No me puedo quejar de cómo ha sido recibido el libro. Ha recogido críticas elogiosas del diario El País y del semanario Brecha, entre otras. También del historiador y politólogo Gerardo Caetano, quien me hizo el honor de presentarlo en el programa “No toquen nada”, en Océano FM. Y cientos de lectores me siguen haciendo llegar sus buenos comentarios a través de todos los medios imaginables
Del otro lado, es cierto, el libro también ha recibido un par de diatribas y airadas respuestas. A ellas se suma ahora el ex tupamaro Marcelo Estefanell, ex integrante de la cruenta Columna 15 del MLN hoy devenido funcionario del semanario Búsqueda, quien reprueba el libro desde su espacio en 180.
Estefanell me adjudica un error respecto a dónde estaba el hoy presidente José Mujica cuando el atentado a los cuatro soldados del jeep. Revisaré ese dato y, si me equivoqué, lo corregiré como corresponde. Se trata, sin embargo, de un detalle totalmente marginal que no afecta a ninguno de los aspectos importantes del libro.
Dice que Milicos y tupas se basa en los testimonios del hoy coronel retirado Luis Agosto y de los ex tupamaros Armando Miraldi y Carlos Koncke. Es cierto. Agrega: “hay otros testimonios dentro de la obra pero están para confirmar las posturas del autor y no hacen al meollo de la cuestión”. Es falso.
El libro recoge las voces de una veintena de personas. Entre ellos están los testimonios de personalidades como el escritor y hoy director de la Biblioteca Nacional, Carlos Liscano, y el ex integrante de la dirección tupamara, hoy científico de renombre, el doctor Henry Engler. ¿Alguien que conozca mínimamente a Liscano y a Engler puede creer que ambos se dejaron entrevistar para “confirmar las posturas del autor”? ¡Qué disparate!
Lo mismo corre para los otros entrevistados, gente común y corriente en muchos casos, personas a las que Estefanell ofende.
Estefanell continúa: “La mayor novedad de esta obra haberkorniana (sic), y así se difunde por los medios, radica en la denuncia de que algunos tupamaros torturaron a otros prisioneros en el marco de la lucha contra los ilícitos económicos desarrollada entre tupas y militares en tiempos de tregua y conversaciones. Sin embargo, el lector se llevará un chasco enorme porque la denuncia es muy vaga y, por si fuera poco, el autor nos ningunea un dato esencial: ¿quiénes fueron?, ¿cómo se llaman?, ¿sobreviven? Y en caso de ser cierto, hoy ¿qué piensan?, ¿qué sienten?”.
No pienso que esa sea la mayor novedad del libro. Para empezar, no es ni siquiera una novedad, ya que la misma denuncia fue realizada en 2003 en el libro Ecos Revolucionarios de Rodrigo Vescovi. También es citada en el excelente artículo del periodista Aníbal Corti titulado “La brutalización de la política en la crisis de la democracia uruguaya”, publicado en 2004 en el libro El presente de la dictadura. Son dos textos fundamentales en lo que refiere a este tema. Es curioso que Estefanell, tan tajante en sus juicios, escriba sobre este asunto sin siquiera haberlos leído o sin tomarlos en cuenta.
El tema de los tupamaros que colaboraron en la tortura ocupa apenas una decena de páginas en un libro de 227.
Dice Estefanell que “la denuncia es muy vaga”. Asombrosa afirmación cuando ya hay tres personas con nombre y apellido (más un testimonio extra) que se hacen cargo de sostener que hubo tupamaros que participaron de un modo u otro de la tortura.
No puedo dejar de señalar que es curioso que quien lleva décadas laborando en un semanario que muchas veces publica sus noticias adjudicándolas a “fuentes” anónimas, afirme ahora que una información que tres personas sostienen con su nombre y apellido es “vaga”.
Estefanell también reclama que yo debí haber incluido el nombre de los tupamaros torturadores.
Ya respondí a ese reproche en una entrevista que me hizo el diario El País:
“Mucha gente me reclama por qué no pongo los nombres de los tupamaros que torturaron. Hay varias razones. Por un lado, quienes lo cuentan no quieren decirlo. También, si yo fuera a preguntarle a quienes lo hicieron, seguramente no lo aceptarían. Y en tercer lugar, ¿qué gano yo con sacar un nombre? ¿Aporta algo? ¿O sólo sirve para revolver el barro? Lo que sí me interesa es discutir sobre lo que pasó en cuanto a valores democráticos, a la apelación a la violencia en Uruguay, para que todo esto que ocurrió no vuelva a suceder nunca más”. (La entrevista completa está disponible en http://www.elpais.com.uy/suplemento/ds/-huidobro-enchastra-la-cancha-/sds_570747_110605.html)
Estefanell dice la “mayor novedad” del libro es un “chasco”. Por lo visto, para él no es novedad que por primera vez un oficial del Ejército cuente sus vivencias, tortura incluida, en la guerra contra el MLN. Ni que se aclare cómo y por qué fueron muertos los cuatro soldados del jeep. Ni que Liscano anuncie que haber colaborado con esa acción todavía le pesa en la conciencia. Ni que se relate cómo el Partido Colorado usaba al Ejército para todo, incluso para levantar el estadio de Cerro. Ni que un oficial cuente cómo lo formaron como nazi en la Escuela Militar. Ni que se aporten nuevos datos sobre el asesinato de Roque Arteche, incluyendo el testimonio de quien lo tomó prisionero para el MLN antes de que fuera muerto. Tampoco son interesantes para él todas las historias ocurridas durante la tregua. Que una tupamara relate que un oficial del Ejército le fue avisar que huyera antes de que otras unidades se aprestaran a apresarla para Estefanell es menos que un “chasco”. Nada de esto y de muchas otras cosas le resulta interesante. Está en su derecho.
En cambio, Estefanell protesta porque el nombre del teniente Velazco o Velasco no figura completo. Eso mismo ya lo cuestionaron antes Liscano y Roberto Caballero, a quienes respondí en un artículo que reprodujo el semanario Brecha y que puede leerse en http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2011/06/respuesta-caballero-y-liscano.html?spref=fb.
Un pasaje de esa respuesta dice: “La principal (y obvia) razón por la que no pude nombrar en el libro el apellido completo del teniente V. es porque dos de mis entrevistados no lo dijeron: uno no quiso nombrarlo (y yo no pude obligarlo; soy periodista, no torturador) y otro no lo recordaba.”.
Agregué que una vez que Liscano y Caballero habían nombrado al teniente por su nombre completo en sendos artículos, yo ya no tenía ningún problema en citarlo: “Como se ve, no tengo ningún inconveniente en nombrar al teniente Velasco o Velazco una vez que una fuente se hace cargo. Es más: a partir de la próxima edición de Milicos y tupas, la quinta, incluiré las citas de Caballero y de Liscano con el nombre completo del teniente Velasco o Velazco en las páginas donde se alude al caso”.
“Ahora la información quedará completa. Mucho más completa de lo que nunca estuvo. Porque -aunque Caballero y Liscano (y Estefanell) omitan decirlo- nunca nadie antes publicó tanta información sobre los casos que involucraron al teniente Velasco o Velazco”.
La próxima edición de Milicos y tupas ya tendrá el nombre completo del teniente Velazco o Velasco. Estefanell puede quedarse tranquilo.
Si esto fuera todo, no habría problema. Lo que me lleva a responderle a Estefanell es el modo en que se refiere al profesor de historia Armando Miraldi y al contador Carlos Koncke.
Ya desde el título que eligió para su columna en 180 se pregunta si ellos son tupamaros verdaderos (“Un milico y ¿dos tupas?”).
Se atreve a dudar, sin aportar la más mínima prueba en sentido contrario, de las vivencias personales del contador Koncke.
Y se permite agregar que para escribir la historia no hay que recurrir a gente como Miraldi y Koncke sino a “protagonistas de más peso”.
Es asombroso. El mismo Estefanell que ha escrito libros y ha contado sus peripecias en el MLN en repetidas oportunidades, se ofende porque otros tupamaros ahora tienen la oportunidad de narrar su historia. ¿Por qué no valen las experiencias del profesor Miraldi y del contador Koncke?
Ambos militaron en el MLN, ambos dejaron en él algunos de los mejores años de su vida, ambos pagaron su adhesión con la cárcel y la tortura… ¿quién es Estefanell para dudar de que fueron tupamaros verdaderos? ¿Quién es Estefanell para quitarle “peso” a su testimonio?
Ya he notado la misma perversa desviación en otros tupamaros notorios. Para ellos hay tupamaros clase A y clase B. Los A son los famosos, los que estuvieron en la dirección del MLN, o al menos comandaron alguna de sus o columnas, o fueron de los “fierreros”. Ellos, los mariscales de la derrota, son los que escribieron la historia oficial tupamara.
Después están los otros: los clase B, los que entregaron su juventud, terminaron en la cárcel y padecieron la tortura pero nunca conocieron la fama. Hoy no ocupan cargos políticos, no les hicieron películas, ni son columnistas, ni están en tertulias. Fueron apenas carne de cañón. Y, para gente como Estefanell, es pecado que los clase B hablen.
Leyendo la crítica de Estefanell más y más me felicito de haber ido a buscar la palabra de señores como Miraldi y Koncke.
Me siento feliz y orgulloso de haberlos entrevistado.
Me siento feliz de haber publicado su testimonio en Milicos y tupas.
A algunos de los clase A les duele.
Pero los clase B también tienen derecho a contar su historia.
Las opiniones vertidas en las columnas son responsabilidad de los autores y no reflejan necesariamente posiciones del Portal 180.