Luis, ¿por qué te abocas a ordenar, contextualizar, exponer y compartir material de determinados autores?
Porque en nuestra cultura, aún joven, es mucho lo que hay para valorar, para sacarle el polvo y hacerlo brillar, aún más entre tanta brillantina que hoy enceguece y aturde. Porque siempre me gustó compartir los pequeños tesoros del espíritu, y la poesía es uno de ésos.
¿Sentís “responsabilidad”? ¿Estás planteando una guerra contra el olvido?
Siento más el placer del desafío que la responsabilidad de tener que realizarla. Sí supe la responsabilidad de lo que estaba haciendo cuando constaté que el corpus era enorme, y quise considerarlo en forma plural y exhaustiva.
En cuanto a lo que uno se enfrenta con este tipo de tarea, lo más universal es la lucha del arte, en tanto espíritu creador de sujetos libres, en contraposición a la estupidización que opera masivamente gracias a la ignorancia. Las formas en que esto ocurre hoy son más glamorosas y eficaces que antes, pero no por eso son imbatibles. La cultura y el arte siguen siendo buenas herramientas para humanizarnos, en un tiempo en que la violencia campea en varios niveles.
Historia transversal: ¿qué significa? ¿Por qué optaste por ese corte?
Lo de transversal tiene varias posibles significaciones. Hay un juego de palabras que está ahí: trans/versal es una forma de hacer historia a través del verso, o sea un corte de la cultura uruguaya de esos años a través de la poesía.
Es transversal también porque produce desvíos y relacionamientos inéditos entre algunas direcciones ya trazadas previamente. A la vez, si consideramos la acepción de lo transversal que implica atravesarse de un lado a otro, habría aquí una forma operativa de transversalidad. Al ir avanzando en el eje cronológico, desde 1950 hasta 1973, se van produciendo focalizaciones particulares sobre la obra de unos 55 poetas, con nombre y estilo propios. Así, luego del deslinde de estilos y constelaciones discursivas de tal o cual período, se da cabida a un resumen crítico cuyo trazado abarca la trayectoria de cada autor desde sus inicios hasta la actualidad.
¿Qué te llevó a hacer zoom sobre las décadas que hacés foco?
La investigación surgió en la segunda mitad de los años 90, por encargo de Pablo Rocca, con destino a lo que habría de ser un tercer tomo de la historia de la literatura uruguaya, que venía publicando Banda Oriental. Si bien ese tomo no se publicó, al proseguir trabajando pude comprobar que no había trabajos sistemáticos que ahondaran en ese período, cuyo eje axial es la década del sesenta. Una época apasionante que cuestionó los paradigmas culturales en todo el mundo. El Uruguay no fue la excepción, pero como mucho de lo que se estaba gestando en ese entonces quedó trunco por el corte dictatorial, estudiarlo fue una forma de eslabonar esa ruptura.
¿Estás haciendo una especie de canon de la poesía uruguaya?
Sin dejar de ser el sujeto crítico que soy, quise exponer la diversidad de las voces existentes en ese período, y ver cuáles eran sus principales rasgos. Así comprendí que debe quedar también espacio para que los lectores sean los que, finalmente, hagan sus propias elecciones. Quien escribe ya tiene las suyas propias, aunque no siempre sabe porqué son ésas y no otras. Quiero decir que yo mismo fui cambiando muchas creencias personales por opiniones distintas a las que en principio me abocaba. Es claro que al ingresar voces que no son valoradas sólo por su escritura sino por su “puesta en voz” (la milonga de Zitarrosa, el cancionero de Lima y de Lena, la lúdica sonora de Eduardo Mateo, la actitud rockera de Leo Antúnez) estoy interviniendo de manera notoria en el canon meramente escritural de la poesía. A la vez, al revisar esa historia y exhumar voces olvidadas, es un hecho que se generan cuestionamientos anticanónicos. Si eso sirve para ampliar el horizonte, la expectativa lectora —que en nuestro medio está bastante anquilosada y falta de motivación— por discursos poéticos que, por ser tales, sitúan lo creativo del lenguaje en su centro, entonces me doy por satisfecho.