La búsqueda y caza del terrorista como único problema geopolítico significó el abandono de la propia identidad y del propio paradigma, por parte de un orgullo dañado que exigía la restitución de un modo casi tribal. Así, al igual que el capitán, en su obsesión y búsqueda de venganza EEUU estableció unos criterios de relaciones internacionales dominadas exclusivamente por el interés de la caza del terrorista. En este sentido, se puede afirmar que en muchas ocasiones EEUU al intentar destruir aquel fantasma del terrorismo terminó por convertirse en aquello mismo que estaba intentando aniquilar.
Sin embargo, hay dos puntos que en los últimos meses han cambiado la situación, y que están modificando la relación entre oriente y occidente a corto y largo plazo. La primera es la muerte de Osama Bin Laden. Esto parece haber tenido un efecto inmediato. La muerte del líder de Al-Qaeda parece haber restituido el orgullo perdido hace 10 años pero pese a su muerte, se sabe que la realidad del terrorismo sigue latente.
El segundo punto parece más alentador: las revueltas en los países árabes. En estos diez años Medio Oriente parece haber aprendido más que Occidente. Porque allí, los movimientos que están encarnando la primavera árabe muestran una sociedad islámica dinámica en materia política, deseosa de reflexionar y de mover las situaciones que hasta el momento estaban establecidas. No está esperando que el cambio venga de fuera, sabe que no puede venir nada nuevo. Esto, como ya se ha repetido bastante, no significa que se deba creer en el inicio de una era democrática al estilo occidental, sino que los países árabes están iniciando un proceso que, puede alcanzar un modelo político propio que garantizará la libertad y el espacio de la plaza pública para el debate. Es fundamental no olvidarse que la democracia es un medio y no un fin de la política.
Es preferible que no nazca el interés de parte de Occidente de intervenir, toda intervención en estos diez años en Medio Oriente por parte de occidente ha causado efectos no deseados y claros perjuicios en los países que la sufrieron. Por otra parte, desde Occidente, a causa de una visión maniquea de “con nosotros o contra nosotros”, se ha hecho la vista gorda con gobiernos de muchos países que hoy están siendo o fueron derrocados por los movimientos de rejuvenecimiento social. Occidente no parece tener “autoridad democrática” para realizar recomendaciones. La misma representación política del modelo actual occidental de democracia parece estar caduco, por lo cual, la implantación de nuestro modelo a las sociedades islámicas sería como la importación de una manufactura que en realidad está quedando obsoleta. Algo que ha sido una estrategia habitual del mundo desarrollado, pero que quizá no sea de recibo tratándose de la organización política de los pueblos.
Si debemos repensar nuestra relación con las sociedades islámicas, es necesario abandonar tanto la concepción amigo-enemigo como la visión maniquea. Es importante destruir la idea de un Islam como la ballena asesina y culpable de todos los males nuestros, sin comprender ni respetar la identidad propia, ni reconocer en ellos nuestro semejante, nuestro par. Concebir al otro bajo la clave amigo-enemigo es suprimir matices fundamentales y no reconocer los propios errores.
Francisco O'Reilly es doctor en Filosofía, profesor e investigador en Universidad de Montevideo.
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