistas no hicieron ninguna de las dos. En el mismo evento Tulbovitz le dijo a un periodista de la agencia AFP: “Ya escuchaste a Mujica, es lo que él dijo”.
¿Entonces? ¿Es verdad pero no quieren contradecir al presidente? ¿Es mentira y no reconocen el error? En cualquier caso están en problemas. Y, sobre todo, están lejos de la necesaria tensión entre las partes. No está mal tomar vino o ir a la casa de un entrevistado. El gran dilema acá es que no hay intereses contrapuestos entre las partes, en lugar de tensión hay admiración.
El punto es la relación con el poder. En la misma redacción de estos dos periodistas trabaja Sergio Israel, que escribió el libro: “Pepe Mujica, el presidente”. El libro de Israel es una investigación crítica de la gestión de Mujica, es un libro periodístico, nos da una idea del presidente más allá de sus propias autorreferencias. No es que sean dos estilos diferentes, son dos formas diferentes de pararse ante el poder.
Los autores nunca ocultan nada. Vale decirlo. Nos explican que hay “más de cien horas de conversaciones” y que ninguna tertulia “terminó antes de la madrugada”. Nos dan detalles de las bebidas espirituosas y de cómo y cuándo los toman. A tal punto se da esa mezcla de filosofía y vino que los tres se maravillan con la fotosíntesis.
- Mujica: (...) por ejemplo, el origen de todo es la luz. Estoy convencido de eso. En definitiva los incas tenían razón con el Padre sol. La fotosíntesis es la base de todo. A veces tiro cosas de estas por algún rincón. Pero yo sé que en la mayoría de los casos son margaritas a los chanchos.
- Periodistas: no está mal decirlo. Siempre hay algún atento.
Pero Mujica, el admirador del padre sol, también acepta las reglas del marketing. No presentó el libro en el valle sagrado de los incas con dos cholas. Mujica se puso un saco y fue a presentar el libro a la gigantesca feria del libro de Buenos Aires.
Al fin y al cabo el libro está para venderse y los amigos para ayudarse.
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