Seguramente muchos periodistas del “día a día” envidian la trayectoria de Guerriero. Su primera publicación fue en Página/30, un suplemento cultural de Página/12, dirigido por Jorge Lanata.
Su currículum se nutre de varias de las publicaciones periodísticas más prestigiosas de Latinoamérica y también de España: El Malpensante, Gatopardo, Etiqueta Negra, El País de Madrid, Vanity Fair, etc., etc.
El lector uruguayo puede no estar habituado a estos productos, por la simple razón de que no llegan al mercado, aunque la mayoría se pueden leer por internet. En Uruguay, casi no hay lugar para la crónica y el reportaje; muchos menos en los términos en que escribe Guerriero.
Muy preocupada por la primera frase de sus artículos, la periodista busca indagar en el por qué de las cosas y no, simplemente, contar qué pasó.
¿Por qué el periodismo narrativo es necesario para el lector de hoy en día?
Yo creo que todo el periodismo es necesario. Yo admiro mucho a los reporteros del día a día que hacen notas en dos horas, me parece una tarea admirable: yo no tengo ninguna capacidad para hacer eso, no lo podría hacer jamás.
Me parece que la gran diferencia es que el periodismo narrativo permite tratar de entender: el mundo siempre ha sido muy complejo, no es que ahora lo sea más que antes, y me parece que el periodismo narrativo ofrece una mirada más a fondo y te da la posibilidad de poder entender, un poco mejor quizás, por qué pasan algunas cosas.
Ahí donde el periodismo tradicional tiene declaraciones o testimonios, me parece que el periodismo narrativo utiliza lo que dice la gente. En uno hay fuentes, en el otro, personas.
De alguna forma, allí donde todo se transforma en una prosa anodina, chata, igual; este periodismo te despierta, te pone ante un mundo mucho más complejo de lo que creías, pero también intenta darte una visión de ese mundo.
¿Por qué creés que en la prensa del día a día, o incluso en los semanarios, no se dan esos espacios; por “pereza” periodística o porque no le interesa a los editores?
No lo sé, creo que tiene que ver con que se ha perdido la fe en que la gente lee. Yo no cargaría contra los editores, porque son personas muy presionadas por sus propios editores. Me parece que todo tiene que ver con una cuestión de cúpulas que van más allá de ellos.
La verdad es que yo siempre he tenido muy buenos editores: gente que está como muy loca y cree que vale la pena ocupar dos o tres meses de la vida de alguien en contar una historia. Pero somos 14 en toda Latinoamérica. Estaría bueno que fuéramos más.
Leila Guerriero ya ha contado cómo es que realiza una crónica: unos dos meses de investigación previa, un buen tiempo junto al “objeto” de su nota, más otro lapso considerable a la hora de plasmar eso en un papel. Trabaja durante 12 o 16 horas de corrido, no ve a sus amigos -a no ser que esté agendado-, casi no tiene fines de semana. “Durante los días en que escribo, no miro mails, no hablo por teléfono, no salgo de mi casa, vivo con la concentración de un monje budista”, dijo en una conferencia el año pasado.
Manifestaste que no estás de acuerdo con el concepto de “periodista sufrido”, pero aseguraste que -en los días en que escribís- preferirías ser cualquier cosa menos periodista. ¿Ese hastío de encerrarse, de no ver a nadie, de pasar horas y horas escribiendo, son cosas que ayudan a la técnica, a la concentración y a lograr que el texto sea realmente rico?
A mí sí me ayuda. Pero no quiero decir que esa sea la técnica que tienen que usar todos. De pronto hay gente muy talentosa, mucho mejor que yo -si es que yo soy buena en algo- que se sientan y escriben diez páginas en dos días, en dos sentadas de seis horas, o menos. Diez páginas perfectas.
Mi método es mi método, a mí me sirve para eso que dijiste, la palabra que usaste es perfecta: concentración. Es que nada te distraiga del foco de lo que estás haciendo.
Lo único que hago en los días en que escribo es salir a correr. Más que nada al principio, cuando no encuentro del todo el hilo que tengo que tirar. Cuando voy corriendo, voy escribiendo.
En tus artículos se ven muchas técnicas y herramientas que un periodista que cubre el día a día no las usa nunca. ¿Vas a la ficción a buscar esas técnicas para luego escribir periodismo?
Sí, pero me di cuenta después que hacía eso. Luego de muchos años de trabajar sin hablar de esto, habiéndolo aprendido un poco sola, por intuición o intuyendo cómo lo hacían otros tipos que me gustaban mucho, yo me di cuenta que sacaban muchísimas técnicas de la literatura: en términos del manejo de la prosa, del uso del lenguaje, el manejo de la tensión, de no contarle al lector todo, todo, todo, para mantener cierto suspenso.
Me parece que uno termina por escribir cómo le gusta leer. Siento que a mí, me quedaron pegadas muchas técnicas o truquitos de escritores que he leído mucho.
Yo encuentro como mucha renovación del uso del lenguaje en la literatura, en la poesía, en el cine. Renovación de las herramientas que uso para escribir periodismo. Siempre trato de que la prosa no se me achanche, que no se transforme en una costumbre.
¿Las técnicas que usás para escribir son las que te ayudan a no aburrir al lector? Si es que te planteás eso cuando te sentás a escribir: “no tengo que aburrir al lector”.
Pienso mucho en el lector. Soy muy de la escuela de Homero Alsina Thevenet: él decía que la prosa no era de uno, sino del lector. Me parece que es una gran lección de humildad, porque cuando uno es periodista, está ahí puesto al servicio de la historia: uno tiene que contar la historia y desaparecer.
Sí pienso en términos de no aburrir, pero pienso en términos de no aburrirme yo. El director del Canal Cultural de la TVE, Pere Roca, dio una definición que me pareció fabulosa: dijo que sus programas tienen que ser entretenidos, serios, hospitalarios y gozosos. Eso es una gran definición de lo que a mí me gustaría hacer, cuando yo me siento a escribir pienso en esos términos.
Pero yo escribo sobre mujeres que envenenaron a sus amigas, madres que mataron a sus hijas, gigantes que se están quedando ciegos. Es un poco complicado aplicar la palabra entretenido.
Me refiero al término entretenido en el sentido más literal: que sea algo que te distraiga del mundo que te rodea, que sea algo que te absorba de tal forma que no te deje pensar en otra cosa. Tomás Eloy Martínez decía que ningún texto publicado valía la pena, si no hacía que a un lector se le quemaran las tostadas del desayuno, por quedarse leyendo.
¿Por qué en la prensa diaria no se ven crónicas?
Yo no creo en esta cosa de “los lectores no leen”: los lectores no leen cosas aburridas, cosas anodinas, cosas que no están bien hechas.
Sí ha retrocedido el espacio de la crónica en los medios, por lo menos en los diarios: parece que todo es cada vez más rápido, no sólo más corto, sino más rápido. Se ha perdido el gusto por el uso del lenguaje, lo cual es grave: es como si uno trabajara para la tele y no le gustaran las imágenes. Yo creo que si sos periodista gráfico te tiene que gustar escribir, tenés que sentir un regodeo, un regocijo, cuando un texto te queda bien.
Creo que los periódicos empezaron a retirarse de ese espacio, un poco convencidos de lo que llama Martín Caparrós, “el lector que no lee”. Es una especie de oxímoron, es como si tuvieras una fábrica de heladeras, pero no creyeras que la gente necesita heladeras, pero igual las seguís fabricando más chiquitas y las vas adaptando…
Tener un diario no es como tener una fábrica de sillas. Cuando vos estás tratando con contenidos sensibles, con historias, tenés que creer en lo que hacés. ¿Cómo vas a hacer algo que es para leer y se lo estás vendiendo a un tipo que, básicamente, no lee?
Como que lo estás engañando.
Sí. Es como cuando a los nenes hay que darles un jarabe feo y, para que lo tomen, le das un poquito de azúcar. Es como creer que el periódico es el jarabe desagradable que, de alguna manera, se lo tenés que enchufar al lector. Y la manera de enchufárselo, es disfrazarlo de televisor. Entonces todo es cortito, como un videoclip. Pero son lenguajes distintos.
¿Creés que las nuevas tecnologías y las redes sociales ayudan a promover o a difundir buenas crónicas y reportajes; o que, por el contrario, al periodismo narrativo le puede restar?
Hace poco, un editor me dice: “¿No tenés Twitter?”. “No, no, no tengo Twitter. ¿Por qué, debería?”. “Sí, sí, aunque sea para estar en la red social que más usan los periodistas”, me argumenta.
¿Qué me importa a mí lo que hablan los periodistas entre sí en Twitter? Eso es masturbación.
No creo que estas nuevas plataformas le resten al periodismo narrativo. Al contrario: hoy en día, la nota que publicaste en un diario de España, la postean en un blog, ponen links en Twitter. A mí no me parece que le reste. Pero sí es un lenguaje distinto: vos no podés contar la historia del gigante González en 140 caracteres de Twitter. Ahora, ¿deberíamos hacer eso? No, no me parece.