“Esto es un paso más y no hay palabras…”, dijo Lourdes a No toquen nada, y aseguró que tiene como objetivo “seguir trabajando”.
A pesar de estar renga y con muletas por un siniestro de tránsito que sufrió hace poco en su moto, Lourdes fue el viernes a la intendencia junto a sus compañeras para el acto de entrega de diplomas.
El curso fue resultado de un convenio entre el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional (Inefop) –que financió el curso–, el Departamento de Desarrollo Social de la Intendencia de Montevideo y la Cámara Uruguaya de Fábricas de Pastas. Está dentro del programa de reconversión laboral de la Intendencia, que busca fomentar la integración social y el ingreso al trabajo formal de los clasificadores.
En 2011 y 2013 se hicieron experiencias como esta pero para hombres clasificadores que quisieran capacitarse y trabajar en la construcción, y en ese caso el convenio fue firmado por la Intendencia, Inefop y la Cámara de la Construcción.
Esta es la primera vez que el curso está dirigido a mujeres clasificadoras. Como el objetivo no es solo la capacitación sino la posterior inserción laboral, las participantes hicieron pasantías y ahora los coordinadores del curso las están ayudando a conseguir trabajo en fábricas de pastas. Cuatro (entre ellas, Lourdes) ya lo consiguieron.
Gustavo Capalbo, presidente de la Cámara Uruguaya de Fabricantes de Pastas, contó en el acto del viernes cómo fue la experiencia de recibir a las pasantes que participaron del curso.
“Realizaron prácticas en varias de nuestras empresas, fueron tranquilas, trabajaron con dedicación, preguntaron cómo se hacían las cosas y se preocupaban”, señaló.
Capalbo contó que “había algunas chicas que tenían que entrar a las 9 y llegaban 8 y 20” y a veces se tenían que ir a la una y se quedaban un rato más. “Eso demuestra que hay unas ganas bárbaras en todas estas muchachas en insertarse en el mercado laboral”, dijo.
Además, Capalbo anunció que la Cámara Uruguaya de Fabricantes de Pastas está a disposición si se quiere repetir el curso para integrar a 20 hombres clasificadores al rubro.
Las mujeres que hicieron el curso recibieron apoyo para que pudieran costear el transporte y ayuda para que tuvieran con quién dejar a sus hijos en caso de que no tuvieran a nadie que pudiera cuidarlos mientras estaban en el curso o, después, mientras trabajan. Además tuvieron talleres de informática y sobre violencia doméstica.
Ahora que completaron el curso, una ONG contratada por la intendencia hará un seguimiento de las egresadas para ver cómo continúa su vida laboral.
María Luz Sánchez, integrante del equipo de trabajo con clasificadores del Departamento de Desarrollo Social de la Intendencia, y una de las coordinadoras del curso, contó que se comunicaron con clasificadores que ya habían trabajado en otros cursos y a través de ellos se contactaron con sus mujeres.
En un total de 40 entrevistas notaron "ganas de superarse, de salir de la clasificación y tener independencia económica". “No lo evaluamos desde el tema curricular; la mayoría tiene solo primaria completa y todas tienen hijos”, señaló.
Sánchez contó que de las 20 mujeres seleccionadas solo dos abandonaron el curso. Una de ellas fue porque no pudo solucionar temas familiares con sus hijos, y otra por una situación importante de violencia doméstica. En este último caso los coordinadores del curso lograron insertarla laboralmente en otro trabajo para que pudiera independizarse y desvincularse de su pareja.
De las 20 mujeres, cuatro no fueron seleccionadas por ser clasificadoras sino por sufrir violencia doméstica. En estos casos, además de recibir los talleres de violencia doméstica, tuvieron atención psicológica.
El curso teórico-práctico fue de noviembre a enero y duró 244 horas.
El 85% de las 20 mujeres seleccionadas tuvo un trabajo formal en algún momento de su vida. Solo el 5% de ellas completó el Ciclo Básico y el 30% tuvo la posibilidad de participar de experiencias formativas en educación no formal.
La historia de Silvia
Silvia tiene 27 años, está casada y tiene un hijo de cuatro años. Terminó el curso de capacitación en atención al cliente para fábricas de pastas y gracias a la pasantía quedó en contacto con una fábrica que quiere contratarla apenas tenga un puesto vacante. Silvia contó a No toquen nada que mientras tanto trabaja ahí una vez por semana, porque la fábrica no quería perder el contacto con ella.
Terminó la escuela pero no pudo seguir estudiando. “A los 13 años mi padre quedó sin trabajo y empezamos a trabajar en la calle. Hasta los 22 años viví con mi padre. Me casé, seguía clasificando con mi esposo, después empezó a trabajar y lo hacía yo”, contó.
Una de las cosas que más sufrió cuando trabajaba como clasificadora fue la discriminación. “A veces la gente por verte en un carro te discrimina”, expresó.
Una vez, cuando tenía 14 años, Silvia iba con su hermano y su padre en el carro y decidieron comprar ropa. “Había visto una campera en una casa donde vendían ropa usada y solamente por bajar del carro cerraron la puerta y nos llamaron hasta la policía. Solamente por bajar del carro, ir a golpear para comprar una ropa”, contó.
“La gente discrimina muchas a veces a los que andan arriba de un carro, que somos seres humanos”, agregó.
Ahora sus padres siguen viviendo de la clasificación, pero ella y algunos de sus cuatro hermanos pudieron acceder al trabajo formal. Uno de sus hermanos es constructor porque, al igual que ella, participó en uno de los cursos de Inefop y la Intendencia para capacitarse e ingresar al mercado laboral de la construcción. Estos cursos se hicieron a partir de un convenio con la Cámara de la Construcción.
Silvia cree que tener cursos como este que acaba de terminar y como otros que pudo hacer ya de grande es muy importante para conseguir trabajo. A los 20 años pudo estudiar cocina en la UTU, y también hizo un curso de computación. Después tuvo diferentes trabajos, hasta que la llamaron para hacer el curso de atención al cliente en fábricas de pastas.
“Traté de superarme. Empecé a trabajar en un emprendimiento por el Mides, después entré en la ONG para trabajar en la calle barriendo y limpiando espacios públicos, y ahí terminamos el contrato. Y al poco tiempo me llamaron de acá”, contó. “Está muy bueno, yo estudié cocina y donde fui a hacer la pasantía me dejaron trabajar en la cocina y fue una experiencia muy bonita”, agregó.
Silvia está agradecida y emocionada por haber podido dejar de ser clasificadora y tener la oportunidad de acceder a un trabajo formal, pero es consciente de que ella y su familia tienen que seguir esforzándose por sobrevivir y de que mucha gente no tiene más opción que salir a clasificar residuos.
“Estamos trabajando y tratando de sobrevivir, nada más que muchas veces hay mucha gente que no tiene un buen estudio, no tiene una educación, no tiene un trabajo ni familia importante que los pueda meter en un lugar. Hay gente que se rebusca de esa manera porque no tiene otra solución”, dijo.
Con base en un informe de Nadia Piedra Cueva para No toquen nada.