El tormento en el que se transformó la vida de Moacir Barbosa fue tan injusto como real.
El golero del 50 vivió hasta el final de sus días con el recuerdo del tiro de Alcides Ghiggia que se le metió contra el primer palo.
Ahora, 64 años después, un grupo de jugadores pasa a cargar con otra cruz.
Tal vez un poco menos cruel pero igual de pesada.
Más aún en tiempos de locura mediática y de repercusiones mundiales.
Igual que con Barbosa, será injusto con ellos.
Ningún jugador debería cargar sobre sus espaldas con la ilusión de un pueblo.
Ningún jugador debería pedir disculpas a sus compatriotas por una derrota en un deporte.
Pero la selección de Scolari asumió ese desafío que se transformó en un boomerang.
Brasil fue sometido, humillado, apabullado por Alemania.
Los de Löw entienden todo.
Si el fútbol total existe, Alemania lo practicó en Belo Horizonte.
Son, hasta ahora, el mejor equipo de la Copa.
Y en el partido señalado lo demostraron de manera contundente.
Le bastaron 20 minutos a los germanos para hacer añicos la ilusión del local.
Ese sueño del hexa, esa certeza de que la copa se quedaría en casa, se destruyó.
Brasil organizó dos mundiales.
A cuál de los dos más dolorosos.
El Maracanazo es inigualable pero el 1-7 en Belo Horizonte está apenas un escalón más abajo.
Daba la sensación de que los de Scolari no estaban preparados para superar a un rival de su misma grandeza.
Y mucho menos si no tenían a su capitán, Thiago Silva, y a su estrella, Neymar.
Los hechos lo confirmaron.
Alemania esperó que a Brasil se le pasara el ímpetu inicial y pasó al frente.
Agarró la pelota, se posicionó en campo rival y avanzó por todo el frente de ataque.
A los 11 minutos ningún brasileño percibió a tiempo que Müller se desmarcó en el área y solo pudieron ver cómo el delantero conectó el centro desde la derecha para el 1 a 0.
Pero lo peor estaba por venir.
Con maestría y hasta siete jugadores sobre el área rival, los germanos desbordaron a los brasileños.
Intensos, aplicados, exuberantes, tiraron una presión alta que asfixió a los de Scolari y marcaron cuatro goles en siete minutos.
A los 23 Klose definió una jugada colectiva perfecta para transformarse en el máximo goleador de la historia de los mundiales, por encima de Ronaldo, a los 24 Kroos castigó de zurda tras otro centro desde la derecha, a los 26 de nuevo Kroos hizo el cuarto y a los 29 Khedira anotó el quinto.
La gente lloraba en las tribunas, los jugadores estaban desconsolados en la cancha, Felipao no entendía nada en el banco.
El resto del primer tiempo y el segundo sólo sirvieron para demostrar la autoridad con la que Alemania se paseó por Belo Horizonte y la impotencia brasileña.
Apenas en el inicio de la etapa final, los alemanes dejaron venir algunos minutos a su adversario hasta que se decidieron a atacar de nuevo.
Los dos goles de Schürrle llegaron como consecuencia de la abrumadora superioridad de los de Löw y despertaron aplausos de parte de un correctísimo público local que premió con ese gesto al ganador.
Al final Oscar descontó.
Alemania demostró en cada partido por qué llegó al Mundial como candidato a campeón.
A falta del último paso, es evidente que juega como nadie.
Y que no la arrea nadie.
Para ganarle se necesita bastante más que corazón y épica.
Actualizado: 04 de agosto de 2014 — Por: Redacción 180