En el fútbol los extremos no se juntan. Cuando un equipo juega muy bien y otro muy mal el resultado está cantado. Y el 4 a 0 del Nacional de Medellín sobre Peñarol se explica a partir de esa brecha.
El que diga que en el Estadio Centenario no se puede jugar bien por el estado del campo que mire al Nacional y deje de hablar tonterías. Cuando un equipo tiene en sus genes el buen fútbol lo desarrolla a pesar de la cancha. Y los colombianos lo demostraron. Con buen trato de pelota, juego por bajo y asociado, velocidad, dinámica y contundencia apabullaron a Peñarol.
Una defensa que se anticipó siempre a sus rivales, cuatro volantes con buen pie y recorrido y un delantero explosivo llevaron a cabo el plan diseñado por su técnico Santiago Escobar. El entrenador se anticipó a lo que sucedió en el Centenario. El día antes practicó para desactivar el juego aéreo aurinegro y para salir con velocidad por las bandas de manera que sus volantes y delanteros llegaran a definir. Y todo salió tal cual lo planificado.
Es cierto que su rival deambuló sobre el césped. Porque lo del carbonero fue patético. Lo podían poner boca abajo y sacudirlo media hora que no se le caía una idea. Superado en todos los sectores del campo y en todos los rubros lo único destacable fue el espíritu de lucha que mostró hasta que el temible Pabón anotó el tercer gol. Luego de la definición ni eso le quedó.
Dentro de ese panorama Darío Rodríguez fue el de mejor nivel. Del resto de los jugadores ninguno superó los tres puntos.
El resultado salpica a Gregorio Pérez. Ya hay dirigentes que piensan en cesarlo y esperarán por la palabra del gerente deportivo, Osvaldo Giménez, quien no tiene demasiada sintonía con el DT. Por lo pronto el presidente Juan Pedro Damiani, siempre tan afín a hechos demagógicos y a tratar de salvar su pellejo a cualquier precio, dijo que es momento "de tomar decisiones".
El Nacional jugó el partido. Peñarol lo peleó. Y, salvo excepciones, en el fútbol gana el que juega. Los colombianos tenían claro las virtudes y debilidades del rival y salieron al campo de juego con la consigna de cuidar la pelota y aprovechar las bandas.
Alexander Mejía y Córdoba iban y venían por el medio mientras Nicolás Freitas y Luis Aguiar los veían pasar sin tocar la pelota. A los volantes centrales del Nacional se sumaba un señorial Macnelly Torres. A partir de allí se fue construyendo un dominio abrumador que terminaba en las áreas. Fabián Estoyanoff, Rodrigo Mora y Marcelo Zalayeta eran dominados por sus marcadores mientras que Pabón y Luis Fernando Mosquera metían miedo ante una zaga central que padecía con cada pique.
Conceptualmente la diferencia entre uno y otro era tan grande como el Centenario. Mientras Peñarol no hacía tres pases seguidos el Nacional tocaba cuantas veces se lo proponía hasta que aceleraba y acalambraba.
El primer gol surgió de un error de Valdez que dejó la pelota en tres cuartos de campo. El pase llegó a Córdoba que con sutil toque la puso contra el palo.
Ante la falta de fútbol Peñarol le puso ganas y con algunas subidas tan llenas de ímpetu como carentes de elaboración se acercó al arco de Gastón Pezzutti. Aún así no generó una sola jugada de gol. El Nacional mantuvo el control del partido y Pabón tuvo el segundo pero su tiro pegó en el palo.
Para el segundo tiempo Gregorio sacó a Juan Alvez, retrocedió a Sebastián Cristóforo e incluyó a Joao Pedro. Pero no hubo cambios en cuanto al juego. Atlético Nacional de Medellín siguió marcando el ritmo y haciendo la diferencia a partir de la dinámica de sus jugadores.
Mosquera metió otra pelota en el palo tras una jugada por derecha. Fue el último trueno antes de la tormenta. Dos minutos más tarde Córdoba llegó al área y marcó el segundo gol a los 49 minutos.
Nadie se acordó en el Centenario de la trillada e incorrecta frase de que el peor resultado del fútbol es el 2 a 0. Peñarol estaba a años luz del Nacional.
Desesperado, el carbonero se fue arriba. Si con las líneas agrupadas sufrió lo que sufrió, el equipo desordenado ofreció aún más espacios que los colombianos aprovecharon.
A los 66 minutos llegó lo que se veía venir. Pabón picó a espaldas de Marcelo Silva para recibir un pase profundo, entró al área, espero que Carini se desparramara y la colocó contra el palo derecho para el 3 a 0.
La gente en la Olímpica se comenzó a retirar de a poco y hubo una levantada de asientos masiva cuando, a los 77 y luego de otra jugada generada por la banda izquierda, Pabón hizo el cuarto.
Con el equipo abatido en la cancha los 30.000 que se quedaron hasta el final decidieron cantar hasta romperse las gargantas. Al fin y al cabo era una buena oportunidad para confirmar la teoría de que los hinchas pueden asumir que el equipo pierda en la cancha pero no que ellos pierdan en la tribuna. Entonces el “aquí está la famosa barra de Peñarol” atronó en el Centenario.
A los 89 minutos de partido Aguiar tuvo la primera oportunidad de gol de Peñarol en el partido.
Así terminó una noche para el peor recuerdo de los hinchas carboneros que padecieron un baile que terminó con una goleada histórica y humillante. Y para el mejor recuerdo de los observadores imparciales que vieron un equipo que, a puro fútbol, dio una exhibición y demostró que la cancha es un pretexto.