En el Apertura se pedía la cabeza de Rodolfo Arruabarrena. Se decía que no transmitía nada, que desconocía la historia del fútbol uruguayo y de Nacional. A la campaña se subieron todos los sectores: hinchas, dirigentes, periodistas.
Lo acusaban de frío, cuestionaban que no gritaba ni gesticulaba desde el otro lado de la línea, insistían en que no tenía experiencia como para lograr convencer a los jugadores.
Ahora que el argentino no está, hay que ver cómo acomodar el cuerpo para explicar lo poco que transmite el equipo en la cancha. A Pelusso no es fácil pegarle. Es un tipo simpático, tiene historia, conoce el ambiente, sabe cómo moverse. Entonces las críticas no son tan críticas aunque el equipo juegue peor que en el semestre pasado.
El comentario no supone ni siquiera un mínimo cuestionamiento a la continuidad de Pelusso, quien lleva jugados apenas nueve partidos oficiales. El técnico llegó al club con todos los estamentos de acuerdo y la hinchada clamando por él.
Sí intenta demostrar el facilismo con el todos los actores del fútbol uruguayo ven el juego. A puro impulso, sin una pizca de reflexión ni análisis.
Nacional volvió a perder. Fue la tercera derrota consecutiva y en los últimos tres partidos recibió nueve goles y no convirtió ninguno. Los números son elocuentes y demuestran la ausencia de juego de un equipo que nunca convenció, ni siquiera cuando ganaba. "Fue una actuación poco menos que impresentable", dijo Pelusso tras la goleada ante Newell's. La actuación no fue mejor ante River.
Lo peor de todo es la imagen que deja el Tricolor. Sin juego ni alma. Abatido, apático, inerte. La extrema indolencia con la que se mueve en la cancha evidencia su mayor problema. Ante el primer obstáculo el equipo no sabe cómo superarlo y se derrumba.
Le pasó de nuevo ante River. Después de haber jugado 30 minutos iniciales de buen nivel, recibió, no supo asimilar el gol de Ramírez y en el segundo tiempo deambuló por la cancha.
Pelusso cambió de nombres y de táctica. Salió con Juan Cruz Mascia para que acompañara a Iván Alonso, una modificación estrategia que rompía los ojos. Con un jugador más cerca del área y desborde por las bandas, Nacional se posicionó cerca del arco de River. En esa primera parte del partido llegó cuatro veces con posibilidades de marcar.
Pero luego de ese lapso empezaron los problemas. River, que presentó la versión más limitada de los últimos tiempos, tapó los extremos y Nacional empezó a intentar por el medio. Pero Rinaldo Cruzado tuvo una pésima noche y cada pase suyo fue para un rival.
Cuando se iba el primer tiempo Cristian González recuperó una pelota, la tiró para Sebastián Taborda, y el centrodelantero jugó de primera para Ramírez quien venció a Gustavo Munúa.
La segunda parte fue un martirio para el Tricolor.
Revitalizado, River empezó a controlar la pelota ante un rival que era un manojo de nervios. Los de Almada se sintieron cómodos en la cancha con movilidad de los jugadores y circulación del balón.
Nacional no transmitía nada. Ya no quedaban ni resquicios del equipo que intentó ser prolijo en la primera tarde y mucho menos se mostraba combativo como para revertirlo con actitud.
Para colmo Hugo Dorrego se hizo expulsar con una falta en la mitad de la cancha a los 63. Seis minutos más tade, Alaniz culminó una jugada preparada de pelota quieta en la que demostró la fragilidad de una defensa que tiene la misma consistencia que una plantilla en un café con leche.
En los 20 minutos finales el equipo de Pelusso ni siquiera pateó al arco de Damián Frascarelli.
A cinco del cierre Rodríguez puso el 3 a 0.
Nacional va de mal en peor, en caída libre. Muestra una vulnerabilidad alarmante en todas las zonas del campo y en todos los rubros del juego. Sin brújula, perdido, desorientado. Aunque el técnico no sea Arruabarrena.
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