En el aparcamiento, de unas 150 plazas, sólo hay algunos coches en una mañana de otoño. Son los de la veintena de empleados que todavía trabajan en las instalaciones.
En un pequeño edificio que todavía parece nuevo, una mujer limpia los baños, mientras que en el exterior, una máquina barre las aceras, y es que la principal actividad del aeropuerto de Huesca, inaugurado en 2007, es su mantenimiento.
No es un caso aislado. España, cuyo crecimiento impulsó durante años la burbuja inmobiliaria antes de su estallido en 2008, tiene el mayor número de aeropuertos comerciales de Europa con aspiraciones internacionales: 48 públicos y 2 privados.
Algunos sólo tienen un puñado de vuelos como Lérida (Cataluña, noreste) o Córdoba (Andalucía, sur).
Los dos aeropuertos privados no están en mejor situación: el de Castellón (región de Valencia, este), inaugurado en marzo, está desierto, tras haber pedido tarde la autorización para operar vuelos, y el de Ciudad Real (Castilla-La Mancha, centro), abierto en 2008, podría cerrar pronto. Acogió su último vuelo, de la compañía Vueling, a finales de octubre.
En total, "hay unos 20 aeropuertos con una cifra menor que 100.000 pasajeros" por año, mientras que 500.000 es el nivel límite para ser rentables, calcula Germà Bel, economista de la universidad de Barcelona, para el que, de esos aeropuertos, "2 o 3 podrían tener alguna justificación por motivos de evitar el aislamiento" de las islas Canarias, por ejemplo.
Quince pasajeros en julio, cero en agosto, cuatro en septiembre: si el aeropuerto de Huesca sigue viviendo a duras penas es gracias a los aviones privados que lo utilizan. El último vuelo comercial despegó en abril.
Pensada para la temporada de esquí, esta infraestructura, que costó 40 millones de euros, sufrió la quiebra de la compañía aérea local Pyrenair y de la escuela de pilotos china Top Fly.
Con 20.000 pasajeros en cuatro años, eso supone unos 2.000 euros de dinero público por viajero, sin contar los gastos corrientes.
"Se llevó a cabo sin un plan sólido comercial", reconoció Rafael Fernández de Alarcón, director de obras públicas del gobierno regional de Aragón.
Sobre todo porque Huesca, que cuenta con 50.000 habitantes, "está solamente a 70 kilómetros de un aeropuerto", el de Zaragoza, añadió.
Para Germà Bel es el perfecto ejemplo del exceso de infraestructuras que tiene España: "Hay un aeropuerto, llega la vía de alta velocidad y hay autopistas".
Y es que el país es el número dos mundial por kilómetros de tren de alta velocidad, por detrás de China, y líder europeo en kilómetros de autopistas.
"Yo creo que cada cien kilómetros debe haber un aeropuerto disponible por razones de seguridad", y Huesca puede servir así de base para eventuales operaciones de rescate en los Pirineos, dice Fernández de Alarcón.
"Es necesario en una Europa rica, como la que fue en 2000, cuando se pensó este aeropuerto, y se empieza a dudar de ello cuando Europa está en crisis económica", afirma, antes de asegurar "hoy no lo financiaría".
"En España ha habido una burbuja de construcción, tanto inmobiliaria como de obra pública y efectivamente las burbujas y la sobreinversión conducen a un periodo largo de digestión y de pago de deudas", concluyó Bel.
En Huesca, el gestor público de los aeropuertos AENA y la región trabajan para reanimar un aeropuerto aletargado: el mensaje oficial es que no debe cerrar, pero que para ser rentable debe atraer a las escuelas de pilotos.
El ejecutivo regional, que negocia con "tres proyectos" de este tipo, se declara "seguro y optimista para el futuro". Según él, el aeropuerto podrá acoger, incluso, "algunos vuelos chárters".