Miguel Ángel Dobrich

El video de Chris

Todo el mundo lo vio. El video íntimo de Chris Namús y su ex circuló y ardió en las redes sociales. Por esos días, la boxeadora tuiteó: "Esto es un infierno, no aguanto más”. El desafortunado hecho puede servir de excusa para reflexionar sobre el vínculo que se mantiene con las imágenes y sobre la llamativa necesidad de mediar la experiencia con cámaras.

Actualizado: 17 de octubre de 2012 —  Por: Miguel Ángel Dobrich

Rápidamente, se puede disparar que el hecho no hubiera ocurrido si los protagonistas no lo hubieran filmado o que todo esto pasó porque ya no quedan caballeros. Poco importa: la secuencia de intimidad estalló en la red.

El chusma virtual se enfrentó con un archivo indisociable de la naturaleza de la fotografía y, en consecuencia, de la naturaleza del cine y el video. Un momento destinado a “perderse” fue momificado y, con seguridad, quedará en loop en el éter.

Como insisten muchos teóricos, la fotografía es un arte y una forma de saqueo: representa, sustituye, inmoviliza. Los bazinianos pueden catalogarla de “alucinación verdadera” pero, como afirma Susan Sontag, “la fotografía es, antes que nada, una manera de mirar” ; no la mirada misma. Barthes admite que toda foto es un “esto ha sido” . Ahí radica la tragedia indisociable de la fotografía y, en consecuencia, de la filmación: los hechos capturados están destinados a descomponerse en el tiempo.

El video de Namús y su ex intenta preservar un momento efímero. Pero, a pesar del esfuerzo y el resultado tecnológico, se está ante una copia insuficiente: carente de gusto, de tacto, de aromas, de volumen, de inmediatez.

Ante un evento cualquiera, como un recital, prima el goce de conservar. Ante una secuencia o una escena de sexo casera eso se supera: quien encuadra, además de ser protagonista del evento, se desdobla en mirón. El placer pareciera duplicarse en el momento de la grabación. Quien filma es y no es, presenta su mirada subjetiva y se objetiviza (de modo impalpable, en píxeles); disloca su interioridad de su cuerpo para redislocarse del cuerpo y de la mente a futuro. Es protagonista, espectador y potencial espectador de un hecho que podrá ser visto, rebobinado -si me permiten la anacronía-, pausado o consumido a la velocidad que se quiera, hasta el hartazgo.

En Notas sobre el cinematógrafo Robert Bresson moldea la siguiente máxima: “lo que ningún ojo humano es capaz de atrapar, lo que ningún lápiz, pincel o pluma es capaz de fijar, tu cámara lo atrapa sin saber qué es y lo fija con la escrupulosa indiferencia de una máquina”.

Aunque haya “indiferencia” en el proceso, sin el ojo y la decisión del ser humano no existiría la fotografía. Toda foto, como todo video, es un acto voyeurístico. Quien dispara, quien presiona REC espía y, a su vez, ve para mostrar. El fotógrafo infecta, pervierte: transforma al espectador en su par, en voyeur. Eso es parte de la naturaleza de la foto, el cine y el video.

Ahora, ¿qué pasa cuando la fotografía o el video es digital? El cineasta Jean-Luc Godard sostiene que “el digital no fue inventado para la producción, sino para la difusión”. Teniendo eso en cuenta se puede afirmar que ante la imposición del digital todo archivo de imágenes puede desatar epidemias.

El video de Chris Namús no es un video porno y no debería ser juzgado como tal: es un momento de intimidad que, desgraciadamente, llegó a ser masivo. Más que excitación, el archivo genera pena, ya que ninguna dama merece vivir lo que vivió Namús.



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