La influencia que Pablo Bentancur, el representante de Nicolás López, tuvo para que el futbolista se fuera hacia Italia sin el permiso de Nacional es indiscutible. El empresario tomó de rehén a un pibe de 17 años para demostrar el poder ante la directiva tricolor y fundamentalmente ante el presidente Ricardo Alarcón, de quien está distanciado. No le importaron las formas. Tampoco que el pibe tuviera contrato con el club, que además es el dueño del 100% de su ficha. Ni siquiera poner en riesgo el futuro de uno de los jóvenes de mayor proyección de los que representa. Le llenó la cabeza a él, los bolsillos a la familia y los subió a todos al avión.
Eso sí, que el representante que cometió la injustificable acción no haya sido Casal permitió que la mayoría de los periodistas deportivos pudieran tocar el tema con libertad. Basta repasar el archivo para corroborar lo benevolente que fueron en su momento con su patrón por una situación similar. El contraste con las críticas que recibió Bentancur no tiene desperdicio. Incluso hasta presentaron informes televisivos en los que recordaron los problemas personales del empresario peruano. Algo imposible que suceda con el dueño de Tenfield y que descubre la censura implícita cuando de Casal se trata.
Lo que ocurrió con Peñarol y Nacional son apenas dos ejemplos de los muchos que hay en el fútbol uruguayo desde hace varios años y que tienen menor trascendencia porque no tocan a los grandes. Sin embargo, es una constante con la que conviven todos los clubes que apuestan por la cantera y quedan expuestos a que alguien con una suculenta billetera se los birle. El ministro de Turismo y Deporte, Héctor Lescano, quiere reactivar el proyecto de transferencias que limitaría el accionar de los representantes. Una iniciativa de la que se empezó a hablar en la legislatura anterior pero que camina demasiado lento y que ni siquiera parece importar a todo el gobierno. De hecho mientras Lescano critica el poder de los empresarios, el presidente de la República, José Mujica, avala el monopolio de la empresa Tenfield y el ministro más mediático de la administración, Eduardo Bonomi, tiene diálogo directo con Casal.
Los clubes, alarmados por esta situación de Nacional, se juntaron y decidieron estudiar la posibilidad de incluir en los contratos de los profesionales una cláusula millonaria de rescisión. Parece demasiado poco si no cuentan con la ayuda del gobierno.
La realidad del fútbol mundial cambió en 1995 con la ley Bosman. El belga que jugaba en el Lieja, presentó un recurso ante la Suprema Corte de Luxemburgo porque su club le había rebajado el sueldo y le exigía una indemnización de 800.000 dólares para permitir que pasara a un equipo francés. A partir de su reclamo, la Corte de Luxemburgo estableció que los futbolistas son dueños de sus pases al término de los contratos y que aquellos que tengan pasaporte comunitario pueden jugar en cualquier país de la Unión Europea sin ocupar cupo de extranjero.
Esto abrió el mercado europeo, hasta ese momento limitado solo a los mejores jugadores, y se produjo una catarata de pases hacia Europa de futbolistas de cualquier nacionalidad que llegaban con su pasaporte comunitario debajo del brazo. Si estaban en regla o eran truchos importaba poco. El negocio empezó a ser redituable, aparecieron empresarios de abajo de las piedras en busca de pibes con proyección y se instauró la ley de la selva. Como el viejo juego de Cacho Bochinche: "Vale todo".
“El mundo cambió. De aquel gran fenómeno de la trata de blancas pasó a la trata de blancos”, me dijo en una entrevista para 180 el presidente de Nacional, Ricardo Alarcón. Y tiene razón. Alcanza con recorrer una tarde las canchas de baby fútbol para ver cómo varios están, cual aves de rapiña, esperando por su presa.
Las necesidades económicas de la mayoría de los pibes generan el terreno fértil. Entonces, una heladera o un plasma sirven para “comprarle” al padre a su prometedor niño. Eso en el mejor de los casos. Hace unos años, un club de Primera le fue a hacer firmar su primer contrato a un juvenil y se encontró con la desagradable sorpresa de que el pequeño tenía dueño. El propietario del almacén del barrio le había hecho firmar un papel al padre del niño, en el que este cedía los derechos de su hijo a cambio de cancelar la deuda que tenía en el negocio. Más allá de que la anécdota quedó en eso porque el papel no tenía ningún valor legal, es una muestra de lo qué sucede.
Carlos Bueno también vivió un tormento antes de ser profesional. Rodolfo Rianni, la persona que lo trajo desde Artigas para probarse a Peñarol, le hizo firmar un contrato por el que se aseguraba un porcentaje de sus ganancias durante toda la carrera. El tema terminó en la justicia.
Para evitar estas situaciones, Nacional decidió que ningún jugador que llegue en pre Séptima, primera categoría de juveniles, tenga representantes. El club cuenta con cuatro cazatalentos, un convenio con la Liga Palermo, equipo en AUFI y fuerte presencia de sus cónsules en el interior del país. “Todos los niños llegan entre los 10 y los 12 años. Y si un pibe tiene representante a esa edad, por más condiciones que tenga, no lo tomamos”, me explica un jerarca tricolor.
Sin embargo, ningún club puede evitar que ya en los primeros partidos los representantes posen sus ojos sobre los que mejor juegan. “Se sientan en las tribunas, esperan que terminen los partidos y abordan a los padres y a los niños. Nacional les da zapatos y viáticos pero cuando se destacan, los representantes empiezan a pagarle un sueldo, le dan un celular último modelo, les ponen un apartamento en Pocitos y le dan un auto para los padres. Contra eso no podés competir y el pibe y la familia se marean”, agrega.
López viene de una familia de clase baja. Como la mayoría de los jugadores que comienzan sus carreras buscando salvarse económicamente. Llegó a Nacional en pre Séptima pero recién comenzó a ser titular en Quinta. Allí tomó su representación Bentancur. Luego de un tiempo, pasó a ser representado por Miguel Mesones pero finalmente volvió a acercarse a Bentancur.
El caso opuesto al de López es el de Sebastián Coates, quien desechó una oferta del fútbol ucraniano porque siempre priorizó el aspecto deportivo por sobre el económico. Al final terminó cerrando un negocio millonario para él y para el club. Es cierto que Coates y su familia no tienen las necesidades de la mayoría de los que comienzan a jugar al fútbol pero el ejemplo demuestra que decidir por sí mismo y ser agradecido paga.
El decreto ley 14996 vigente desde 1980, impide que personas físicas sean dueños de jugadores. Sin embargo esto no lo respeta nadie. El artilugio que se encontró fue dividir los derechos deportivos de los económicos. Tan irreal como separar el alma del cuerpo. La otra división que pondría los pelos de punta a Copetti es la que se hace con los derechos económicos. Un jugador puede estar dividido en tantas partes como interesados en sacar una tajada de sus condiciones.
El caso del jugador Rodrigo Mora ejemplifica esto como ningún otro. Lo representaba el argentino Juan Pablo Sorín pero su pase pertenecía un poco a Defensor, otro a Danubio, otro a Bentancur y otro poco a Jorge Chijane y Gerardo Rabajda. Sorín se terminó llevando a Mora al Benfica.
En medio de esta jungla, es bueno rescatar la simpleza de un grupo de niños y la grandeza de un grupo de padres catalanes, para quienes el fútbol sigue siendo un juego.
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