A los 20 minutos del segundo tiempo, las 50.000 personas que le dieron un marco impresionante al partido se sintieron campeones. Y tenían argumentos. No había apresuramiento en la sentencia de los hinchas que comenzaron con el típico “de allá del Parque, salió el nuevo campeón”.
En la cancha, Defensor se parecía a un niño de dos años que a los saltos, quería sacarle la comida de la boca a una jirafa. Sus intentos por lograrlo resultaban tan inocentes como inofensivos. Nacional ganaba y brindaba una sensación de superioridad a todo nivel. Cada vez que el violeta se aproximaba al arco, se imponía el jugador de camiseta blanca a tal punto que Rodrigo Muñoz no atajó una sola pelota en todo el período final.
Entonces la gente se tomó la última parte del partido como parte de la fiesta. Mientras se jugaba adentro, los hinchas cantaron, agitaron sus banderas, revolearon las camisetas y festejaron por adelantado afuera.
Nacional ganó el título Uruguayo en un partido de bajo nivel, en el que se confirmó que la idea inicial de Carrasco de tiqui tiqui pasó a un segundo plano. En los tiempos que corren, lo único importante era festejar. Como sea.
Si bien el campeón expuso en cuenta gotas las intenciones originales de JR, no hay dudas que Nacional fue el mejor del campeonato porque ganó los partidos decisivos y tuvo a las mejores individualidades. En eso también se alteraron los planes iniciales. Pesaron más los rendimientos de sus figuras que el colectivo.
A la hora de los destaques Sebastián Coates, Facundo Píriz, Tabaré Viudez y Santiago García se llevan la mayoría de los aplausos. Ellos fueron la columna del equipo. El zaguero tuvo una tarea imperial en todo el torneo con los picos más altos en los partidos de mayor importancia. El volante, un gran acierto de Carrasco que lo colocó como titular, fue determinante a la hora de recuperar la pelota en una zona de la cancha en la que habitualmente estuvo en inferioridad numérica. El extremo fue el jugador más desnivelante del torneo y desde que estuvo habilitado para jugar mejoró el panorama. Y el Morro fue, nada menos, que el goleador del Uruguayo.
A ellos se les sumaron buenos momentos de Matías Cabrera, capaz de convertirse en un volante mixto, de Mauricio Pereyra y de Richard Porta y aciertos de JR en la última parte del torneo con la inclusión de Gabriel Marques y Alexis Rolín en los laterales.
También merece una mención Marcelo Gallardo, que en el final de su carrera tuvo pasajes de un juego que por las canchas uruguayas es tan disfrutable como infrecuente.
Además, los números avalan al campeón. En la temporada, el tricolor ganó 19 partidos, empató seis, perdió cinco, marcó 60 goles y recibió 31. El salto de calidad en ese sentido lo consiguió desde que llegó Carrasco. Hasta ese momento estaba noveno en la tabla que terminó ganando una fecha antes del final.
En la tarde que se decidió el título, Nacional volvió a mostrar pegada y con eso hizo la diferencia.
El partido era parejo hasta que a los 20 minutos un tiro libre de Viudez se metió contra el palo izquierdo de Martín Silva.
Con la ventaja, el tricolor se dedicó más a cuidar la pelota que a profundizar. Lo hizo a partir de una buena tarea de todo su mediocampo que dominó a sus adversarios en esa zona de la cancha.
El violeta intentó en el primer tiempo con remates desde fuera del área. Pero en el segundo se apagó. No le funcionó ni siquiera una bombita de bajo consumo y Nacional se aprovechó de la situación. Coates y Alejandro Lembo se impusieron en el fondo, Píriz ganó siempre en el medio y el tiempo fue pasando.
Todo el Estadio percibía que Defensor no sabía cómo cambiar la realidad y que a Nacional no le quitaba nadie el título. Entonces los pocos que quedaban callados se animaron a cantar, sugestivamente no hubo una sola mención al técnico, y las banderas que estaban quietas se empezaron a mover. Porque una vez más y a ley de juego, de allá del Parque salió el nuevo campeón.