“Primero me tomo cuatro o cinco tequilas antes de actuar, porque no sé si vamos a encontrar al candidato y ejecutarlo. Llegado el momento, con o sin testigos del grupo, todavía calentito el cuerpo lo pongo boca abajo, en el borde de un sillón o silla, y le dejo caer el machete, siempre con las dos manos para tener fuerza y que no me rebote el golpe con el hueso de la columna. Después meto la cabeza en una toalla, o con las ropas del muerto la envuelvo para que le salga toda la sangre porque me enseñaron que las venas del sueño están cargadas de sangre.”
Esta es la narración de un decapitador, un matador profesional que pactó un encuentro con el periodista mexicano Sergio González Rodríguez, para el libro El hombre sin cabeza. Sergio González Rodríguez investiga la violencia y el narcotráfico en su país. Escribió este libro que explica, contextualiza y narra esa violencia que se está viviendo en México, a raíz de la actuación de los cárteles del narcotráfico.
Entrevista de los periodistas Joel Rosenberg y Ricardo Leiva, en el programa No Toquen Nada de Océano FM.
Joel Rosenberg: Sergio González Rodríguez, ¿dónde lo encontramos?
Ciudad de México. Yo resido aquí en la Ciudad de México.
Este libro es del año pasado, ¿no? Del año 2009.
Sí, en efecto, lo publicamos el año pasado, y resume una serie de acontecimientos que vinieron presentándose aproximadamente en el año 2005 y 2006 aquí en México.
Pero usted investiga la violencia en México desde hace más años. Hacía siete u ocho años había publicado Huesos en el desierto, sobre otro tema y otra área de violencia grande en México, los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez.
Así es, desde hace varios años hacemos el seguimiento de esta curva de violencia que se detonó en México, que explotó desde 1994, un año muy difícil en el que vivimos el levantamiento indigenista en el sur de México, posteriormente asesinatos de Estado en la cúpula del poder, y desde entonces no ha cesado la violencia en México.
¿Y el narcotráfico tiene que ver con ese 1994? ¿Dónde ubica el primer gran punto o el nacimiento de este gran narcotráfico mexicano?
Yo lo ubico en el año 94 porque es justamente cuando empiezan una serie de asuntos que estaban soterrados en la sociedad mexicana, en el estado mexicano, en el gobierno, justo por la participación del crimen organizado, sobre todo del narcotráfico.
Usted ha señalado en diversas entrevistas que le hicieron luego de la publicación de su libro que hay que entender este fenómeno como una quiebra del estado de derecho en México. ¿A qué se refiere específicamente? ¿Qué es lo que está fallando para que se tenga este problema?
Fundamentalmente hay que entender dos cosas. Primero, el problema del narcotráfico en México no es un asunto externo a las propias instituciones, sino que es consustancial a las instituciones. Los narcotraficantes no están fuera del estado, ni fuera de los gobiernos, ni fuera del poder político y económico. Están dentro de él. No es un problema que tenga que ver con situaciones que se han vivido en otros estados y en otros gobiernos donde el narcotráfico es un agente externo. En México, por desgracia, el narcotráfico pertenece a las instituciones del Estado y del gobierno, al poder económico, al poder político. Esto es el origen, puesto que los mismos recursos del narcotráfico se inscriben en la estructura financiera y bancaria del país. En México tenemos una degradación institucional, por eso hablo yo de la quiebra del Estado de derecho, absoluta. Hay una impunidad de los delitos del 99 por ciento. Es decir, a nadie se castiga por cometer delitos, y este proceso de degradación viene de varios años atrás. El quiebre del Estado de derecho es porque el propio Estado ha sido incapaz de combatir esta corrupción, esta crisis institucional.
¿En dónde hace ancla esa impunidad?
Bueno, fundamentalmente observamos que el crimen organizado, fundamentalmente el narcotráfico, quiero decir, no solamente es trasiego de la droga, sino que implica otras industrias criminales anexas, por ejemplo, secuestro, extorsión. En los últimos cuatro años hemos tenido un incremento del secuestro en México del 200 por ciento, estadísticamente. Observamos que el narcotráfico no solamente es el trasiego de la droga, la venta de la droga, el control de los mercados y las rutas, sino también y sobre todo, crimen, secuestro, robo, extorsión, explotación de personas. Por ejemplo, el caso de los indocumentados, 72 indocumentados asesinados hace unos días en Tamaulipas. Es una degradación integral de la propia sociedad, por eso hablo de una crisis profunda del Estado mexicano, de la quiebra del Estado en México.
Ricardo Leiva: ¿Qué tanto se puede hablar de subculturas y de una presencia a nivel social del narcotráfico en territorios y poblaciones donde es una autoridad más importante que la del Estado?
El Senado de la República días atrás señaló que el 71 por ciento del territorio nacional está dominado por el narcotráfico. Pero hay que recordar que el narcotráfico tenía un funcionamiento oculto, encubierto por pactos con el Estado y los gobiernos, y sin embargo hubo una eclosión de estos en los últimos años. El narcotráfico empieza a protagonizar episodios públicos, con decapitaciones, mensajes, y una serie de actividades muy explícitas. Pero, en general, México no era un país-sociedad consumidor de drogas hasta hace muy pocos años. México era un país de tránsito de la droga, del mercado internacional, sobre todo, salía de Colombia, transitaba por Centroamérica y por territorio mexicano hacia el gran mercado de Estados Unidos. Actualmente el fortalecimiento de los cárteles de la droga ha hecho que México se vuelva un país consumidor. Esto se dio también sobre todo por el bloqueo y blindaje de la frontera desde el 11 de septiembre por parte del gobierno de Estados Unidos, y la droga empezó a quedarse en México y a ampliar el mercado interno. Podemos ver que la penetración en la sociedad es muy reciente.
Joel Rosenberg: ¿Hay hoy en día, y después de tantos hechos de violencia, sobre todo después de que asumió Calderón, algún mapa de quiénes dominan cada zona o eso se ha desdibujado?
Sí existen mapeos específicos donde se pueden observar. Es el caso del que publicó la revista Latin American Review hace un par de años, en un artículo de la periodista mexicana Alma Guillermoprieto. Allí podemos observar que los cárteles de la droga dominan, desde luego, localidades y territorios, pero sobre todo rutas y amplias zonas del mapa de la república, donde las fronteras y los litorales aparecen porosos. Es decir, absolutamente minados por el crimen organizado. La versión oficial habla de media docena de ciudades y muy pocos municipios, 162, de los dos mil que tiene la república mexicana, pero como hemos visto el Senado de la República menciona que es el 71 por ciento del territorio nacional. Estos cárteles, como decía, por sus actividades, no solamente dominan estas localidades, territorios o mercados específicos, sino que también establecen zonas de influencia a lo largo y a lo ancho de toda la república.
¿Quiénes son? ¿Se sabe hoy en día? ¿Eso está claro después de tanto enfrentamiento entre ellos? Por ejemplo, ¿Los Zetas allí en Tamaulipas siguen siendo los que mandan? ¿Tienen una persona clara que se puede identificar como al frente?
Sí, ellos tienen dominio porque no hay que olvidar que funcionan como células, no son ejércitos abiertos. Su funcionamiento celular se aproxima al funcionamiento militar de las guerrillas, es decir, establecen dominios, se retiran cuando viene el ejército, los policías, vuelven a ocupar, establecen relaciones horizontales en las comunidades, por lo tanto tienen redes de espionaje, tienen redes de abastecimiento, tienen redes de comunicación, funcionan con lógica y estrategia militar, también prácticas militares. Es decir, su funcionamiento no es el de un ejército formal ni tampoco debemos tener la idea de que son pandilleros o criminales y que el problema es simplemente un juego de policías y ladrones. Son estructuras económicas enormes, de enorme poder, y de alcance incluso en otros continentes. No hay que olvidarse, por ejemplo, que el Cártel del Golfo ha tenido o tiene relaciones con el grupo criminal italiano ‘Ndrangheta, y a su vez, el Cártel de Juárez ha tenido relaciones con la mafia rusa. También se menciona la relación de la FARC con algunos cárteles mexicanos. Estamos hablando que son organizaciones criminales de enorme alcance en el mundo global.
¿Y en la política logran infiltrarse también?
Sí, también, por desgracia, ellos entran al sistema político a través de patrocinio en carreras políticas y a los propios partidos les pagan campañas políticas. Corroen integralmente el asunto de las elecciones, y esto se vuelve también incontrolable para las autoridades.
Según cifras oficiales, en cuatro años, y tomando en cuenta desde que asumió Calderón, más o menos han muerto 28.000 personas víctimas del narcotráfico y del crimen organizado. El dato es muy fuerte, pero más allá de este dato cuantitativo y tremendo de muertes, ¿cuál ha sido la estrategia y cuáles son los resultados de la política de Calderón?
Bueno, últimamente el propio gobierno ha corregido la cifra y se habla ya de más de 28.000 víctimas. El resultado ha sido el fracaso de esta estrategia de militarización. Al implantar la participación del ejército en la lucha contra el narcotráfico se incrementó la violencia también, no solo la pugna de estos grupos criminales entre ellos sino sobre todo es el ataque que provoca en lugar de un apaciguamiento de la violencia, un incremento de ella. No hay que olvidar que los narcotraficantes tienen un armamento que supera al del Ejército y las policías en México. Y por desgracia, el ejército y las policías en México han entrado en esta supuesta guerra contra el narcotráfico con una falta de respeto absoluto a los derechos humanos. De acuerdo con Amnistía Internacional se han incrementando en un 200 por ciento los delitos contra derechos humanos en México.
Tanto la Organización de las Naciones Unidas como organismos como Amnistía Internacional han llamado la atención de que el ejército y las policías mexicanas no respetan los derechos humanos. Ya no hablemos de los criminales, en general de la sociedad. Esto es un problema muy grave cuando uno convoca al Ejército a una lucha contra el narcotráfico puesto que el Ejército no es una policía, no es una gendarmería que uno puede llevar a este tipo de tareas, y la Organización de las Naciones Unidas desestima y desrecomienda que los estados convoquen al Ejército a este tipo de tareas porque no hay respeto a los derechos humanos. Eso sucedió en México. Además de que no hemos visto los resultados claros, aparte de números de decomisos y acciones mediáticas para presentar a grandes delincuentes. No tenemos una estrategia que vaya atacando directamente al fundamento del financiamiento de estos grupos criminales.
¿Qué importancia tienen noticias como la captura de “la Barbie”?
No hay que olvidar que “la Barbie” es un sicario, no es un jefe del narcotráfico, es decir, es un asesino al que se la ha aumentado la categoría de importancia para proponerlo como una gran figura. Yo creo que eso hay que tenerlo con mucha reserva. Es muy importante, desde luego, que se detenga este tipo de sicarios, pero no es la gran figura que las autoridades han propuesto. Seguimos teniendo en libertad a los más grandes narcotraficantes de México, y sobre todo sigue sin tocarse su red de financiamiento.
Ricardo Leiva: ¿Cuál es la importancia y el rol que ha tenido en estos años el Plan Mérida, que es la asistencia directa de Estados Unidos a la estrategia militar contra el narcotráfico en México.
Bueno, creo que el resultado de la aplicación del Plan Mérida es muy similar al que sucedió con la aplicación del Plan Colombia en Colombia en su momento. Hemos tenido el incremento nefasto de una sociedad policíaca. Es decir, donde los asuntos que pertenecen al crimen organizado implican la visión integral de la sociedad como una sociedad policíaca que debe combatir a criminales. Ahora se está creando la centralización de las policías en el país, una propuesta, a mi juicio, errática, donde desaparecen las policías municipales y locales de cada estado para establecer una sola policía. Centralizar este problema de la policía no va a ayudar a resolver el problema, es un resultado directo del Plan Mérida. Hemos tenidos los recursos del Plan Mérida aplicados sobre todo a mejoría de policías, mayores armamentos, capacitación, etcétera, y sobre todo la homologación de protocolos de acción policíaca con los Estados Unidos. Hay una mayor relación con el gobierno de Estados Unidos. También aquí hay un riesgo de pérdida de autonomía y, desde luego, lo que vemos es el efecto generalizado de la inversión de recursos en crear mayor violencia al final. No se está aplicando el dinero en desarrollo económico, en mejoramiento de colectividades, en prevención de toxicomanías, etcétera, sino exclusivamente en nutrir una máquina de policías que combate con violencia a la violencia, y sabemos muy bien que esto nunca es la solución a los problemas.
¿Cómo es cubrir estos temas como periodista? Cubrir el narcotráfico, cubrir esta violencia, seguirla de cerca, ¿cómo se puede desarrollar?
Es muy peligroso. Yo debo recordar, a pesar de que en diversos momentos he sufrido amenazas, he sido golpeado y torturado por criminales, en fin, he vuelto a recibir amenazas de muerte, permanentemente soy acosado; he sido muy afortunado, porque muchos compañeros de trabajo no han podido tener esta suerte que yo tuve de sobrevivir. Tenemos, al menos, en los últimos diez años 63 periodistas asesinados en el cumplimiento de su trabajo. Eso es muy grave. Y tenemos, al menos, ocho periodistas desaparecidos a la fecha, no se sabe dónde están. Ni los asesinatos ni las desapariciones han sido castigadas. Este problema en México es gravísimo. Yo creo que el trabajo ahora frente al narcotráfico implica preferentes. Hay que combatir contra el Estado, que no quiere que se investiguen sus vínculos, sus nexos de poder y corrupción con el crimen organizado. Segundo lugar, el propio crimen organizado, que no quiere que los periodistas indaguen sus actividades. Y en tercer lugar, el riesgo de que cuando uno esté investigando, por el lado institucional, como hay relación criminal entre algunos políticos y empresarios con narcotraficantes, uno reciba una acusación judicial por daño moral. La tarea del periodista en México es muy difícil en este momento.
Cuando fue secuestrado, golpeado, torturado, ¿supo de qué lado venía?
Sí, desde luego que sí lo supe. Y en su momento, bueno, establecí las medidas posibles para resolver este problema, sin embargo, como comentaba yo en México la impunidad es absoluta.
¿Y por qué lo sigue haciendo? ¿Por qué sigue ejerciendo la profesión en este tema tan delicado donde han muerto tantos colegas?
Yo tengo la ventaja de que aparte de escribir de estos temas puedo publicar de otro tipo de asuntos, asuntos culturales, por ejemplo. Y este libro que a mí en lo personal me permite salir adelante, pero no todos los periodistas tienen esta ventaja, porque en México no hay quien te proteja del acoso del crimen organizado. Por desgracia, ni la policía ni el ejército ni ninguna institución puede garantizar la salud e integridad de los periodistas que investigan estos temas. Para mí la única salida está en alternar estas investigaciones con otro tipo de tarea cultural.
Porque usted estudió letras modernas.
Sí, yo estudié letras. Entré en el periodismo y por propia idea profesional en algún momento empecé a investigar estos asuntos, y hasta la fecha continúo haciéndolo.
Pero se metió bien de lleno, porque en este libro que decíamos al principio de la entrevista, El hombre sin cabeza, usted incluso tiene contactos y entrevista a decapitadores. ¿Cómo llegó a esas personas? Porque no debe ser sencillo.
Es un trabajo de paciencia, tratar de encontrar el intermediario, los intermediarios exactos para poder llegar a este tipo de personas. Es muy complicada la logística pero bueno, es parte también del trabajo. Sobre todo tiene uno que entrever esto como una tarea de inteligencia.
El decapitador quizás es la punta del iceberg de la violencia del narcotráfico, es el hombre que ejecuta la última orden. Ahí obviamente no está el que manda. ¿Quiénes son los decapitadores? ¿Cómo son?
Bueno, lo que sucede cuando uno tiene relación con personas que pertenecen al crimen organizado, es que en el primer momento hay una cautela de las dos partes y después se traza como un muro invisible entre ambos. Es decir, el diálogo es posible muy efímeramente, hay un temor muy tenso, pero sobre todo hay que entenderlo con un respeto mutuo en ese momento. A pesar de dedicarse al crimen organizado no dejan de ser personas de carne y hueso, es decir, tienen su propio mundo de vida, alguna familia, etcétera, aunque se comporten de un modo como sociópatas, e incluso puedan tener características de psicópatas. El único vínculo posible es a través de este lenguaje donde compartimos cosas mínimas, sin embargo, pertenecemos a mundos absolutamente opuestos.
¿Usted ve alguna salida a nivel político-institucional, a nivel de pactos incluso con el narcotráfico?
Sí, desde luego que la tendría si tuviéramos una decisión a nivel de clases dirigentes de enfrentar este problema, de dejar de entenderlo falsamente como un problema que está fuera de las propias instituciones, de asumir un cambio mental, y de tratar de restablecer el estado de derecho. Desde luego implica un plan paulatino con diversos cumplimientos que hasta el momento no se contempló, por desgracia. Creo que es necesario que se cobre consciencia de la profundidad del daño para establecer las bases firmes de una mejoría hacia el futuro. En las condiciones actuales, México como pacto nación no tiene posibilidades de sobrevivir. Es una tragedia que coincide justamente con la celebración de nuestros bicentenarios en América Latina. El Estado en México, los gobiernos diversos, están en crisis profunda y no se contempla la vía de solución dentro de los fundamentos que ellos mismos proponen. Es necesario cambiar integralmente toda la propuesta.