Tres coqueteos entre gobernantes que terminaron mal

Actualizado: 09 de abril de 2012 —  Por: El Yape

Tres coqueteos entre gobernantes que terminaron mal

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¿Es raro lo que le pasa a Cristina Fernández con Mujica? Los abrazos, las ilusiones de que la espere con flores en la estación, la forma en que se le ilumina la carita cuando lo ve rengueando a lo lejos, a esta altura, ¿es cariño o algo más?

La historia nos enseña que los coqueteos entre gobernantes son comunes, la diplomacia internacional incluso da lugar a las tiradas de perros más descaradas que, a veces, terminan teniendo resultados trágicos en los procesos históricos

INDIRA GANDHI Y FRANÇOIS MITERRAND

En 1984 la Primera Ministra de India murió de 33 balazos efectuados por dos de sus guardaespaldas. El primer guardaespaldas le disparó 30 tiros y el segundo 3, quedando en claro quién se tomó en serio el laburo y quién disparó sólo para marcar tarjeta en el magnicidio.

La causa fue un malentendido después de su paso por Francia. En su recorrido europeo Indira visitó al presidente galo François Miterrand, típico socialista francés que quiere moverse todo lo que se mueve. Si bien en la reunión todo había salido según el protocolo, en cierto momento Miterrand mandó a buscar a un mayordomo y le ordenó que escondiera el chal de pashmina de Indira: su idea era que tuviera que volver a buscarlo más tarde y quedaran mano a mano. Un truco bajo que ya había quemado Luis XIV, pero que de vez en cuando funcionaba. Indira la vio venir, se volvió a la India sin el chal y le dijo que se lo mandara por encomienda. Esa decisión fue fatal.

El indio en general es más bien morocho, desconfiado del papel higiénico y muy de quedarse tranqui en su casta y esperar que la lotería de la reencarnación lo mande para arriba en la pirámide social; pero aunque no lo parezca es muy sensible a las formas y a las señales, sobre todo la de sus gobernantes. Apenas llegó a Calcuta, Indira llamó la atención de su guardia privada local (tenía una por ciudad, era un programa de descentralización de patovicas que ella misma había impulsado), dos de ellos eran sijs: dentro de esa corriente conservadora del hinduismo que una mujer baje de un avión sin llevar su chal es signo de prostitución ante el extranjero y si la que lo hace es la máxima mandataria, por transitiva, es la India la que le está entregando la colombes al resto del mundo. Fuera de sí, uno de sus guardaespaldas sijs le encajó 30 tiros. Al otro le daba lo mismo el chal, la prostitución y la mar en coche; le pegó tres tiros para no quedar mal, salir antes del laburo y pegarse un chapuzón tempranero en el Ganges, después de las 6 hay tantos fiambres que ya ni podés nadar.

EL SHÁ DE IRÁN Y GOLDA MEIR

Mohamed Reza Pahleví, el Shá de Irán, era un playboy empedernido. En su país ostentaba los títulos de Shahanshah (Rey de Reyes), Aryamehr (Luz de los Persas), Bogadegh (El tigre de Teherán) y Khamid (El que le saca punta al cetro). Si bien por su alfombra persa pasaron princesas, estrellas de cine, cajeras de supermercado y conductoras de programas infantiles, siempre tuvo una materia pendiente: Golda Meir.

Era un partido difícil, la Primera Ministra de Israel le llevaba como cuatro décadas, era más bien conservadora y el Shá no le caía muy en gracia, sobre todo porque durante la guerra su padre le había arrimado el bochín a la Alemania nazi. Pero al Shá le gustaban los partidos difíciles y empezó a hacer puntos con Golda: estrechó las relaciones con Israel, construyó un pequeño Pocitos en Teherán y hasta dejó de contar chistes de judíos en las cumbres internacionales (incluso su favorito: “¿Por qué los judíos vagaron 40 años en el desierto? Porque a uno se le cayó una moneda”). Sin embargo Golda Meir no le dio ni la hora, clásica adicta al trabajo que no deja volar sus sentimientos y se atormenta con los problemas diarios, como si se fuera a desintegrar el Estado de Israel por irse una tarde a chuponear al Mar Muerto.

El Shá, desmotivado, se sumió en la melancolía y perdió el respeto de su pueblo, ahora era conocido como Itsham (Pantriste), Jasrah (El perro pateado de Teherán), Mullehim (Chizito) y Amoj (El que no moja en el área). En el ´79 una violenta revolución lo sacó y no se le movió ni un músculo: fue un año después de la muerte de Golda.

BENITO MUSSOLINI Y LEOPOLDO III

Hitler en el fondo siempre desconfió del Duce. El italiano le parecía un pueblo vago, exagerado, poco afecto al baño y promiscuo. Mussolini no lo ayudó a sacarse los prejuicios: a una cumbre del Eje del Mal llegó dos horas tarde y saludó al líder Nazi a los gritos, parándose arriba de una mesa mientras trataba de abrazarlo; hedía a parmesano y estaba medio alzado. Hitler sabía eso porque cuando Mussolini se alzaba le comenzaba a sudar la cabeza. Viendo cómo venía la mano decidió ir a los bifes y hacer corta la reunión. La mesa la completaban el Emperador Hirohito de Japón y, como invitado, Leopoldo III de Bélgica.

Hitler quería anexar Bélgica para invadir Francia, Leopoldo III quería dar la imagen de hombre fuerte (en su país nadie se lo tomaba en serio porque era inseguro, tenía rasgos femeninos y su madre lo peinaba en público), Hirohito quería encontrar una manera de controlar los pelos sueltos que siempre se le escapaban del bigote y Mussolini quería ponerla. A los 5 minutos de charla Mussolini ya quería anexarse a Leopoldo , le tocaba el hombro y le preguntaba si le gustaba Tintín y si quería ver su colección privada; Leopoldo sonreía nervioso mientras Hitler le contaba sus planes de invasión. Hirohito se tocaba el bigote y miraba al vacío.

El ambiente se estaba volviendo turbio, Leopoldo sabía que el Eje del Mal no era una reunión de Tupperware pero esto era demasiado, Mussolini ya lo estaba tocando por debajo de la mesa y le decía que quería probar su chocalate belga. Leopoldo III se paró, le dijo a Hitler que hiciera lo quisiera con Bélgica y se tomó un remise. Hitler sonrió satisfecho, las tropas alemanas entrarían a Bélgica como perico por su casa e invadirían Francia, por fin iba a poder sacarse una foto con la Torre Eiffel de fondo. Mussolini se secó el sudor de la pelada con una servilleta. Hirohito seguía tocándose el bigote y mirando al vacío.