Viejos son los trapos

Peñarol le ganó 1 a 0 al Cali con gol de Marcelo Zalayeta y clasificó a octavos de la Sudamericana. Antonio Pacheco, Carlos Valdez, Pablo Migliore y Sergio Orteman sobresalieron en un equipo comprometido, que dejó la piel y que entendió a tiempo que era demasiado pronto para quedarse sin su principal objetivo en el semestre. Mirá el gol y el final con relato de #futbolx180.

Actualizado: 25 de setiembre de 2014 —  Por: Diego Muñoz

No hay nada peor para un equipo que quedarse demasiado pronto sin los objetivos planteados a comienzos de temporada. El camino se vuelve un vía crucis con una estación más dolorosa que otra. El grupo se desmotiva, pierde el rumbo y sale a jugar por inercia.

Peñarol lo entendió a tiempo. La Sudamericana es para el equipo de Fossati el gran anhelo y en Cali salió a jugar mucho más que un partido. Salió a defender su ilusión.

Más que de 38 años Pacheco parecía un debutante a la hora de cooperar con Sebastián Píriz en la mitad de la cancha, ni cerca estaba Zalayeta, capaz de retroceder para defender tan cerca de su arquero como fuera necesario, de los 35. Tampoco pesaban los 40 recién cumplidos de Darío o los casi 36 de Orteman. Menos aún los 31 de Valdez o los 32 de Migliore.

Ninguno midió el esfuerzo. Cuando no pudieron más entraron suplentes frescos. Los mayores de 30 fueron las grandes figuras de un equipo comprometido, con jugadores que dieron el máximo en busca del bien común. El talento de los de más experiencia y la tensión competitiva de todos alcanzó.

Fossati apostó por una alineación en la que no quedaba claro cómo se las arreglaría Píriz en el medio. Pero bastaron cinco minutos para responderlo. Pacheco y Jorge Rodríguez serían sus laderos, cubrirían los espacios y retrocederían tanto como lo necesitara el equipo. La presencia de ambos aseguraba que cuando Peñarol tuviera la pelota no se la destratara.

El Cali, que no se esperaba ese partido, comenzó a intentar romper la telaraña que le proponía su rival. Sin embargo los planes se alteraron del todo cuando Pacheco hizo una jugada maestra y le sirvió el gol a Zalayeta, quien entró al área por derecha y cruzó el remate para el 1 a 0. Iban 11 minutos.

Seis minutos después del gol Zalayeta volvió a estar mano a mano con el arquero del Cali pero esta vez definió demasiado hostigado por Hurtado. En el rebote Jonathan Rodríguez le pegó mal.

Quedaba demasiado tiempo como para no sufrir. De visita y con el local necesitado de un gol, era lógico esperar sobresaltos. Para que no pasara a mayores se necesitaba un golero seguro y compañeros que lo protegieran. En Peñarol funcionaron las dos patas.

Migliore tapó los dos primeros intentos del Cali, que logró filtrar la pelota a espaldas de la línea final, y los defensas se encargaron del resto. Valdez fue la Hormiga atómica y Darío jugó con la carpeta abajo del brazo.

Sobre el final del primer tiempo de nuevo Migliore salvó a Peñarol.

La segunda parte se presumía bastante más complicada de soportar. Cali adelantaría las líneas y los jugadores aurinegros acusarían el esfuerzo. Así fue. Los locales asumieron riesgos, quedaron con dos en el fondo y el resto del equipo pasó a posiciones de ataque. En campo de Peñarol había ocho jugadores del Cali y nueve aurinegros.

En ese contexto Migliore sacó una pelota milagrosa. El equipo local colonizó las inmediaciones del área de Peñarol, que a pesar de esa jugada lucía firme en la marca.

Consciente del desgaste al que había sido sometido por la función que le encomendó, Fossati sacó a Pacheco del campo sobre los 12 minutos. Orteman ocupó su lugar con la misma entrega y disposición. Algunos minutos después Alejandro Silva ingresó por Zalayeta.

Peñarol esperaba al Cali con una línea de cinco defensores y cuatro mediocampistas. Jonathan Rodríguez quedaba solo arriba. El local no encontraba espacios ni por el medio ni por las puntas y se veía obligado a rematar desde afuera aunque cada vez que lo hizo le falló la puntería.

Sobre el final Murillo tuvo un mano a mano con Migliore que, como toda la noche, ganó el argentino.

Peñarol llegó con la soga al cuello pero se la aflojó con buen juego de a ratos, con compromiso siempre. Y se trae de Cali el bien más preciado: la ilusión intacta.